Menuda cantidad de artículos se han escrito estos días a raíz del video Kony 2012 que ya ha alcanzado más de 100 millones de visionados en la red. Toda una avalancha de opiniones, análisis y tomas de posición para todos los gustos. Por un lado es para felicitarse de que muchas personas sepan ahora por lo menos dónde esta ahora Uganda. Por otra, parece como si ahora los propietarios de los principales medios de comunicación hubieran obligado a sus periodistas a hacer un curso acelerado de conocimiento del conflicto que se ha vivido aquí en los pasados últimos años. Mientras ha habido análisis brillantes, certeros y con conocimiento de causa, ha habido otros artículos para echarse a llorar, que parecían escritos por mediocres becarios que no han tenido otra base que la wikipedia y que confundían estrepitosamente el culo con las témporas. Con frecuencia y a falta de otros puntos de referencia, la infame figura de Kony venía asociada al cuadro de honor de los personajes más impresentables de este continente como Idi Amin, Bokassa, sin ahorrar detalles de algunas de sus fechorías.
En uno de los principales periódicos españoles apareció un artículo con el pretencioso título de “La verdad sobre Uganda” en el cual se pontificaba acerca de los 40.000 niños que cada día recorren los caminos de la zona para refugiarse en los centros urbanos durante las horas nocturnas y pueden así evitar que los capturen los rebeldes. Con un par. La autora en cuestión ni siquiera se tomó la molestia de corroborar este hecho (que era normal en el año 2003 o siguientes) pero que ahora ya simplemente no existe. Siguiendo el ejemplo y el método del autor del vídeo, se limitó a citar hechos sin ni siquiera ponerlos en un contexto espacial o temporal e incluso cometiendo fallos garrafales a la hora de escribir el nombre del presidente ugandés. Todo un ejercicio de “periodismo de investigación” (llevado a cabo desde Madrid, por supuesto) merecedor a todas luces de un galardón a la osadía mediática. Eso tiene el resumir un conflicto muy complejo en cuatro líneas (para no perder la atención del lector), y si la cosa se pone en tesitura de “buenos contra malos” (ingrediente esencial según mi opinión del famoso vídeo), mucho mejor, al final la historia hasta tiene moraleja.
Aquí quien más quien menos ha aprovechado el asunto para hacer su doctorado particular en el Norte de Uganda, los niños soldado, Kony y la madre que lo parió. Y lo peor es que al final la gente de a pie termina más confundida que otra cosa, cuando no reafirmada en la opinión que África no es otra cosa que un pozo de violencia, salvajismo y oscurantismo.
Uno de los elementos que se escapan a casi todos los análisis de esta historia es el hecho (dramático y dolorosísimo por otra parte) que una buena parte de las víctimas – los niños secuestrados y retenidos contra su voluntad pero convertidos en niños soldado – son al mismo tiempo los autores – aunque sean obligados – de muchas de las atrocidades del LRA. Esa doble perspectiva (abusada por el gobierno ugandés que proporcionaba cifras de “rebeldes” cuando los abatía y de “niños liberados” cuando podían escapar de sus secuestradores y de los ataques del ejército) es algo que hay que tener muy en cuenta a la hora de poder juzgar con ecuanimidad lo que ha pasado en Uganda durante todos estos años. No es un cuento en blanco y negro, con buenos y malos … sino una historia llena de grises y de contraluces que necesita muchos matices y algo de paciencia periodística para poder comprenderla mejor.
Parece incluso paradójico que, días después del tremendo impacto del vídeo Kony 2012, el autor del mismo fuera arrestado por la policía por ir borracho, intoxicado con alguna sustancia, desnudo y haciendo amagos de masturbarse en plena calle. Alucinante. Después de pontificar clara y categóricamente a medio planeta acerca de los males que acechan a los pobres niños de Uganda y la manera de arrancar la raíz del mal arrestando al malvado Kony, lo pillan al pobre a las primeras de cambio colocado y haciendo el primo por la calle. Ironías del destino. Qué poco dura a veces la autoridad moral… es como si la realidad, con su componente de ironía añadida, se pareciera cada vez más a los guiones cinematográficos.
Original en En Clave de África