Este fin de semana, Yahya Jammeh dejó el poder en Gambia después de 22 años. Una época que comenzó con un Golpe de Estado y ha acabado con las tropas senegalesas en las puertas del palacio presidencial. El mandato de Jammeh será recordado por estos últimos años de represión y aislacionismo internacional. Pero, especialmente, por cómo ha finalizado el mismo. No es habitual ver a una organización regional, ECOWAS en este caso, decidida a expulsar del poder a un Jefe de Estado autoritario. Hoy, después de la tormenta, todo el mundo se felicita por el éxito de la operación. Pero la duda persiste: ¿hemos visto el final de un
dictador, o el retiro dorado de un golpista?
La palanca internacional y el punto de apoyo de la oposición unida
No se explica la resolución del conflicto durante el fin de semana pasado sin la intervención de diversos actores internacionales. Desde que el 9 de Diciembre Jammeh se retractara de su reconocimiento de la derrota en las elecciones presidenciales del día 1, la comunidad de países africanos no ha parado de presionar y mediar para que Barrow cogiera el poder. La Unión Africana, mediante una resolución de su Consejo de Seguridad, también decidió dar apoyo a la toma de posesión de Barrow.
Estas actividades de las organizaciones internacionales africanas han implicado a diversas personalidades, desde Sirleaf, la Presidenta de Liberia, a Buhari, ex golpista nigeriano. El papel de estos dos líderes fue el de ofrecer una salida fácil a Jammeh, incluso posibilitando la huida de éste a Nigeria. Sin embargo, en aquel momento Jammeh aún se veía fuerte como para aguantar las amenazas del ECOWAS.
Internamente, se resistía. La extraña coalición de siete partidos que dio apoyo electoral a Adama Barrow, se mantuvo inquebrantable en todo momento, haciendo suyas las consideraciones y amenazas de intervenir militarmente, y aguantando la respiración cada vez que Jammeh volvía a amenazar con llevar al país al precipicio.
El acuerdo
Los acontecimientos se precipitaron cuando, por fin, y con las tropas senegalesas ocupando Gambia, Jammeh accedió a abandonar la presidencia. El rey iba desnudo, efectivamente, y nadie le daba apoyo ni interna ni internacionalmente. Ni siquiera el tan anunciado leal ejército gambiano, ni la guardia pretoriana, ni los mercenarios contratados en el último. Las lealtades en el país habían cambiado, y la capacidad de Senegal para plantarse a las puertas de Banjul sin tener que sortear ningún peligro, demostraron a Jammeh que la hora de aceptar el resultado de las elecciones había llegado.
Con todo, Jammeh no se fue con las manos vacías. Conservará los derechos políticos y la posibilidad de regresar a Gambia. También se le asegura el patrimonio económico que ha acumulado durante estos años de dictadura y se le facilitó la huida con todos los honores que puede tener un dictador derrocado: discurso en la televisión nacional y subida al avión presidencial de un íntimo amigo: el Presidente de la República de Guinea Alpha Condé. Él fue, junto con otro íntimo de Jammeh, el Presidente de Mauritania Abdel Aziz, quien pareció asegurar que la vía de acuerdo funcionaría.
Cambiar un dictador… ¿para poner otro?
Lo curioso de este acuerdo es que en ningún momento parece asegurarse la capacidad del Estado y de la gente de Gambia de juzgar a quien les ha estado robando y masacrando durante 22 años. No se asume ninguna responsabilidad por estos posibles crímenes, ni en la figura del ya expresidente ni en ningún otro representante del Estado.
Es una historia ya conocida. Incluso en el país vecino de Gambia, Senegal, la transición entre un gobierno democráticamente cuestionable (Doiuf) a otro gobierno democráticamente cuestionable (Wade) se sucedió tras gloria y alabanza a las libertades y la democracia del pueblo senegalés. Wade intentó reproducir el modelo de Diouf, y llevarse del Estado aquello que pudo, elaborando otra élite succionadora de recursos –con su hijo a la cabeza. La clave está en cómo conseguir que esa reproducción de gobiernos autoritarios, uno detrás de otro, esa cultura política de la extorsión al Estado en nombre de grandes proyectos democráticos, se acabe. Y garantizar un retiro dorado al dictador saliente no parece la mejor manera de controlar al nuevo Presidente.
Barrow, por cierto, era un semidesconocido hasta ahora en la política gambiana. La detención de Ousainou Darboe, líder del partido en el que Barrow actuaba de tesorero, el UDP, dejó el camino libre para que éste se uniera a otros seis partidos en busca de un frente común ante Jammeh. Barrow apareció como un hombre libre de ataduras, un nuevo político, capaz de representar la esperanza para muchos gambianos y gambianas.
Lo único que se sabía de él era que había estudiado en Londres para después volver a Gambia y triunfar en los negocios inmobiliarios. Es un hombre partidario de devolver a Gambia a la Commonwealth y el TPI.
Con este currículum –que a un observador externo le podría hacer pensar que está cerca de las tesis de la antigua potencia colonial, Reino Unido-, se podría dudar de su capacidad para revertir el sistema de Jammeh, o, como mínimo, preguntarse qué incentivos tiene para hacer eso. Por qué Barrow va a finiquitar este sistema de gobierno que le permite enriquecerse y dominar el espacio público, si de ir mal las cosas se le garantiza un acuerdo de alfombra roja para salir del país y un exilio dorado en Guinea Ecuatorial, que es donde se supone que Jammeh descansa estos días.
#GambiaRising como la verdadera alternativa
La intervención internacional, especialmente la militar, ha arrancado la victoria del fin del régimen de Jammeh a las personas de a pie. Aquellas que han estado sufriendo durante 22 años al dictador, muriendo a manos de su policía, y que ahora ven cómo éste se escapa en un avión presidencial prestado por otro líder democrático de la región, cómo se le permite llevarse con él hasta 11 millones de dólares y coches de lujo, cómo se garantiza sus derechos civiles, y cómo parece que nadie va a ser juzgado por sus delitos.
Esta revolución, este fin de la dictadura gambiana de Jammeh, ha sido de la gente de Gambia. Ellos han protagonizado un 2016 que se inició con las revueltas de primavera y se culminó en las elecciones de Diciembre. Si Jammeh reconoció el día 1 la victoria de Barrow en las urnas fue porque enviaron un mensaje directo con su voto. Y si Jammeh se atrincheró en el poder fue porque empezaron a hablar de justicia y de revisar estos años de sufrimiento.
Podemos hablar de una operación de realpolitik exitosa, y del gran triunfo de las soluciones africanas para problemas africanos. Pero estas grandes palabras no ocultan la tremenda derrota del movimiento popular contra Jammeh a manos de las fuerzas internacionales que pretendían ayudarles, consiguiendo que Jammeh no haga frente a nada más que un retiro dorado en el país de Teodoro Obiang.
Original en : Africaye