Después de Garissa, Somalia y Kenia afrontan un futuro dividido

10/04/2015 | Crónicas y reportajes

“Nunca he conocido a un somalí que no se alegre de la muerte de cristianos”, dice Maneno, profesor de 29 años de la Universidad de Garissa.

Maneno (no es su nombre real) creció en la parte oeste de Kenia. Estudió mediante libros prestados sin luz eléctrica, desde la salida hasta la caída del sol. Soñó con convertirse en un reputado abogado, pero el gobierno, que pagaba las tasas de la universidad, le forzó para que fuera profesor. Maneno trabajó duro toda su vida, superando los pronósticos, y ahora dos de sus amigos más cercanos han muerto. Él se encuentra en shock, sin trabajo, enfadado y asustado.

Y culpa a la etnia somalí de Kenia de este destino.

Al Shabab está jugando a “divide y vencerás”, dice Mohamed Amiin, un antiguo político de Somalia que estaba de servicio cuando el grupo terrorista fue fundado; deslegitimizando el gobierno, desestabilizando la sociedad, y llevando a los civiles hacia el extremismo para incrementar su propia importancia.

Kenia se está fragmentando. Con cada ataque perpetrado por las milicias de al Shabab de Somalia, el gobierno popular de Kenia amenaza con una respuesta cada vez más feroz. La corrupción y la ineficacia de los servicios, fundados por los Estados Unidos y el Reino Unido, llevan a imponer a las comunidades musulmanas de Kenia ejecuciones extrajudiciales, emboscadas ilegales, extorsiones y brutalidad.

“Nosotros los kenianos hemos cometido un error”, dice un empresario. “Hemos permitido a los somalíes entrar en nuestro país, y ahora ellos nos están matando. Los somalíes son sólo uno, y cada somalí es al Shabab. Todo el mundo piensa esto”.

Los somalíes poseen una frase para la actitud etnocéntrica de los kenianos: “waryaa ni waryaa”, que significa que el somalí es somalí. Incluso los apoyos de al Shabab le están dando la espalda al grupo a la luz de sus denigrantes ataques. “La masacre de estudiantes y profesores no es un buen movimiento político”, señala un somalí-keniano que una vez simpatizó con el grupo.

Algunos analistas han declarado que el ataque de Garissa podría señalar la intención del grupo de aliarse con el Estado Islámico. Al Shabab, por su parte, proclama que son un miembro respetable de al Qaeda y que ésta se trata de una guerra local que podría acabar si Kenia retirara sus tropas de Somalia y respetara los derechos humanos de los somalíes que viven en sus fronteras, según un portavoz del grupo.

Un activista keniano, Boniface Mwangi, lucha por contrarrestar el elevando resentimiento contra la etnia somalí, culpando directamente al gobierno: “no es sobre al Shabab”, “los miembros de al Shabab son criminales. La culpa yace en el gobierno de Kenia que ha fallado en proteger a sus propios ciudadanos. No se trata de musulmanes y cristianos”.

Kenia, como baluarte contra la expansión del terrorismo islámico en África, ha recibido miles de millones de dólares de fondos extranjeros por sus servicios de seguridad. En enero, Gran Bretaña concedió cerca de 87.3 millones de dólares, pero Mwangi defiende que nada de esto puede ayudar si la policía permanece siendo la “institución más corrupta de Kenia”. La lucha de Kenia por fomentar la unidad debe enfrentarse a la prosa de al Shabab, ya que culpan a Kenia de dejar profundas heridas psicológicas a través de la persecución de musulmanes.

Cuando Kenia se proclamó independiente en 1963, muchos de sus habitantes del noreste se consideraban somalíes; y Somalia quiere que ese territorio vuelva a ser parte de su posesión. Pastores que volvieron a Somalia entonces, lucharon contra Kenia durante cuatro años, y a éstos los kenianos les llaman “shiftas”, que significa bandidos en somalí. Los países firmaron un alto el fuego en 1967 pero las etnias somalíes continuaron estando marginadas y siendo el blanco de ataques.

Una vez, Maneno entró en discusión con un grupo de somalí-kenianos en Garissa. Insistían en que los integrantes de al Shabab no eran musulmanes, lo que Maneno desmintió, alegando que “cuando estaban matando a nuestros estudiantes, los separaban entre musulmanes y no-musulmanes”. Maneno añadió que pocas semanas antes, el ejército de Kenia mató a cuatro sospechosos de pertenecer a al Shabab en el hotel de Garissa donde él se quedaba. La comunidad local estaba indignada, clamando que los soldados habían matado a civiles inocentes. “Por eso es por lo que vinieron a nuestra universidad”, afirmó.

El año pasado por esta época, seis meses después de la masacre del centro comercial de Westgate, los ataques no pararon de acontecerse. Activistas como Mwangi clamaron que el problema era la corrupción, pero en lugar de centrarse en ella, el gobierno se dedicó a lanzar medidas severas contra la comunidad somalí. La policía fue puerta por puerta, intimidando y extorsionando mediante sobornos. El gobierno dijo que se arrestaron a más de 4,000 personas en una semana. Esto desembocó en una explosión de odio mediante recursos online contra la comunidad somalí: el gobierno afirmaba en sus mensajes que los somalíes eran terroristas.

“Condenaron a toda una comunidad”, dijo Mwangi, y añadió que “si este asunto se tiñe de conflicto entre musulmanes y cristianos, va a crear un enorme rencor y odio”.

Maneno califica a las llamadas para la unidad del presidente Kenyatta “falsas promesas”; el comportamiento del gobierno deja claro quién tiene la culpa. “Esta guerra entre kenianos y somalíes no comenzó ayer, sino hace ya mucho tiempo”, señala Maneno.

Maneno era un niño cuando el ejército de Kenia arrestó a cientos de somalíes y los llevó a una ciudad remota, Wagalla, a 300 km al norte de Garissa. Algunos fueron ejecutados, otros torturados. Los supervivientes fueron despojados de sus ropas y obligados a quemarse al sol durante días. El gobierno de Kenia anunció la muerte de 57 de ellos, pero los testigos ascienden esta cifra hasta 5,000.

Sólo el gobierno puede acabar con este torbellino sectario y violento antes de que se convierta en un conflicto civil; y se teme que esta crisis ya está llegando.

Jessica Hatcher

Hiiraan Online – Fundación Sur

Traducción de Iris Pugnaire Sáez

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