Dumba, el plantador de cacahuetes , traducido por María Puncel

14/10/2010 | Cuentos y relatos africanos

-Tú no sabes plantar cacahuetes -le dijo un día Dumba a su anciana madre-, este año, me voy a ocupar yo del campo y ¡ya verás qué cosecha!

-¡Que no sé plantar cacahuetes! Con el tiempo que llevo haciéndolo…

-Sí, lo has hecho, pero como lo habéis hecho toda la vida.

-¿Y no debería haberlo hecho así?

– No, eso ya son cosas de otros tiempo -le respondió el pre-suntuoso joven-, como lo hacían vuestros padres: «hay que hacerlo así o hay que hacerlo asá», pero ahora eso ya no sirve, les copiabais paso a paso, sin inventar nada.

-¿Y qué es lo que tú has inventado que mejore nuestros métodos?

Pero ya Dumba corría por el sendero colina abajo, hacia el campo, con el cesto de cacahuetes.

¡Les iba a enseñar él cómo se plantaban los cacahuetes!

Esta no es más que una pequeña historia, muy pequeña, que desearía recordar a los jóvenes que todo empeño, el que sea, tiene un comienzo y un fin. No se puede, si se desea tener éxito, empezarla por un extremo o por el otro.

La impaciencia, o quizá la pereza, querría evitarse la espera y el esfuerzo; y no hay nada que hacer, hasta el final no se obtiene la recompensa.

Por la tarde, cuando Dumba retornó del campo, con el cesto va-cío, volvía más orgulloso que el gallo al que, por la mañana, le acaban de abrir la puerta del gallinero. Casi no contestó al saludo de la anciana.

-Te veo muy satisfecho de haber podido plantar los cacahuetes a tu manera -le dijo ella-; ¿me explicarás cómo te las has arreglado para hacerlo mejor que los mayores?

-¡Shusss…! Nada de preguntas ahora. Esperemos al tiempo de la cosecha. ¡Ya verás, entonces!

La anciana espero pacientemente el tiempo de la cosecha, pero mientras que los otros campos estaban cubiertos de frondosos tallos verdes, los cacahuetes de Dumba no germinaban. La tierra de su campo estaba tan desnuda como la palma de la mano. Sólo por aquí y por allá, por entre los terrones, algunas hierbas silvestres asomaban sus penachos, que se balanceaban al compás del viento.

¡De cacahuetes ni asomo!

-¿Qué es lo que se te ha ocurrido hacer como una manera nueva de plantar los cacahuetes? – le preguntó, por fin, la anciana.

-Pues, mira, verás: los cacahuetes tostados están tan buenos…

que se me ocurrió tostar las semillas antes de plantarlas.

-¿De verdad tostaste las semillas antes de plantarlas?

-¡Pues, claro! ¿Cómo crées tú, si no, que hubiéramos logrado una cosecha lista para ser consumida?

-Mira jovencito nosotros podremos ser viejos y retrasados, pero la presunción no nos ha llevado nunca a hacer algo tan ridícul- mente estúpido.

-¿Te refieres a mí?

-Que sepas, hijo, que ni tú ni yo hemos inventado los cacahuetes ni la manera de cultivarlos. Nosotros debemos lo que sabemos al esfuerzo de nuestros padres. ¡Si lo despreciamos, perderemos lo poco que tenemos!

Dumba no le hizo ningún caso, pero por más que trabajó con su azadón por todo el campo, por más que volteó la tierra, no en-contró restos de cacahuetes ni para llenar el hueco de su mano.

Tuvo que admitir que se había equivocado, y para no morirse de hambre aquel día, tuvo que correr al mercado para comprar caca-huetes, antes de los vendieran todos.

(tomado del libro «Sur des lèvres congolaises»,pág 179)
texto original: Olivier de Bouveigni
traducción del francés: María Puncel

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