Deportado cuando iba a realizar su trabajo, por Fátima Valcárcel

20/03/2012 | Bitácora africana

Tomo uno de los últimos ejemplares de Les Echos para corroborar un dato y reparo en el lema que aparece en la portada: « Je ne suis pas d’accord avec ce que vous dites, mais je me battrai jusqu’au bout pour que vous puissiez le dire. » (Yo no estoy de acuerdo con lo que dice pero pelearé hasta el final para que lo pueda decir.) La frase es de Voltaire, pensador francés de la Ilustración, de la razón.
Ayer, sábado 17 de marzo, el diario cumplía 23 años de vida. Es decir, en 1989 los miembros de la cooperativa Jamana, que entre otras editan esta publicación, lanzaban su primer número con la cita de un europeo que todavía gobierna su cabecera.

Pero ayer no fue para mí un día de celebraciones. Ayer uno de mis compañeros me contó cómo había tenido que regresar a Malí, sin poder realizar el trabajo que había ido a desarrollar a Francia. La policía del aeropuerto de Orly, en París, había decidido deportarle.
Sidiki Doumbia, invitado por una ONG francesa, había viajado el martes pasado desde Bamako hasta el país galo con la intención de cubrir los últimos días del Foro Mundial del Agua (WWC, en sus siglas en inglés), que se ha celebrado esta semana en Marsella. Desde aquí, incluso habíamos concertado una entrevista con el presidente del WWC, Loïc Fauchon, gracias a que casualmente él había colaborado conmigo en una ocasión. Por su parte, el consulado francés había expedido el visado de trabajo de Sidiki, sin problemas. Todo estaba en regla. Todo previsto.

En el área de llegadas de Orly, le esperaba impaciente su tío. Desde que él y su mujer se habían instalado en Francia, hará unos 15 años, todavía no habían recibido la visita de ningún familiar. La maleta de Sidiki iba cargada de regalos que su madre había preparado para su tía. De haber ido todo como debía, la misma maleta -o tal vez otra- habría vuelto repleta de regalos que la tía seguramente habría preparado para la madre, para todos.

Pero Sidiki no llegó a pasar la frontera. No pudo ejercer su trabajo. No pudo abrazar a sus tíos. “Los papeles están correctos”, afirmaron los policías, “pero con el dinero que llevas encima no puedes sobrevivir tanto tiempo”. “La ONG se va a encargar de todo y afuera me espera mi tío, con quien tengo previsto pasar los últimos días”, les explicó Sidiki. “No necesito más que lo que traigo”, precisó. “No obstante, si es una cuestión de dinero, dejen que pase mi tío y él traerá la cantidad que estimen conveniente”.

Se negaron. El tío tampoco podía cruzar la frontera a la inversa. Se negaron. Las gestiones diplomáticas que, entre tanto, se estaban realizando en Bamako, tampoco eran suficientes. Los policías de Orly barajaban solamente dos opciones: que el presidente de la República de Malí, Amadou Toumani Touré (ATT), se ocupara directamente del asunto o que se comprara otro billete de avión, se marchara a Malí a por el dinero y regresara después a París. Así podría entrar tranquilamente.

Sidiki no entendía nada. Llegó a pensar que eran los franceses quienes no entendían nada. “¡Cómo si el jefe de Estado de mi país no tuviera otros problemas más importantes que resolver que este!”, les contestó desde el estado de impotencia en el que se encuentran las personas que viven una situación tan surreal, que solo pueden llegar a asimilar cuando la pesadilla ha terminado.

“Ni aunque me pagaran por quedarme, querría vivir aquí”, me contó que les había intentado explicar. “¡Qué se queden con su país!”, exclamó con una medio sonrisa mientras miraba al infinito al terminar de narrarme lo ocurrido. “En fin, lo tomaré como parte del aprendizaje de la vida”, concluyó. “Me ha dolido, pero no deja de ser una enseñanza más…”.

Yo le miré perpleja. Era la primera vez que Sidiki viajaba a Europa. Había dormido muy poco estos días para poder prepararse bien. Le apasionan los temas relacionados con la agricultura. Además, sus tíos no tienen hijos y se habían emocionado al pensar que disfrutarían, aunque tan solo fuera durante dos días, de su pequeño… 1 Sin embargo, pese a que habían matado su ilusión y la de sus tíos, Sidiki todavía tenía fuerzas para quedarse con el valor de la experiencia…
Nunca hasta hoy me había fijado en el lema de Les Echos. Tan global. Tan para todos los que creemos en la libertad de expresión. En los derechos humanos.

Muchas veces, antes de hoy, me he preguntado si alguna vez ha reinado la luz en Occidente. Muchas veces, antes de hoy, me he planteado si el punto en el que nos encontramos actualmente debería de pasar a la historia como el de la sinrazón. Si ya sufrimos sus consecuencias… Si seremos capaces de aprender de la experiencia…

1: Así es en Malí la familia. Tu primo mayor no es tu primo, es tu hermano mayor. Igual que tu prima mayor no es tu prima sino tu hermana mayor. Lo mismo sucede con los pequeños. Hoy, por primera vez en mi vida, me he parado a pensar en la importancia que siempre se ha dado en mi casa al concepto de primo hermano… Y en cómo tanto significante como significado se desvanecen en España…

2: A principios de 2009, vivían en Francia unos 120.000 malienses. En ese momento, y por cuarta vez, el presidente de Malí, Amadou Toumani Touré (ATT), se negó a firmar un acuerdo bilateral con el gobierno de Nicolás Sarkozy que, principalmente, determinaba que Francia concedería anualmente 1.500 permisos de residencia y de trabajo a ciudadanos malienses, a cambio de poder expulsar del país a unos 30.000 malienses sin papeles, a lo largo de ese año.

La nueva política defendida por el ministro de Inmigración francés, Brice Hortefeux, como “la gestión concertada de flujos migratorios y de desarrollo solidario”, no se había dirigido únicamente a este país de África. Para entonces otros países como Senegal, Gabón, Benín, Congo, Túnez, Islas Mauricio o Cabo Verde ya habían cerrado sus respectivos acuerdos.

La presión de la diáspora maliense en Francia y el volumen de remesas que envían los malienses a su país se consideraron dos de los motivos principales de la no cesión de Malí ante la insistencia francesa.
Según datos consultados, las remesas de los malienses que viven en el exterior superaron el 25% de los ingresos presupuestarios en 2009.

Original en Es La Hora de África

Autor

  • Valcárcel, Fátima

    Fátima Valcárcel es ante todo periodista y enamorada de África y por este continente ha volcado su labor profesional y humana . Actualmente reside en Mali donde colabora con el periódico "Les Echos" y desde Bamako escribe su blog "Es la hora de África" que reproducimos en esta Bitácora Africana.
    Escribe en la Revista "Política Exterior" y en "FronteraD" , y en la Universidad de Valencia con la Cátedra UNESCO . organizó y dirigió seminarios sobre África

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