Nos llegan noticias y fotos inquietantes de Burundi: manifestaciones, asesinatos y sobre todo dudas sobre el desenlace de esta situación. Como el Burundi es casi invisible en el mapa africano, también las noticias que nos llegan son escasas y casi siempre en letra pequeña. Y como no tenemos relaciones comerciales de importancia lo que allí pasa, para nosotros, no es noticia. Sólo será noticia si la tragedia toma proporciones escandalosas para la conciencia internacional. En nuestro mundo civilizado, sólo tienen derecho a ser noticia y acaparar las primeras páginas de nuestros periódicos los países que tiene poder y dinero.
Mientras tanto, las cámaras fotográficas y las televisiones atisban la situación de Burundi buscando imágenes de muertes y sufrimientos para mostrar que “somos los mejores” y que nuestro mundo nada tiene que ver con lo que pasa en esa “periferia de la tierra”. Pero también en estas periferias también está Dios, aunque a veces no sepamos apreciar su presencia. Sabemos que Dios no conoce barreras y que está presente en todo el mundo. Pero también de una manera especial está en su Iglesia.
He vivido en Burundi. Y en los diferentes momentos de turbulencia muchos se han preguntado y se preguntaban: ¿y la Iglesia qué ha hecho y hace? El Burundi ha conocido tiempos de grandes tribulaciones. La Iglesia no vivía al margen de estas tribulaciones, estaba en medio de ellas. En todos estos tiempos duros la Iglesia nunca de invitar a todos los hombres a la reconciliación y al perdón. Los burundeses han sabido reconocer el valor de este mensaje de tal manera que el 65% son miembros de la Iglesia católica.
La Iglesia católica de Burundi, a través de sus obispos, en su trabajo por la reconciliación ha solicitado al Presidente, Pierre Nkurunziza, que respete la constitución y no se presente como candidato a las elecciones presidenciales. Lo que pedían era respetar el pueblo burundés reflejado en su constitución. Aunque el Presidente, abusando de su poder, se presente como candidato, la Iglesia católica no va a avalar ninguna aventura armada que pretenda derrocarlo por la fuerza.
