Egipto. Sobre ovejas e infieles

10/07/2013 | Opinión

Antes de comenzar, déjenme hacer algunas declaraciones, para que cuando la gente empiece con los ataques ad hominem, puedan intentar controlarlos dentro de los siguientes límites:

Yo voté a Mohamed Morsi en la segunda ronda de las elecciones presidenciales (para dejar fuera a Ahmed Shafiq).

Soy una de las administradoras de un blog llamado “MB en Inglés” que publica traducciones al inglés de horribles comunicados de naturaleza sectaria, conspiracional o dementes que los Hermanos Musulmanes (MB) pretenden que sea solo para consumo doméstico.

Estoy en contra de la intervención del ejército en la política.

Afirmo todo esto porque la política egipcia y la sociedad en general están divididas en base a líneas de identidad, de un modo que nunca antes habían estado en los tres últimos años. Este problema es tan crónico que los méritos o flaquezas de un argumento se determinan casi enteramente por quién los está dando, y son escuchados en medio de una niebla de furia y desconfianza.

Durante la pasada semana, he estado rodando entre las protestas pro y anti-Morsi. Es como viajar entre dos planetas. El bando de los pro tienen significativamente más hombres que mujeres –aunque también hay mujeres y niños- y carece de la diversidad social del bando anti. Nunca he visto allí una mujer sin velo que no sea una periodista. Nunca me he topado con un cristiano o me he encontrado a otro periodista que le haya hecho (es importante para señalar que los manifestantes y los medios pro Morsi a menudo afirman que hay cristianos infiltrados en sus manifestaciones). Al mismo tiempo, también alegan que la iglesia está detrás del complot para derrocar a Morsi del anterior régimen de Mubarak, junto con los Estados Unidos y los sionistas.

El hecho es que la masa pro Morsi es, en gran medida, homogénea. Sus oponentes utilizan esta homogeneidad como evidencia de que los Hermanos Musulmanes (MB –siglas del inglés Muslim Brotherhood), como mucho, son una organización que no ha sabido promocionarse entre los que no son seguidores, y, en el peor de los casos, un grupo cerrado indiferente con respecto a los no miembros.

Mientras que la oposición de los MB puede tener razón en estas afirmaciones, muchos van más allá. Sugieren que los seguidores de Morsi son todos miembros de los Hermanos Musulmanes y robots que no piensan, programados por el guía supremo. El término despectivo popular para ellos es Khirfan (ovejas). El propósito de esto es deshumanizar y negar la entidad, del mismísimo modo en que los Hermanos Musulmanes desprecian a sus oponentes como Kuffar (infieles) o feloul (los leales y beneficiarios del régimen de Mubarak).

El 4 de julio, fui a la manifestación de la ciudad de Nasr, contra la masiva manifestación del 30 de junio pidiendo la deposición del presidente. Había una línea de tanques de un kilómetro más o menos, desde la entrada, inspeccionando los bolsos y molestando a los periodistas. Más allá de los tanques, se había puesto alambre de espino. Dos hombres estaban de pié a unos cinco metros, en silencio, ambos llevaban una imagen de Morsi. Un hombre se les acercó y empezó a gritar. Era un ingeniero con ceceo que explicó en un tono desesperado que no participó en las protestas del 25 de enero, pero que estas protestas le han enseñado cómo expresar una opinión y protegerla”. Había votado a Morsi en las dos rondas de las presidenciales, pero insistía en que estaba en la manifestación no para apoyar a un individuo sino a “una idea”.

“Aprendí democracia de la élite. Así que voté. Pero me he dado cuenta de que no hay revolución y no hay democracia”, argumentó.

Mientras hablaba, un hombre que estaba cerca comenzó a gritar en dirección al ejército mientras sostenía un poster de Morsi. Estaba tan furioso que logró rasgar el poster en dos, en ese momento se derrumbó hecho un trapo y se puso a llorar.

El día 6 de julio, asistí al funeral sombrío y de bajo perfil de Mohamed Sobhy, un padre de dos niños que recibió un disparo en la cabeza el día antes, a la puerta de las oficinas de la guardia republicana. Los testigos dicen que Sobhy fue asesinado después de poner un poster de Morsi en el alambre de espinos enfrente de algunos soldados que parecían haberse puesto nerviosos. En total, cuatro hombres murieron en esa protesta.

Vi su cuerpo media hora después, cubierto con una sábana y rodeado de manifestantes aturdidos. Intenté enviar una imagen por Twitter, pero la red no cooperó y no pude mandarla. En su lugar escribí en Twitter que un hombre había sido asesinado y que su cuerpo todavía estaba aquí, y que estaba intentando mandar una imagen para todos los que sabía que iban a decir que yo estaba mintiendo.

El problema no es que la gente no me creyera después del primer tweet, (siempre es bueno ser precavido). El problema es que cuestionaban que un hombre hubiera muerto, incluso cuando cargué la foto. Un hombre respondió: “no tiene rasgos egipcios”. Otros sugirieron que era una foto antigua. Cuando apareció un video y ya no fue posible seguir cuestionando el hecho de que un hombre había sido asesinado de un disparo a las puertas de la oficina de la guardia presidencial en El Cairo, en la misma fecha y a la misma hora en que los pro Morsi estaban diciendo, la atención se volvió a sus heridas.

Sobhy estaba de frente al ejército cuando cayó al suelo, y la sangre brotó de la parte posterior de su cabeza. Hubo un consenso casi inmediato sobre que había sido disparado desde la espalda. La conclusión más popular fue que los propios MB habían matado a Sobhy para incriminar a las fuerzas armadas. La avalancha de indignación en respuesta a un supuesto asesinato de un civil por parte del ejército que normalmente caracteriza estos hechos, estuvo completamente ausente. No hubo ni un solo medio egipcio en el funeral de la víctima, aparte de Mada Masr [la autora].

La situación era muy diferente en el funeral de los jóvenes de Manial muertos durante los enfrentamientos entre los Hermanos Musulmanes y los residentes del barrio de El Cairo. Montones de medios de comunicación y montones de simpatía e indignación –todo ello sin duda bien merecido.

Una escena casi idéntica tuvo lugar el lunes, día 8 de julio, por la mañana, cuando Egipto se despertaba con la noticia de que más de 40 personas habían sido asesinadas, otra vez a las puertas de las oficinas de la Guardia Republicana. La televisión estatal y los canales satélites privados como ONTv, restringieron su cobertura a emitir entrevistas con las fuerzas de seguridad y a afirmar concluyente e irrefutablemente que los manifestantes pro Morsi armados instigaron el ataque contra el ejército.

La presentadora Armany al-Khayat habló sobre “terroristas” –los seguidores pro Morsi- escondidos en zonas residenciales. Cuando hacía referencia a los cuerpos de los manifestantes pro Morsi que se llevaron a la mezquita Rabea al-Adaweya, el lugar donde fue la manifestación pro Morsi, su tono era irrisorio y burlón.

Al describir estas escenas, no estoy buscando la simpatía de los seguidores pro Morsi. No estoy de acuerdo con ellos políticamente. Algunos de ellos han sido responsables de actos de violencia bárbara e inimaginable. Periodistas independientes han informado que algunos de ellos están armados (al igual que ellos han afirmado que sus oponentes tienen armas). Su decisión de hacer una marcha a Maspero y a Tahrir, vía Manial, fue un acto provocativo de tal crasa estupidez que cualquiera que tenga un poco de vergüenza debería haberse distanciado de la protesta.

Mi problema es con la reacción a estas protestas. Los medios nominalmente no partisanos de varias maneras ignoran, desprecian o demonizan lo que representa a una gran parte de la sociedad egipcia. No se dan este tipo de detalles en la cobertura de las protestas anti Morsi. El violento y xenófobo sentimiento anti americano de algunos manifestantes no es presentado como representante de todo el colectivo. Los actos sistemáticos de violencia sexual contra las mujeres en la plaza de Tahrir no son usados para desacreditar toda la causa. Cuando comenzó a aparecer el tono pro ejército, después del 30 de junio, se destacaba que no todos los manifestantes respaldaban al ejército. Los medios egipcios en líneas generales han pasado por alto cualquier indagación similar de las motivaciones del otro bando.

Esto es problemático por tres razones, y todas ellas conciernen a la sociedad egipcia en general más que a la brigada de Morsi.

En primer lugar, confirma una vez más que los medios nacionales están más interesados en decirnos lo que creen que debería pasar que en contarnos lo que está pasando. En segundo lugar, han infravalorado el peligro que supone un grupo alienado y comprometido que cree que se les ha robado. Por último, es una forma barata de evitar el debate sobre el hecho que realmente importaba hasta el día 3 de julio: si un presidente electo debería ser derrocado por vía de protestas masivas.

Hay un odio visceral hacia los Hermanos Musulmanes y sus asociados salafistas entre algunos egipcios. Este odio se expande a todas las clases sociales y es anterior a todos los actuales acontecimientos. Nace de una, podría decirse, justificada desconfianza y temor al grupo, que ha mentido, puesto sus propios intereses primero, excluido a otros grupos, embutido a presión mediante excusas una constitución, intentado dar a Morsi poderes dictatoriales, ha flirteado con el ejército y coqueteado con la política sectaria de forma aterradora. No comprendieron que estaban gobernando un país y malinterpretaron que para propósitos de relaciones públicas, si eres un presidente árabe que desea aplastar la disidencia mediante un grupo organizado, más vale que te asegures de que el grupo lleva uniforme.

Puede que lo más importante, es que fueron increíblemente débiles para gobernar Egipto en un tiempo en el que los aficionados no lo hubieran sido tanto.

Cuando los seguidores de Morsi intentaron plantear su caso, sus argumentos rebotaron en un muro de odio, pero –respiración profunda- en mi opinión, estos argumentos no dejaban de tener mérito, hasta el 30 de junio. La intransigencia de Morsi y el comportamiento de sus seguidores después del 30 de junio sobrepasan cualquier legitimidad que pudieran haber tenido antes. La mendacidad, el mal gobierno, el egoísmo y marginar a otros poderes políticos son más o menos las consignas de todos los grupos políticos y no son, de forma aislada, suficiente para justificar la destitución de un presidente por parte del ejército.

La declaración constitucional del 22 de noviembre que dio al ex presidente poderes sin precedentes fue un ultraje y tal vez un presagio de las cosas siniestras que iban a pasar, pero Morsi la rescindió. Pasó caminando sobre sangre tras los acontecimientos que desató la declaración constitucional en el palacio presidencial, en diciembre de 2012, cuando los Hermanos Musulmanes desplegaron a sus hombres contra los manifestantes anti Morsi.

El lenguaje sectario de los Hermanos Musulmanes, el aumento de incidentes sectarios, el ataque a la catedral de San Marcos en abril, la incapacidad de Morsi para reaccionar al jeque que acusó de “suciedad” a los chiitas, y la respuesta totalmente inútil a los linchamientos chiitas en junio, han sido todos ellos importantes indicios de una falta de voluntad para frenar a los elementos extremistas extraoficiales de la escena islamista. Y lo que es más importante, mostraron que Morsi nunca estuvo interesado en representar a todos los egipcios. Pero una vez más, Morsi heredó una tradición de discriminación de estado y sectarismo de su predecesor; él simplemente lo aumentó a todo gas.

En cuanto a coquetear con los militares, eso está de moda ahora.

Así pues, mi postura sobre los acontecimientos previos al 30 de junio, no ha cambiado por lo que ha ocurrido después: debería haberse dejado que los Hermanos Musulmanes fracasasen ya que todavía no habían cometido un acto que justificase la destitución de Morsi por el ejército. El precio que ha pagado Egipto y que pagará por las consecuencias de esta decisión es muy alto. Ha creado una generación de islamistas que creen genuinamente que la democracia no les incluye. Los efectos secundarios post 30 de junio reafirman esta creencia, especialmente con los canales de TV y periódicos islamistas cerrados, así como sus líderes detenidos e incomunicados, aparentemente debido a una decisión ejecutiva. Durante 30 años, Mubarak les dijo que los juicios justos no eran para ellos, y una revolución popular está confirmando eso mismo. Es la sociedad egipcia la que pagará el precio de las ofensas que causa todo esto, y el hecho de que, con unos medios silenciados y sin cobertura por parte de medios independientes, se han quedado prácticamente sin canales para hacer oír su voz.

No voy a intervenir en el debate sobre el golpe/revolución más que para decir que millones de egipcios estaban en el suelo pidiendo la destitución de Morsi mientras que los aviones militares dibujaban corazones en el cielo sobre sus cabezas, y entonces el ministro de Defensa Abdel Fattah al-Sisi anunció que Morsi se había largado (a la fuerza). Nada ha cambiado. La verdadera revolución tendrá lugar cuando la implicación del ejército en la política sea una lejana reliquia de la historia.

En cualquier caso, el debate es semántico y tedioso, y la nomenclatura no se decidirá ahora. El único aspecto de un argumento más amplio que me interesa es la noción de que la legitimidad de un presidente electo se disuelve cuando millones de personas salen a la calle. Si esto es un precedente, entonces significa que están por venir tiempos inestables, cuando los intereses de las masas no coincidan con los del ejército.

Políticamente, Egipto se encuentra una vez más en un caos impresionante. Mientras se desvanece la euforia, la oposición recuerda que si se les pide debatir cuántas patas tiene una vaca que está ante ellos, una facción cuestionaría si el animal es de verdad una vaca, otro diría que cuatro y otro de más allá incluiría la cola como una extremidad más. Los tiempos de la diversión acaban de empezar, con los salafistas del partido Nour vetando la nominación de El Baradei como primer ministro, alegando que es divisivo, mientras que Tamarod (la campaña de petición de base que está detrás de la gran manifestación del 20 de junio que llevó a la caída de Morsi) declara que o es él, o nos vamos a enterar.

Si el ejército tiene algún sentido común, verá que la legitimidad del régimen del 30 de junio (a falta de un término mejor) no debe basarse en reprimir a los islamistas, sin importar qué le apetezca al público. Deben ser incluidos, porque no se van a ir a ninguna otra parte. El escaso funcionamiento del sistema político nacido del 25 de enero ha sido reemplazado con algo más frágil todavía: riñas malhumoradas sin medios claros de resolución, el ejército como árbitro y unos enfurecidos Hermanos Musulmanes que sienten que se les ha hecho trampa. Abróchense los cinturones.

Sarah Carr

Tomado del blog de la autora, Inanities, donde fue publicado el 09 de julio de 2013.

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