En 1913, a petición de los obispos coptos católicos, Roma permitió a siete religiosas coptas católicas de la Congregación de los Corazones de Jesús y María, residentes en el Líbano, volver a Egipto y fundar en Tahta (Alto Egipto) una congregación local al servicio de Egipto, las “Religiosas Egipcias del Sagrado Corazón”. Hoy regentan en Egipto ocho escuelas, un colegio y ocho centros de promoción social. Su labor no se ha limitado a Egipto, y han abiertos centros de promoción social en Sudán: en la capital, Jartum, y en Sennar y El Damazin, 300km y 470km más al sur. El PIB per cápita de Sudan es de 2.200 dólares estadounidenses, mientras que el de Egipto es de 3.310 dólares. Dada la enorme tradición cultural de Egipto y su influencia mediática en el mundo árabe (Radio Cairo fue en 1934 la prima radio de lengua árabe del Oriente Medio) es comprensible que las hermanas egipcias llegaran a Sudán un poco como cuando los europeos desembarcaban en África a principios del siglo XX, dispuestas a “ayudar a un pueblo más necesitado”.
Su desconcierto fue enorme cuando hace 25 años comenzó su implantación en Túnez. Con casi 4.000 dólares de PIB per cápita, una escolarización masiva, sus mujeres las más libres del mundo árabe, élites biculturales, pueblo políglota en contacto constante con Europa. Las religiosas egipcias comprendieron enseguida que, aparentemente, Túnez no las necesitaba. De no haber firmado con las escuelas diocesanas un contrato que las obligaba a permanecer en el país durante un año escolar, de buena gana se habrían subido al avión de vuelta a El Cairo. Así que permanecieron en Túnez. En Susa primero, luego en Halfawin, uno de los barrios tradicionalmente más populares de la vieja capital. Convivieron con sus gentes, se sintieron aceptadas. Al fin y al cabo Egipto es un país admirado, y sus series televisivas, a menudo en árabe egipcio, conocidas y apreciadas. Y esa convivencia les hizo comprender poco a poco, aunque siempre les ha resultado difícil explicarlo, que su contribución a la sociedad tunecina era importante: por la apertura humana y religiosa de sus escuelas, por el espíritu de acogida de sus comunidades, por la vida que ellas, cristianas egipcias, compartían con sus maestros y alumnos, todos tunecinos musulmanes, y que hacía que por una especie de ósmosis, se compartieran valores éticos y morales y las diferencias fueran enriquecedoras. Son trece las religiosas egipcias del sagrado Corazón que viven en Túnez. Repartidas en dos comunidades, regentan tres escuelas, y los padres tunecinos hacen cola para inscribir a sus hijos.
La presencia de esas religiosas egipcias en Túnez me ha hecho apreciar todavía más una experiencia que viví en Ghana a finales de los años 1980. Visitaba en el norte del país a una comunidad de padres blancos (o “misioneros de África”) compuesta por un español, un indio de Kerala (de rito siro-malabar) y un congolés. Las vocaciones escaseaban en Europa y crecían en África. Y les pregunté cómo veían la presencia misionera ahora que los misioneros ya no venían de los países ricos y blancos del Norte. La respuesta del compañero indio fue “indirecta”: “Conocí a los padres blancos por una revista, y de África no tenía ni idea. Me mandaron a una casa de formación en Inglaterra y me encontré con que mis compañeros europeos creían conocer a la perfección todos los problemas de África y, naturalmente, todas las soluciones para esos problemas”. La respuesta del compañero congolés fue directa, y bastante parecida a la de las hermanas egipcias de Túnez: “si se tratara de contribuir al desarrollo del país, me hubiera quedado en el Congo, que es más pobre y con más necesidades que Ghana. Como misionero, estoy aquí para convivir con la gente y para compartir mi fe y mi esperanza”.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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