Cuando hablo de la situación de África en cualquier foro, siempre hay quien piensa que estas son unas sociedades corruptas, pasivas e indolentes sin sentido crítico alguno que aguantan los carros y carretas de sus líderes y sus corruptelas con una resignación casi bíblica. No niego que algunas veces las situaciones que vive el continente africano pudieran dar lugar a una impresión así, porque las pequeñas iniciativas siempre son más discretas y más calladas que las jugadas de los poderosos y sus grandes tejemanejes.
Pero, sin embargo, siempre hay situaciones que representan lo contrario. En las últimas semanas, dos lamentables episodios violentos han tenido lugar en la región sursudanesa del Bahr-el-Ghazal Occidental, en las ciudades de Raja y Wau. En ambas situaciones, el ejército sursudanés se ha visto incapaz de prever el ataque, de controlar la situación y de proteger a la población civil. En sendos ataques a manos de grupos armados de desconocida procedencia ha muerto un número indeterminado de personas inocentes y, en cada caso, el general de turno ha aparecido unos días después – una vez que todo el mal estaba hecho y toda la sangre había sido derramada – para decir que la situación estaba ya bajo control.
Un gobierno completamente desnortado lleno de líderes que no son sino señores de la guerra encorbatados, un ejército con las manos mancilladas (vean recientes informes de las Naciones Unidas y de organizaciones de Derechos Humanos acerca de la brutalidad de los soldados gubernamentales en acciones militares de los últimos años), una élite corrupta y despiadada que no conoce ni el diálogo ni está dispuesta a aceptar la crítica llegando a callar a quien hable demasiado de sus corruptelas… este es el fatídico cóctel en el que se ven involucrados millones de sursudaneses que sufren diariamente las consecuencias de tanto dislate.
Y es por eso que llega un momento que, a falta de autoridades morales, los líderes religiosos se erigen en profetas incómodos pero necesarios para llamar la atención sobre los sufrimientos de la gente sencilla. En estos términos hablaba el pasado domingo Monseñor Rocco Taban, el Administrador Apostólico de la diócesis de Malakal en la Catedral de Yuba:
“Más de cien mil personas están huidas en la selva siendo desplazadas por su propio gobierno. Éste es el país que hemos elegido, éste es el país por cuya independencia votamos y que ahora nos desplaza a la fuerza. Nuestro mismo país. En verdad, estamos gobernados por monos, por una verdadera panda de monos.” Por si la cosa no estuviera suficientemente clara, Monseñor Taban menciona expresamente al presidente Salva Kiir: “¿Amamos nuestro país? ¿Amamos nuestra nación? Hasta ahora el Presidente de la República no ha dicho ni una palabra. En Australia hubo hace unos días el asesinato de tres personas y el Primer Ministro salió fuera de su oficina tres veces para leer una declaración… simplemente debido a tres australianos….
Ellos [mientras tanto] están comiendo, bebiendo y durmiendo. ¡¡Demonios!! ¡¡Esos son demonios!! Nos gobiernan demonios… Y nosotros lo sentimos en el alma porque son criminales.”
No es la primera vez que Monseñor Rocco Taban habla así, ya en otra ocasión había acusado a los líderes sursudaneses de tratar a la gente como si fueran ganado, moneda de cambio y acusó a los políticos de provocar violencia y de actuar sólo a través de sus “iletrados” agentes de seguridad.
Yo personalmente conozco a este líder religioso y sé que no habla a humo de pajas. En sus palabras se refleja el hastío y el sufrimiento de tanta gente inocente que no tiene una voz para cantarle las cuarenta a sus líderes. Espero que, tal como se paga la crítica política en Sudán del Sur, Tabán no tenga que pagar con creces por su osadía. Por lo menos, no dirán que en este triste capítulo de la historia del joven país la Iglesia en Sudán del Sur se muerde la lengua.
Original en : En Clave de África