Donantes y socios en África, Por José Carlos Rodríguez Soto

10/11/2008 | Bitácora africana

Infinidad de servicios indispensables para millones de personas vulnerables en África funcionan gracias a fondos enviados desde Europa o norteamérica. No estamos hablando aquí de la cooperación oficial de los gobiernos para el desarrollo, sino de pequeñas iniciativas como un dispensario, una escuela, un centro social, una cooperativa de agricultores, un grupo de mujeres, o unas becas de estudio… llevadas adelante por oenegés locales o grupos de Iglesia que trabajan a pie de obra y reciben sus fondos de agencias humanitarias que tienen sus oficinas en países desarrollados.

Hace ya bastantes años que en el mundo de la cooperación internacional se intenta evitar la nomenclatura «donantes» y «receptores», y se prefiere hablar de «socios», aunque al final es evidente que unos –los que han recogido el dinero– lo dan y otros –los que no lo tienen– lo reciben y lo usan para fines caritativos.

Yo mismo, durante los 20 años que he trabajado en Uganda, puedo dar fe de cómo, nos guste o no, al final casi nada que tenga que ver con la ayuda a la gente más necesitada puede funcionar en África sin ayuda financiera de fuera. Cuando trabajé en la oficina de Justicia y Paz en Gulu, dependíamos del dinero que nos daban agencias de países europeos o norteamericanos para poder pagar salarios a nuestro personal, dar cursos a nuestros comités, ayudar a pagar becas de estudio a niños soldado, etcétera. Y en las parroquias en las que he trabajado, sólo he podido llevar adelante una escuela o un dispensario teniendo una cobertura financiera exterior que nos ha permitido hacer frente a gastos como comprar medicinas o material escolar, pagar sueldos y otros gastos administrativos, a los que no podríamos haber hecho frente con nuestros propios medios.

En Europa o Estados Unidos se encuentra uno con multitud de agencias que recogen y canalizan donativos, y que suelen preferir canalizar sus fondos hacia proyectos relativamente sencillos que tienen una fecha de conclusión. Por ejemplo, es fácil enviar 6.000 euros para hacer un pozo, y al mes de la entrega ya tienen en la oficina de los donantes la foto del pozo hecho y la gente recogiendo el ansiada agua en baldes. Por lo demás, mantener el pozo allí mismo por parte de los beneficiarios no tiene complicaciones. Lo mismo ocurre cuando se trata de construir algo: se envía el dinero, y los que gestionan el proyecto en el país africano se ocupan de contratar a gente que levante los muros, ponga los tejados y acondicione el edificio. Una vez concluido, se envía la foto y las cuentas, y proyecto terminado.

Pero me refiero a algo más peliagudo. Decía antes que hay instituciones que sólo pueden funcionar en su día a día si tienen detrás un respaldo financiero, que generalmente viene de fuera. Una oenegé local, por ejemplo, en África, monta una escuela para niños muy pobres cuyos padres (si es que los tienen) pueden pagar muy poco. Es evidente que para pagar salarios a los maestros, comprar material escolar, mantener el edificio, y tal vez dar una comida al día a los chavales hace falta dinero. Y lo mismo ocurre si funciona un dispensario en el que hay que comprar medicamentos y pagar a los enfermeros, dinero que por desgracia no puede venir ni de subvenciones del gobierno africano (generalmente inexistentes) ni por supuesto del bolsillo de los míseros usuarios. Si un día falta este respaldo financiero de fuera, estos servicios sencillamente se interrumpen y la gente más pobre deja de recibirlos.
Las relaciones entre donantes y «socios» en África son clave para que estas loables iniciativas funcionen, pero estas relaciones pueden dañarse por varias causas. A veces es la contraparte local la que no hace las cosas como es debido y, por ejemplo, no realiza la rendición de cuentas a su debido tiempo, o lo hace de forma poco transparente, sin justificar partidas de gastos, o funcionan de forma que dejan mucho que desear, lo que da origen a una desconfianza que suele terminar en la no renovación de la ayuda que se envía.

Pero otras veces pueden ser las agencias aquí en los países ricos las que se comportan de formas que no parecen tener en cuenta las consecuencias de sus acciones. He sido testigo de cómo en bastantes ocasiones determinadas agencias que enviaban dinero para el funcionamiento de un servicio muy básico para gente muy pobre retrasan sine díe sus decisiones de renovar sus apoyos a proyectos llevados adelante en África, o sencillamente interrumpen su cooperación sin explicaciones.

Las consecuencias las pagarán allí niños que se quedarán sin ir a la escuela o enfermos que dejarán de ir a un dispensario situado a tres kilómetros de sus aldeas, que tendrá que cerrar, y entonces no tendrán más remedio que desplazarse, generalmente a pie, muchos más kilómetros, si es que pueden llegar. En África, tener la responsabilidad de una institución que de la noche a la mañana se queda sin dinero para hacer frente a sus gastos cotidianos, es uno de los peores dolores de cabeza que uno se pueda imaginar.

Autor

  • Rodríguez Soto, José Carlos

    (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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