Diplomacia alimentaria, por Ramón Echeverría

20/05/2022 | Bitácora africana

Nos lo cuentan a menudo los medios de comunicación: En el norte de África se encuentran grandes importadores de cereales. Egipto, Túnez, Argelia y Libia producen menos de la mitad de lo que necesitan. La guerra en Ucrania ha hecho que se disparen los precios del trigo y esté ahora amenazada la seguridad alimentaria de estos países. Según el FMI, el precio del trigo comenzó a subir antes de la invasión rusa, y ese aumento alcanzó un 70-80 % en 2021. Ahora con la guerra, Gro-Intelligence calcula que 10 millones de toneladas de maíz, aceite de girasol y cebada no han podido salir del Mar Negro. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) ha decidido ayudar a impulsar el almacenamiento de alimentos en Oriente Medio y África del Norte, según explicó a Reuters Heike Hargmart, director gerente del BERD para el Sur y el Este del Mediterráneo, durante las reuniones anuales del banco en Marrakech. Además, la UE continuará ayudando a Túnez, y ello a pesar de la deriva autoritaria de ese país. Y precisamente ahora que la agencia de calificación de riesgos Finch acaba de rebajar la deuda soberana tunecina a la categoría de deuda basura, Oliver Varhelyi, comisario europeo de Vecindad y Ampliación, tras reunirse con el presidente Kais Saied, ha anunciado un préstamo de €450 millones como ayuda a los presupuestos. Túnez, junto con Argelia, Egipto, Marruecos y otros cuatro países, se beneficiará igualmente del reparto de €250 millones de ayuda para la compra de productos de primera necesidad. Esas iniciativas entran dentro de lo que la periodista Ristel Tchounand calificó, en un artículo del pasado 13 de abril en afrique.latribune.fr, como “diplomacia alimenticia”, con la que la UE parece querer contrarrestar la narrativa rusa y su influencia en el continente africano, especialmente en los países del Norte de África. Porque según Vladimir Putin son las sanciones occidentales contra su país las que han causado la crisis actual de alimentos.

rusia_putin_cc0.jpgEn esa guerra de narrativas, la Unión Europea parte en desventaja. Para una mayoría de africanos, la de Ucrania no es su guerra. Además, los occidentales son hipócritas cuando defienden sus propias invasiones (la de Irak, por ejemplo) y se oponen a la de Rusia en Ucrania. ¿Y por qué el sufrimiento de los ucranianos debería ser más importante que el de los etíopes o el de los palestinos, al que los occidentales apenas prestan atención? Cuando se trata de juzgar lo que está ocurriendo en Ucrania, los occidentales tienen como punto de referencia lo vivido en la Segunda Guerra Mundial: para salvaguardar la paz y la seguridad había que oponerse a los dictadores, y lo mismo hoy. Los africanos, sin embargo, recuerdan lo que ellos vivieron tras esa misma Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética les ayudaba en su lucha por liberarse del imperialismo y colonialismo occidentales. Ni tampoco es seguro que ayudar a impulsar el almacenamiento de alimentos en Oriente Medio y África del Norte sea lo más urgente o lo más práctico. Ese tema fue objeto de un estudio extremadamente técnico, “Food Security and Storage in the Middle East and North Africa” (Seguridad Alimenticia y Almacenamiento en el Oriente Medio y el Norte de Africa”), publicado en abril 2012 por The World Bank, Development Research Group, Agriculture and Rural Development Team. Utilizando diversos modelos, los expertos estudiaron la posible eficacia de las reservas para contrarrestar la subida cíclica de los precios. La eficacia era real si las reservas eran lo suficientemente grandes como para contrarrestar una primera subida de precios, sin desaparecer del todo cuando llegara la siguiente subida. Pero, siempre según los expertos, el coste logístico sería tan enorme, especialmente si se perseguían logros poco realistas, que, en la práctica salía más barato subvencionar a los consumidores, los alimentos, o ambos, durante los ciclos de precios altos.

Un artículo de Kerry Cullinan del pasado 29 de marzo en Food Security, notaba que la producción alimenticia ha descendido en un 21 %, y que, según el Programa Mundial de Alimentos (WFP), aumentarán la inestabilidad, las migraciones y el hambre si no nos ocupamos realmente del cambio climático y no ayudamos a los países que ese cambio está fragilizando. Ahí están para probarlo las sequías y los consiguientes problemas alimenticios en Marruecos y en Africa Oriental. Con razonamientos similares, la tunecina Layla Riahi, arquitecta de formación, miembro de la Plataforma Tunecina para Alternativas y del Grupo de Trabajo para la Soberanía Alimentaria, defiende la necesidad de cambiar la política agrícola y alimenticia de su país. En los dos últimos años de las tierras destinadas al cultivo de cereales se han perdido 400.000 hectáreas, un 28 % del total. “Hace falta terminar con las subvenciones al consumo, y que se subvencione la producción”, dice Riahi. Y añade: “Hay que desmantelar los tres o cuatro cárteles que monopolizan los alimentos, invertir en las simientes autóctonas, dar tierra a los campesinos y revisar la política del agua. Si no se hace, los movimientos sociales harán de nuevo su aparición”.

Es evidente que esas propuestas tendrían más posibilidades de llevarse a cabo si las tropas de Putin se retiraran de Ucrania. Pero, de momento, la mayoría de países africanos no están por presionar al presidente ruso. El 2 de marzo, 28 países aprobaron los argumentos del representante de Kenia en el Consejo de Seguridad y votaron a favor de condenar la invasión rusa. Sólo Eritrea votó en contra. Pero 17 países africanos se abstuvieron y 8 se ausentaron en el momento de votar. Un mes después, sin embargo, el 7 de abril, en la votación para sacar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, solo 10 países africanos votaron a favor, 9 en contra y los 34 restantes prefirieron ver el toro desde la barrera. Entre tanto, el 12 de abril, el Financial Times publicaba una declaración de dos profesores británicos, Nick Bosanquet and Andrew Haldenby, de la asociación “Aiming for Health Success”, en la que insistían que hay que actuar ahora mismo para evitar la hambruna que hará su aparición en invierno. En realidad, en África Oriental la hambruna está apareciendo ya.

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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