El Año Chino del Cerdo

21/02/2019 | Opinión

El año chino del cerdo comenzaba el 5 de febrero. Cuando el Emperador de Jade, deidad suprema en la tradición china, ordenó a los doce animales del zodíaco que se presentaran a una fiesta, el cerdo fue el último en llegar. Se había dormido, según algunas versiones. Un lobo había destruido su casa, según otras, y el cerdo tuvo que reconstruirla antes de ir a la fiesta. Llegó tarde, y por eso ocupa el decimosegundo puesto. Pero su cara rechoncha y mofletuda, visible este año en dibujos, prendas de vestir, muñecos y dulces, es símbolo de riqueza y de prosperidad. A los nacidos este año se les promete una personalidad atractiva y mucha suerte en la vida. Y, naturalmente, a los chinos les encante la carne de cerdo, hasta el punto que, a pesar de su enorme producción (114 millones de toneladas en 2018), el país tiene que importarla. De España, entre otros. Un acuerdo firmado el 28 de noviembre de 2018, permitirá a las empresas españolas exportar hacia China patas de jamón, lomo y embutidos.

Cabe preguntarse cómo viven esto los chinos musulmanes, el 1’8% de la población, en su mayoría uigures concentrados en la región autónoma de Xinjiang. Practican una forma moderada del Islam sunní y la sharia, citando la azura 5 del Corán, declara impuro al cerdo: “Os está vedada la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo, la de animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente del de Alá, la de animal asfixiado o muerto a palos…” China dice respetar las tradiciones de sus minorías religiosas, aunque en realidad hace todo por “chinificarlas”. En el caso de Xinjiang, lo hace también colonizando la región con numerosos chinos Han. Los uigures hablan su propia lengua turco-asiática, parecida a la de los Uzbekos. Algunos reclaman la independencia para lo que llaman “Turquestán Este”. En 2014, una serie de ataques terroristas dio pie a una intensa campaña de “reeducación” por parte de las autoridades chinas. Se habla de un millón de uigures detenidos, obligados a estudiar la propaganda comunista y mostrar su gratitud al presidente Xi Jinping. Se prohíbe las barbas largas y los velos, y se castiga a quien no ve la televisión estatal. Y se favorece la bebida y el tabaco, tachando de extremistas a quienes no fuman ni beben.

Por otra parte, cabe también preguntarse cómo viven el Año del Cerdo las tres más importantes minorías chinas de los países del Sudeste Asiático. La situación varía considerablemente según se trate de Tailandia, país budista al 94% en el que viven 10 millones de chinos (14% de la población); de Malasia, en el que los musulmanes son el 63%, con 6’5 millones de chinos (23% de la población); o de Indonesia, con un 87’3% de musulmanes y 3 millones de chinos (tan sólo el 1,2% de la población). El de Tailandia es un ejemplo de integración. Los matrimonios mixtos han sido numerosos durante los cuatro siglos de presencia china, y el fundador de la actual dinastía, Rama I, procede de uno de esos matrimonios. Se encuentra tailandeses de etnia china en todas las capas sociales, también entre los políticos, aunque son más numerosos en los negocios y el comercio. Así que no causó ningún asombro cuando el 5 de febrero el Bankok Post publicó un largo artículo explicando con bastante detalle y fotos de apoyo cómo los chinos celebran el Año del Cerdo en Tailandia y en todo el mundo.

En Malasia, son musulmanes el 63’7%, el 17’7% budistas, casi el 10% cristianos y el 6% hindúes. El Islam es la religión oficial. En 1957 los ciudadanos chinos, que habían emigrado a Malasia a partir del siglo 19, constituían el 37’6% de la población. Negocios y comercio eran sus principales actividades. Muchos han emigrado en las últimas décadas. También en las últimas décadas ha aumentado el número de islamistas intolerantes, traicionando la imagen multicultural que Malasia tenía en el pasado. Y los dos principales bloques políticos, Umno (Organización Nacional de Malayos Unidos) y PAS (Partido Islámico de Malasia) se autodefinen como defensores del Islam. Respondiendo a un periodista de la BBC, Chow Yoon Kee, encargado de una fábrica de pastas en Batu Pahat, Johor, y cuya esposa y una hija nacieron en un año del Cerdo, insistía en que la fiesta, con sus dibujos y adornos, lo es para todos los malasios, sin distinción religiosa. Pero añadía: “Este año no hay señales de controversia. No es como el año pasado, el Año del Perro, en que hubo muchos follones”. Según la escuela jurídica shafi’ita, que siguen los musulmanes malasios, poseer un perro hace que el depósito acumulado de buenas acciones disminuya dos qirât (medidas) cada día. Pero están permitidos, con tal de que no vivan en la misma casa, los perros de pastor y de caza. De ahí que muchos musulmanes malasios crean que es pecado todo contacto con un perro. En 2016, un departamento de asuntos religiosos del gobierno obligó a cambiar el nombre de los “hot dogs” so pena de negarles el certificado “halal”, aduciendo como motivo las protestas de turistas musulmanes que visitaban el país.

En Indonesia, el país islámico más poblado del mundo, sí que sus tres millones de chinos (1’8% de la población) se sienten minoritarios, más aún que los cristianos (9’9%). Su presencia en el archipiélago data del siglo 13, y fueron discriminados ya en el siglo 19, cuando los Países Bajos administraban las “Indias Orientales Neerlandesas”. En el siglo pasado, sus éxitos en los negocios y en el comercio causaron una animosidad creciente entre los nativos. Durante las purgas políticas de 1965-66, así como en los disturbios en Jakarta en 1998, también fueron asesinados numerosos chinos y saqueadas sus propiedades. En estos últimos años, la discriminación comienza a ser religiosa. El Año Nuevo Lunar chino es fiesta nacional en todo el país. Pero algunos grupos islamistas denuncian la fiesta como “inapropiada”, y porque “socava la fe musulmana”. Las calles siguen llenándose de adornos y luces Pero no todos los tenderos colocan en las vitrinas camisetas y vestidos con dibujos de cerditos. Las pastelerías sí que producen ingentes cantidades de dulces, muchos con la simpática cara de un cerdito. Rita Valeria, una de esas pasteleras, citaba las palabras de una amiga musulmana: “estos cerditos son los primeros que los musulmanes podemos comer».

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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