04/01/2013
Le Monde.fr (editorial)
Hay dos maneras de ver lo que está pasando en Egipto, según que estemos a favor o en contra de la primera experiencia de los Hermanos musulmanes en el poder.
En el primer caso, el presidente Morsi ha tendo la fuerza deintentar deshacer el nudo gordiano que bloquea, hoy, la transición post-Mubarak en Egipto. Lo cual explica el estado de caos político, económico y social en el país más grande de los países árabes.
Morsi se ha atribuido esta semana los plenos poderes y ha decapitado la alta jerarquía judiciaria.. Después de una acumulación de errores, de contradicciones y de mala fe del conjunto de sus actores – que se trate de los islamistas, del ejército, pero también de los jóvenes revolucionarios y liberales -, el país se había vuelto ingobernable.
Egipto dispone, ciertamente, de un presidente (islamista). Pero la Cámara de los diputados (también islamista) ha sido disuelta por la justicia. Para volver a poder elegir otra, haría falta una nueva Constitución, dado que la antigua ha creado una unanimidad contra ella.
Pero la primera Asamblea constituyente ha sido, también ella, disuelta por los tribunales. La actual, formada en junio, ha sido contestada ante la justicia por los liberales y los revolucionarios, que se sienten marginalizados en relación a los Hermanos musulmanes y a sus aliados salafistas.
Mientras tanto, la negociación de un préstamo crucial del FMI sigue bloqueado. La economía sigue cayendo. La seguridad se está degradando. La revolución podría desembocar en la anarquía. Hacía falta por lo tanto neutralizar una justicia todavía infiltrada por gente del antiguo régimen, que hacen sistemáticamente obstrucción.
El presidente egipcio, que déjà a los descontentos manifestar, piensa disponer del apoyo del « país profundo », que no sueña más que con una vuelta a la normal.
En la otra versión de las cosas, Morsi ha aprovechado del éxito de su mediación reciente entre Israel y Hamas para intentar un golpe de fuerza. Lo mismo que había aprovechado de un incidente grave en el Sinaí, en pleno verano del 2012, para poner de lado toda la plana mayor del ejército y el Consejo supremo de las fuerzas armadas, que habían dirigido el país después de la salida de Mubarak, en febrero 2011.
Esta vez, concentra entre sus manos buena parte de los poderes ejecutivos, legislativos y judiciarios. No tiene ningún precedente. Y piensa hacer adoptar, al mismo tiempo, una Constitución “islamizante” a la carrera. Pensaba pasar a la fuerza. En esta hipótesis, Morsi jugó el todo por el todo y ha perdido. Ha conseguido el triunfo de unir a todos los liberales, hasta este momento estando como estaba sin gancho y dividido, de enemistarse con la prensa y resucitar una dinámica revolucionaria, que podría desembocar en una huelga general. La pérdida simbólica de los islamistas de la Plaza Tahrir, reconquistada por los revolucionarios de la primera hora, es todo un símbolo.
Morsi está a tiempo para evitar la escalada absteniéndose de echar sus partidarios a la calle, lo cual provocaría encontronazos sangrientos. Ya es hora que la oposición no se contente con estar unida contra la empresa islamista, sino que proponga su proyecto de sociedad y las modalidades de una salida de crisis. Sino, podría convertirse en una realidad inaudible ante los Egipcios, cansados de la fawda, en árabe desorden. Dividido, Egipto espera un gesto de tranquilidad de Morsi y una iniciativa constructiva de la oposición.
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