Unos 27.000 africanos han llegado desde diciembre de 2010 hasta la isla italiana de Lampedusa a bordo de precarias embarcaciones huyendo de la difícil situación de Túnez y Libia. Sin embargo, cuando llegan allí, en lugar de encontrar amparo y refugio se topan con unas lamentables condiciones y con el rechazo de una Europa que, ante esta crisis, vuelve a mostrar su verdadero e insolidario rostro.
Lampedusa es una pequeña isla de veinte kilómetros cuadrados habitada por unas 5.500 personas y situada en el mar Mediterráneo a sólo 113 kilómetros de Túnez. En realidad es más africana que europea si nos atenemos a la geografía. Y este hecho, al igual que pasa en España con las Islas Canarias, la ha convertido desde hace ya algunos años en una de las puertas traseras de entrada a Europa para cientos de miles de africanos.
Sin embargo, las revoluciones en los países árabes, más concretamente en Túnez, y la guerra en Libia han precipitado la salida de decenas de miles de personas hacia Lampedusa, personas que en muchos casos vienen huyendo de la persecución, las palizas y las torturas o simplemente que intentan escapar de la violencia, la inestabilidad y la falta de horizontes que hay ahora mismo en ambos países, sobre todo en Libia.
Desde el pasado mes de diciembre, cuando comenzó la llamada primavera árabe, unas 27.000 personas han llegado a esta pequeña isla, entre ellas los 760 ocupantes de una barca el pasado 19 de abril que es la más grande llegada hasta ahora a Lampedusa. Un reciente informe de Médicos sin Fronteras, que lleva doce años en la isla atendiendo a los recién llegados, asegura que, una vez en tierra, «las condiciones para estos refugiados y migrantes son generalmente pobres y no cumplen con los mínimos estándares para la acogida de personas vulnerables,lo que conduce al sufrimiento renovado y la incertidumbre de estas personas».
En concreto, Médicos sin Fronteras, en su informe Buscando refugio, encontrando sufrimiento, asegura que «no hay una separación adecuada entre hombres y mujeres, las condiciones de vida en los centros de recepción son bastante malas, falta acceso a la información sobre sus derechos y faltan medidas adecuadas para los grupos más vulnerables, como las víctimas de la tortura y violencia, los menores no acompañados y las mujeres».
Algunos de los relatos recogidos por Médicos sin Fronteras en dicho informe son escalofriantes, como este de una mujer eritrea de tan solo 22 años: «Unos amigos me dijeron que si les daba 900 dólares podría irme en un barco. Pasé dos días esperando por una plaza en una barca. Un grupo salió primero, pero había mucho viento y su barca se rompió a ocho kilómetros de la costa. Tuvimos que esperar todos juntos de nuevo. Volvieron y encontraron una barca más grande para todos. Éramos 300 personas. Nos llevó cuatro días llegar desde Trípoli hasta Italia. Fue muy difícil, el agua entraba en la barca, estábamos muy asustados. Las autoridades italianas acudieron a rescatarnos. Una mujer dio a luz en la barca. No teníamos nada con qué limpiar al bebé».
Respecto a las condiciones de vida en los centros de retención, Médicos sin Frontera también ha recogido algunos testimonios que hablan bien a las claras de la situación en que se encuentran miles de personas, muchos de ellos, insisten, que han salido huyendo de violencia y persecución en Libia. Según una mujer tunecina de 67 años, «ayer por la noche, un hombre me siguió hasta el baño. Le empujé, corrí y grité. Los hombres saltan el muro y entran donde estamos nosotras». Otra de 35 asegura: «Ya no tengo marido, nadie me protege. Nos fuimos porque no estábamos seguras y aquí la cosa es peor. Desde llegamos a este centro, nunca descansamos, estamos asustadas porque los hombres entran en nuestra habitación. No nos cambiamos de ropa; no nos atrevemos a desnudarnos porque los hombres están fuera mirándonos a través de las ventanas».
Según ha constatado esta organización, los menores de edad también están retenidos junto a los adultos, lo que contraviene la legislación europea y los Derechos del Niño, acuerdos que competen a Italia y que este país está incumpliendo. Médicos sin Frontera exige a Roma que cambie su manera de proceder con todos estos solicitantes de asilo y refugiados y que se prepare para atenderlos tal y como recogen las leyes, dado que esta intensa llegada de personas, lejos de aminorarse, podría ir en aumento.
Tal y como dice un gambiano de 29 años retenido en Lampedusa en otro testimonio recogido por Médicos sin Fronteras: «Desde el comienzo de los combates, las cosas se fueron poniendo cada vez más difíciles. Sin embargo, yo quería seguir en Libia porque me asustaba mucho viajar a Lampedusa en un barco de pesca. Pero el 17 de marzo decidí que mi tiempo en Libia había terminado. Estaba trabajando en un restaurante y fui a comer algo con mi amigo marroquí. Hombres armados que iban a bordo de un pick-up nos dispararon. Mi amigo recibió un disparo en el pecho. Murió allí mismo, delante de mí. El pick-up dio media vuelta para matarme. Volví corriendo al restaurante. Había cuatro negros trabajando en la cocina del restaurante, incluido yo. Todos decidimos irnos de inmediato. Ahora mismo una persona negra en Trípoli no puede caminar tranquila por las calles. Estás en peligro. Todavía tengo muchos amigos en Trípoli que quieren irse».
Original en Guinguinbali