Desde los albores de la Humanidad las comunidades rurales, incluidas las pesqueras, vienen desarrollando y actualizando su propia cultura de convivencia con el medio natural que les rodea. En este contexto, la agricultura familiar –unidad productiva basada en profundos vínculos que unen a una tierra y a un núcleo familiar concreto que la trabaja-, representa un sector de gran valor simbólico y estratégico por sus funciones económicas, sociales, culturales, medioambientales y territoriales.
La agricultura familiar es mucho más que un modelo de economía agraria: es la base de la producción sostenible de alimentos para avanzar hacia la seguridad y la soberanía alimentarias, de la gestión medioambiental del territorio rural y marino, y de su biodiversidad, fuente de importantes dimensiones culturales de cada pueblo y, en definitiva, un pilar fundamental del desarrollo integral de las naciones.
Lamentablemente la realidad del mundo actual está marcada por la existencia de una extensa pobreza, en muchos casos extrema, que sufren más de 1020 millones de personas en los diversos continentes, en su mayoría familias rurales, campesinas y pesqueras. A pesar de décadas de programas para erradicar la pobreza, esta dramática realidad, no sólo sigue existiendo, sino que corre el peligro de aumentar, a causa de políticas nacionales e internacionales mal planteadas y mal aplicadas, de la crisis alimentaria y financiera actual, o de convertirse, cuando menos, en una realidad crónica.
En un gran número de países sus gobiernos, por diversas razones, no están dando un verdadero apoyo al sector rural, a pesar de albergar éste, en muchos de ellos, porcentajes muy elevados de población y de recursos naturales terrestres y marinos. La carencia de infraestructuras de todo tipo, la falta de asistencia técnica, de acceso al crédito, a los mercados, etc., hace imposible un verdadero desarrollo rural.