En virtud de la inminencia del 23 de abril, Día Mundial del Idioma Español, una reflexión de tenor lingüístico.
Año a año la Real Academia Española (RAE) incorpora nuevos vocablos al castellano que hablamos dando cuenta de la diacronía del lenguaje y del férreo carácter del último como generador de identidades, de reflejo de la cultura popular y, en mucha menor medida, del idioma culto. Se trata en muchos casos de palabras que pueden considerarse meras deformaciones del habla, modismos y/o términos específicos del mundo 2.0. A comienzos de este año, y al momento, han sido agregados “palabro”, “amigovio”, “tuiter”, “papichulo”, entre otras veinte. La lista se va ampliando pero, fiel al eurocentrismo de la institución de la cual emanan estas convenciones, hay llamativas exclusiones al momento de explicar el origen lingüístico de muchas de las existentes.
Una vez más vuelvo a cargar las tintas sobre la invisibilidad del origen africano en determinados aspectos muy acusados de la cultura local, haciéndose eco de la pretendida blancura absoluta de la Argentina, el mito sobre que los “argentinos descendemos de los barcos” y que en el país “negros no hay”. En esta ocasión reparo en el aspecto lingüístico, evidenciando que muchas palabras empleadas en el castellano hablado en Argentina, en especial en el Río de la Plata (y sobre algunas voces que pueden ser encontradas también en el lenguaje de otros países hispanoparlantes), con escasa o nula reflexión, portan raíz africana. Pero el Diccionario de la Lengua Española de la RAE no hace justa mención a todas las palabras de uso coloquial en el español de hoy con origen africano, pese a la diacronía cuya presencia genera la necesidad de ir incorporando nuevos vocablos, sobre todo surgidos desde el campo del habla popular. Este último hunde raíces en tiempos coloniales, empapado de la historia y su implicancia en el modo de comunicarse de los esclavizados, muy presentes en la colonia ya que “pardos y morenos”, dentro de las llamadas castas, formaron parte considerable de la población Virreinato del Río de Plata (46%, según un registro de 1778, un total de 92.000 personas). Los africanos fueron deformando las palabras del amo además de emplear las suyas propias, a veces con préstamos de otros idiomas hablados, como el árabe o el portugués.
Pero una lectura racista ha querido ver a africanos y afrodescendientes desaparecidos en Argentina, como un medio, entre otros fines, de interpretar la esclavitud en calidad de infamia superada y, fundamental, concebir la presencia afro en tanto rémora de una época lejana y pre-argentina. Es decir, se presupone que tras la desaparición de tan infame institución también, como corolario de lo anterior, se extinguieron los esclavizados, los africanos, tal si fueran animales, además que sus escasos aportes culturales se fueron diluyendo sin llegar al presente (a diferencia de países donde el flujo esclavista fue mayor como Brasil, Cuba o Colombia), o al menos pequeños rastros, según entienden quienes niegan la presencia afro en el país “más blanco de Sudamérica”. No obstante, lejos de haber desaparecido, como relatara la historia oficial, los afrodescendientes serían hoy alrededor de 2 millones de habitantes, según algunas estimaciones. Por ende, la impronta cultural no se desvanece. Aunque la RAE pierda la dimensión de la africanía del lenguaje hablado en el Río de la Plata (y más allá) los aportes al mismo de los esclavizados (así como de otras camadas inmigratorias con origen en África) están muy vivos.
Si bien la RAE no contempla el origen africano de varias palabras del castellano, sí lo hace el Diccionario de Africanismos en el Castellano del Río de la Plata, una obra del etnomusicólogo y gran conocedor de la cultura africana Néstor Ortiz Oderigo, estudioso de la impronta afro en el Río de la Plata y Brasil. El citado Diccionario es un texto inconcluso, escrito en la década de 1970, y recién publicado en 2007 por un equipo argentino de especialistas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En esta obra Ortiz Oderigo recopiló unos 1.500 términos, los africanismos.
Algunos ejemplos
A continuación, algunos casos de voces que la RAE no repara en su abolengo africano pero la obra citada sí, agregando más definiciones y enriqueciendo la polisemia.
Bancar: entre las doce definiciones que ofrece la RAE, se pierden de vista las acepciones africanas. Para Ortiz Oderigo procede del kimbundu (hablado en Angola) kubanga o kubanca, que significa respaldar y hacer. También es simular algo o “darse aires”. En el uso actual más frecuente significa ayudar a alguien.
Bobo: entre seis definiciones de la institución reguladora de la lengua española, la más conocida es la que se aplica a una persona tonta, y todas parten de la palabra troncal balbus, del latín. Pero Ortiz Oderigo advierte que al Río de la Plata llegó un grupo étnico, el bobo, oriundo del norte de Costa de Marfil. Por otra parte, determinados habitantes de Sierra Leona refieren a “bobo” con el mismo sentido que el actual, de alguien torpe y lento de entendimiento. La voz aparece en otros casos africanos, mostrando su riqueza conceptual y la de la diversidad de África.
Bomba: los veintidós usos proveídos por la RAE derivan del latín. Sin embargo, Ortiz Oderigo escribió que la voz se halla tanto en Sierra Leona como en el Congo, con variedad de significados, y hasta llegó al vudú de Haití, una danza de la religión.
Capanga: otra dicción del kimbundu, derivada de kapanga, para Ortiz Oderigo “guarda costas, guardaespaldas, matón a sueldo”. Apareció en la provincia de Corrientes y en Uruguay para designar a los capataces de las plantaciones de yerba mate. Discrepa el especialista, respecto de la RAE, cuando la institución le adjudica a la voz un origen del portugués brasileño. En cuanto a significados, hay consenso entre ambas fuentes.
Catinga: el término tiene origen guaraní, conforme la RAE. Se lo define como el olor desagradable exhalado por animales, plantas y personas. La definición africana proviene del kimbundu y, en un claro sentido racista, se aplicó a la profusa sudoración de los esclavizados. En Argentina se utiliza “negro catinga”, un insulto que denota una posición social muy humilde.
Cumbia: para la RAE es una danza popular colombiana y panameña. Nada indica sobre su claro abolengo afro, derivado del yoruba kumb, hacer ruido, escándalo, gritar. Así se lee en la definición del Diccionario de Africanismos.
Chicana: la RAE la entiende como broma, artimaña, chanza, etc., y deriva sus significados del francés. Para Ortiz Oderigo la voz se gesta en el Río de la Plata gracias al ingreso de esclavizados hausa (norte de Nigeria).
Chongo: de las seis definiciones de la RAE, ninguna se aplica a la forma más usual de emplearlo, como sinónimo de hombre apuesto y varonil. Esta última definición tal vez guarda una relación muy cercana con la acepción que ofrece el africanista, de origen kimbundu: “Lo empleaban los tratantes de «marfil negro» para referirse a los esclavos robustos, dotados de excelentes condiciones físicas que los tornaban muy aptos para el trabajo”.
Epa: sobre esta conocida interjección, para advertir peligro o sorpresa, la RAE no precisa un origen, aunque en el Diccionario de Africanismos se lee una cuna yoruba (Nigeria y Benín).
Ganga: de las cuatro versiones proveídas por la RAE, ninguna se la vincula con un origen africano. Ortiz Oderigo coincide en la acepción de un bien conseguido a un muy buen precio, y advierte procedencia kimbundu del vocablo.
Macana: la RAE da por sentado que se trata de lo más común, un arma, junto a otros significados como una mentira e instrumento de labranza, y la reconoce como una voz de origen amerindio y caribe, pero la explicación de Ortiz Oderigo es mucho más completa y remite al irukere (otro africanismo), o rabo de asno o de caballo, un instrumento musical idiófono, de sacudimiento, que trajeron los esclavizados al Nuevo Mundo, en particular los de etnia yoruba (actuales Nigeria y Benín). También alude, según el africanista, a una insignia de mando.
Maraca: el término de un reconocido instrumento musical, conforme la RAE, tiene origen guaraní. Sin embargo, Ortiz Oderigo, también le reconoce un origen traído por los esclavizados a América. Hoy en día es una forma despectiva de referirse a hombres homosexuales, además de no haber perdido su significado musical. Marica deriva del cafre (ave o urraca) y se lo utiliza peyorativamente para hombres gay o afeminados.
Marote: se utiliza en el lunfardo para referirse a la cabeza y la RAE coindice en esta acepción sin aclarar la procedencia. Para el etnomusicólogo la voz proviene de varias regiones de África occidental colonizadas por Francia, como Dahomey, y alude a un cetro que indicaba demencia en propietarios u, otro significado, para dirigir ceremonias.
Mina: entre las varias acepciones que ofrece la RAE, en Argentina, Uruguay y Bolivia se la utiliza con la más conocida, como sinónimo de mujer. Se rastrea un origen griego, latín y francés. Empero, conforme reconstruye Ortiz Oderigo, su empleo en el lunfardo es fundamental y acota que la expresión fue utilizada por los negros minas en sus festividades para reconocer a las mujeres muy vistosas por la portación de abalorios. Si bien hay otros significados de raíz africana, el de mujer es el más recurrente.
Minga: en varios países sudamericanos refiere a la idea de un determinado tipo de trabajo colectivo y su origen es quechua, conforme la explicación de la RAE. Pero Ortiz Oderigo rechaza ese planteo de procedencia y ubica su raíz en el lenguaje fon del Dahomey (actual Benín), aunque no discute su significado, pues, entiende, es coincidente con el ríoplatense. Hoy se la emplea como una forma expresiva de negación.
Mucama: todos sabemos qué significa, pero el africanista, discutiendo el origen del portugués brasileño referenciado en la RAE, indica que es un término africano derivado del kimbundu mukama.
Punga: para Ortiz Oderigo es una dicción kimbundu cuyos significados se presentan en varios países latinoamericanos. Hoy lo se utiliza para identificar al carterista, en el caló, y ese es el sentido que da la RAE, aunque sin aclarar sus orígenes.
Tilingo: la RAE consigna, sobre una persona, “Insustancial, que dice tonterías y suele comportarse con afectación” y agrega que la voz es utilizada en Argentina, Uruguay y Paraguay. Sin embargo, Ortiz Oderigo indica que el término proviene del tilín propio de la campana para los mandé (grupo étnico que habita algunos países de África occidental). En el habla actual significa algo más en línea con la definición de la RAE.
Tongo: para la RAE es hacer trampa en una competición deportiva. Con un sentido similar, el autor del Diccionario de Africanismos explica que proviene de una expresión del idioma kimbundu. En el habla ríoplatense alude a un acuerdo o un negocio de dudosa moralidad, como también a una estafa o fraude.
Zumbar: la RAE da ocho definiciones y la más conocida es la de hacer ruido. En ningún momento se da cuenta del origen africano, el cual Ortiz Oderigo lo deriva del congoleño zumba, en el sentido de producción de un ruido áspero y continuo.
Estas son algunas de las definiciones de palabras de uso frecuente en el castellano, un listado modesto, para hacer entender que la huella africana es mucho más pronunciada de lo que se cree en el Río de la Plata y, en general, en regiones de América en donde no está tan visible.
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