Autor invitado: Diógenes Armando Pino Ávila ( Panorama Cultural )
Hace algunos años, en el libro «Tamalameque historia y leyenda» escribía sobre la pérdida acelerada de las tradiciones y me salía de las tripas la queja, cómo la oralidad se refundía en solo la memoria de algunos ancianos. Decía que la tecnología había irrumpido en nuestro mundo, en el de mi pueblo, y como punta de lanza llevaba la televisión y el comics, y era tal el poder y su fuerza, que habían arrinconado la fauna fantástica que nos divirtió de niños, y que habían invadido su hábitat pues personajes como: «El tío conejo», «La tía zorra», «El tío tigre», «El tío burro», «El tío mico» y otros personajes, de los cuentos tradicionales nuestros, estaban a punto de desaparecer.
Me dolía que el «Tío Rico», el «Pato Donald» y sus culiblancos sobrinos «Hugo, Paco y Luis», se hubieran apropiado de la fantasía de los niños de nuestros pueblos y hubieran reemplazado a los nuestros, a los criollos. Me quejaba de que Superman, Batman, Acuaman, Roy Rogers, El Llanero Solitario y otra cantidad de héroes y villanos con poderes especiales, llegaran abruptamente y desplazaran a los héroes locales, los nuestros, que tenían «niños en cruz« incrustados en sus brazos y sabían oraciones para tirar trompadas y eran capaces de derrotar hasta al diablo mismo.
Sobre la fantástica fauna nuestra, decía con algo de ironía, que nadie salía en su defensa y señalaba, que el Inderena (versión antidiluviana de las CAR) no hicieran nada por evitar la extinción de esa fauna fascinante y nuestra, que tanto divirtió a la niñez y juventud de las generaciones anteriores donde se contaban sus cuentos y aventuras bajo la luz de la luna, en esas noches de oralidad en que nos gozábamos a nuestros mayores.
Nuestros mayores nos entretenían y se entretenían en la prima noche contándonos historias y cuentos donde los personajes centrales eran precisamente esos tíos y tías, animales de inteligencia vivaz, de agudeza en sus juicios, de viveza en sus decisiones que siempre salían triunfante ante los adversarios, otros animales, que querían sacar ventajas sobre ellos en algún pasaje de la historia.
Había personajes maravillosos como el trio de oro de mi pueblo «Juan, Pedro y Manuelito» que tenían, también un trio de perros maravillosos con unos nombres larguísimos que hacían alusión a unos super poderes sorprendentes en la inocencia de nuestros niños, sus nombres eran: «Vuela por los aires», «Rompe cadenas» y «Rompe candados»: estos poderes los utilizaban para ayudar a sus dueños a salir de las cárceles y otros encierros a que eran sometidos por los villanos de los cuentos.
Recuerdo al tío Sixto, un hermano de mi abuela y a mis tías abuelas contándonos esas historias, mientras que apretujados y atentos, sentados en el suelo el grupo de niños, mis primos y vecinos, escuchábamos atentos, extasiados, esas aventuras que alimentaban nuestra imaginación, forzándonos a ver en nuestras mentes las imágenes narradas sabiamente por estos ancianos.
Todo este mundo comenzó a derrumbarse con la llegada de los comics, los famosos «paquitos» como los llamábamos en la costa caribe colombiana. Perdimos esos personajes, perdimos ese mundo mágico de la oralidad y fue reemplazado por personajes y héroes foráneos en una colonización de la modernidad y de las comunicaciones y nos implantaron otra forma de pensar y de ver el mundo, pues esos héroes tenían superpoderes y siempre querían salvar la humanidad de la amenaza de unos villanos poderosos que querían tener el poder y el control del mundo.
No todo fue malo, con esos comics aprendimos a leer por el placer de leer, no hubo un niño que no hiciera el acto de leer en forma espontánea, no hubo un joven que no leyera una novela de El Santo, El enmascarado de plata u otro comics y sobre todo que leyera libremente, sin la obligación y la presencia inquisitorial del maestro. Esos comics fueron los instrumentos iniciáticos de una rebeldía positiva que nos llevó a leer y a liberarnos de la obligatoriedad de la lectura que nos imponían, de esa lectura enclavada en las cartillas de «Alegría de leer» y otras que se me escapan en el momento.
De todas maneras y a pesar de lo positivo del acto de leer, hoy pienso que se podían sostener la oralidad y la lectura pues lo uno no excluía a lo otro, de todas maneras lo que hubo fue un acto de desarraigo y un desplazamiento forzado de la memoria colectiva, y un repudiable acto terrorista de desaparición forzada no documentado por el Centro de Memoria Histórica; un caso no aclarado de violencia en el patrimonio popular. Nuestros héroes criollos y nuestra fauna fantástica claman justicia y nosotros los niños de esa época exigimos justicia, verdad y reparación.
Artículo originalmente publicado en Panorama Cultural: http://bit.ly/2l2QFHb
Fuente: Afribuku