El pasado 20 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Infancia, una jornada en la que ponemos el foco en los niños y niñas refugiados llamando la atención sobre dos cifras que nos preocupan tremendamente: la mitad de los 70 millones de personas refugiadas en el mundo son menores de edad y casi 4 millones de niños y niñas refugiados en edad escolar no reciben ningún tipo de educación.
Hoy y todos los días trabajamos junto a nuestra organización socia, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), para defender el derecho a la educación en cualquier circunstancia, especialmente en contextos de emergencia y refugio. En ellas, los niños y las niñas enfrentan situaciones de violencia, abusos, explotación, tráfico o reclutamiento militar y cuentan con muchas dificultades para poder comer, acceder a agua potable y, por supuesto, ir al colegio.
En nuestras escuelas niños y niñas como Nsmire y Nour, que asumen día a día la dura realidad de haber perdido su hogar y su familia, encuentran un lugar seguro, de aprendizaje, crecimiento y juego donde recuperan su infancia.
Nsmire tiene 11 años y estudia en el instituto Bukombo, apoyado por el JRS en Masisi (R. D. del Congo). Su padre y su madre murieron a raíz del conflicto que asola la región desde hace años y ella y sus cuatro hermanos tuvieron que huir. Ahora viven en un refugio en Bonde. Nsmire y su hermano mayor trabajan en un campo de cultivo los fines de semana para poder mantener a la familia.
Junto con nuestra organización socia, JRS R.D. Congo, ofrecemos protección, acompañamiento y educación a la infancia desplazada. Muchas veces la labor de acompañamiento se centra en brindar apoyo psicosocial para ayudar a cerrar las heridas y superar las duras experiencias vividas, de manera que los niños, niñas y jóvenes puedan mirar al futuro con esperanza.
Nour tiene 13 años, es refugiada siria en Líbano y alumna en la Escuela Telyani, en Bar Elias, que apoyamos junto al JRS. Cuando tenía 11 años dejó de estudiar durante un año y se puso a trabajar para ayudar a su familia económicamente. Trabajaba 14 horas al día cultivando patatas, “lo que más echaba de menos era sentirme querida y protegida”, recuerda. Ahora Nour ha retomado sus estudios: “cuando vengo a la escuela ya no me siento sola y eso es lo más importante para mí. Mi mayor deseo es no tener que volver abandonar la escuela”, nos dice Nour.
Precisamente para evitar el abandono escolar del alumnado ante el cierre de las aulas decretado por la Covid, los centros educativos que apoyamos en Bourj Hammoud, Bar Elias y Baalbek han adaptado sus clases al formato online. A través de WhatsApp y otras plataformas digitales el alumnado ha podido seguir estudiando.
Y es que el mayor deseo de los niños y niñas refugiados es tener una infancia feliz, sentirse protegidos y queridos. En contextos de refugio, el colegio es ese lugar seguro lleno de paz y de libertad que tanto anhelan. Y la educación se convierte en esa herramienta que les abre un futuro lleno de oportunidades.
@Entreculturas
[Fundación Sur]
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