- Los efectos de una inocencia mental inconcebible
Desde que se comunicó oficialmente la muerte del papa Francisco, el 21 de abril, algunos africanos rezaron, ayunaron, imploraron, esperaron, incluso, los más fanáticos hicieron hechizos. Otros se sumaron a las campañas mediáticas, sobre todo en las redes sociales, convencidos y convenciéndonos de que ya era el momento de África.
Recordaron al mundo que el “capital humano” de África al cristianismo es del 20 % de los 1.400 millones de católicos del mundo. Incluso recordaron que no fueron los negros quienes crucificaron a Jesús. Insistieron en que la única persona que ayudo Jesús a llevar su cruz el Viernes Santo fue el cireneo, un negro africano.
Algunos que llevan una piedad interior de los débiles espirituales, los temerosos del infierno, meditaban, reconociendo secretamente que los negros africanos eran los únicos fieles que habían aceptado el cristianismo a capa y espada y, por lo tanto, estaban en la mejor posición para comprender los sufrimientos de Cristo. Sufriendo mentalmente por aceptar que eso es una forma de cinismo y de masoquismo espiritual. Esos africanos vivieron esos largos días y esas largas noches con una intensa esperanza, convirtiendo el año del jubileo de la esperanza en un Hic et Nunc que iba a manifestarse en favor su mentalidad de perezosos espirituales que solo saben aprovecharse del trabajo de los demás. Incapaces de estructurar una iglesia que tiene raíces en sus propias tradiciones espirituales, algunos llevaban asiduamente sotanas esos días, otros exhibiendo sus rosarios y confiados en que finalmente la corona de espinas que lleva África sería cubierta de dignidad y de honor.
Lo más impactante era que algunos blancos, para burlarse de esos negros esperanzadores, por ejemplo, les decían: «¡Oye! Igual sale un papa negro». Claro que esos blancos burladores ni siquiera, creían en lo que les decían a los negros. Para tomar un ejemplo en el mundo del futbol. Es como si un aficionado merengue, después de la eliminación del Real Madrid, dijera a un aficionado del Barça: “Ojalá ganéis la Champions este año…”. Los dos aficionados saben perfectamente que ni el que pronuncia esta frase cree en lo que está diciendo, ni el que escucha cree en lo que el otro dice.
Peor aún, los burladores blancos se reían copiosamente de esos negros necios de los que algunos además contestaban: “¡Amen! ¡Aleluya! ¡Dios nos escuche! Y vamos a tener a un papa negro” Como si Dios, algún día, habría hecho caso a una petición de inocencia mental que lleva muy bien asimilado el hecho de que un negro puede ser elevado solo en una institución promovida por los blancos.
Cuando aquella tarde del 8 de mayo de 2025 vieron aparecer la fumata blanca sabían que ahora su espera estaba a punto de verse interrumpida. Cuando la fe desbordante de esos crédulos africanos los impulsó a sumarse emocionalmente con los peregrinos de la plaza san Pedro a mirar al balcón de la cuarta planta de la basílica de San Pedro a escuchar: ¡Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam! ¡Tenemos un papá!
Con una confianza y una serenidad inquebrantables, esos africanos permanecieron tranquilos. Los que no estaban a oscuras, debido a los habituales cortes de electricidad, tenían sus ojos fijos en las pantallas de televisión, esperando la aparición de “su” Papa negro. Y… ¡SALIÓ UN PAPA BLANCO!
¡Pobres negros! ¡Pobres africanos!
Una vez más, los negros no habían entendido que estaban soñando con ojos abiertos. Estábamos en lo de siempre. Que los negros se dejan engañar, tan fácilmente. ¡Pero… bueno!
- Las incongruencias de una humanidad que no quiere crecer
¡Ahora bien, en serio! No entiendo como muchos negros africanos se sintieron realmente y emocionalmente decepcionados porque no se ha votado a un negro como papa. ¡Que pobreza intelectual colectiva! ¿Sería otra manifestación flagrante de una negación deliberada, por nuestra parte a comprender la realidad de este mundo? ¿Cómo que se podría haber imaginado matemáticamente que, en un conclave de 135 cardenales electores con solo 15 negros y 120 blancos, que se iba a votar a un negro? ¡Ah, claro! Los negros confiaban en el Espíritu Santo que podría actuar. ¡Por favor!
Pregunto. Si ya en África no tenemos la libertad de elegir a nuestros dirigentes políticos, que la mayoría nos son impuestos por el imperialismo occidental, ¿y es un papa negro el que deberíamos obtener, solo en base de nuestra fe ciega e inocente? E incluso si este papa hubiera sido negro, ¿cómo habría contribuido eso al bienestar de los africanos? ¿Rezando y cantando días y noches en las iglesias? ¿Siguiendo divididos en microestados según la repartición de la Conferencia de Berlín en 1885 por los europeos? ¿Alentando el tribalismo en nuestras comunidades de vida? ¿Algunos de los nuestros, colaborando a desestabilizar y a combatir aquellos que se han unido para reconquistar nuestra soberanía, defender y levantar nuestra dignidad? Como lo que está pasando con la AES (Alianza de los Estado del Sahel).
Otra cosa, en la mayoría de nuestros países, carecemos de carreteras, hospitales, escuelas, viviendas dignas, empleos y todo lo que constituye el mínimo indispensable para la subsistencia, pero algunos creen que seríamos más felices con un papa negro en Roma. ¡Qué absurdo!
¡Ahora bien! ¿Se piensa que los cardenales negros africanos -papables como los demás- hubieran sido inmunes del síndrome del ensimismamiento egocéntrico que nos suele caracterizar? Se trata de la mentalidad negroafricana que quiere que cuando uno consigue algo va a hacer todo lo posible para disfrutar egoístamente de ello, acariciando su ombligo diciéndose: “soy el primer y el único negro que ha llegado aquí”.
Lo más gracioso de toda esta gimnasia mental y absurda sobre un deseado papa negro fue que esta quimérica esperanza se percibía solamente fuera del ámbito cardenalicio africano. Me explico y, voy a hacer una especulación basada sobre la experiencia de “MI CASA”. Intuyo que los propios cardenales papables negros, razonablemente no querían a un papa negro. Por eso pienso que lo más probable que ha podido pasar en el conclave y, me gustaría equivocarme, fue que ninguno de los 15 cardenales electores negros haya votado a un cardenal negro. En efecto, los cardenales africanos salen del episcopado africano en donde no reina ni una fraternidad amorosa, ni una sintonía de visión que podría llevar a una «complicidad positiva» para los intereses comunes de África. Y, no es que esos cardenales no lo quisieran, es que no pueden. No han sido formados a la posibilidad de tener un sentimiento de orgullo hacía África, ni siquiera hacía ellos mismos como negros africanos. Los cardenales y obispos africanos en su gran mayoría se consideran más como ciudadanos del Vaticano que como ciudadanos de sus propios países. Los ámbitos episcopales y clericales africanos son ámbitos de la máxima expresión del síndrome del esclavo (dicotomía entre el esclavo de campo y el esclavo de salón). También, en esos ámbitos se manifiesta de forma excelente la «crisis de la élite negra» y el “afropesimismo negro”. En efecto, es de costumbre que cuando un obispo negro africano ha sido promovido cardenal o ha sido nombrado a la curia vaticana, las primeras personas que va a despreciar son sus hermanos obispos africanos. Mientras que él, va a dedicarse a imposibilitar que emerja otro perfil africano como el suyo, los que le conocen se dedicarán a ensuciar su perfil y hacer ver que Roma se ha equivocado promoviéndolo. En esta batalla, todos los golpes están permitidos: intrigas, mentiras, chantaje, corrupción, falsos testimonios, brujerías, etc. La actitud más significativa en esta batalla es que todos -tanto el promovido como sus detractores- quedan sometidos y totalmente arrodillados frente a los blancos. Resultado: el promovido, en vez de dedicar sus energías para demostrar que merece la confianza depositada en él, se dedicará a mantener “su adquisición” y, sobre todo, mantenerse en vida. Los que no han sido promovidos, asumiendo el deber de ser los detractores del promovido, en vez de trabajar para que se vea que hay otros obispos africanos capaces de confianza, van a dedicarse o a “morder” al promovido o a eliminarse unos a otros.
Y, cuando digo que todo esto así, es una manera voluntariamente hiperbólica y provocadora para interpelarnos a reflexionar sobre lo que, verdaderamente, está en juego para nosotros, como pueblo de raza negra en el mundo de hoy. También, se trata de sacudir nuestra consciencia para tomar la real medida de los retos y desafíos de la iglesia africana en este momento de nuestra historia. Por tanto, mi reflexión no es para fastidiar a nadie, porque como colaborador de los obispos, por mi vocación [1], entiendo que debo apoyarlos de todas mis fuerzas y, creo que lo intento, porque son ellos los pastores legítimos del pueblo creyente que está en África.
Conclusión
Concluyo esta reflexión diciendo que, a pesar de todo, entiendo y quiero a los obispos y cardenales negros africanos tal como son. Para mí son auténticos héroes. Me imagino que algunos de ellos viven un conflicto ambivalente en su interior, sufriendo por ser negros sirviendo los intereses de una institución ontológicamente de supremacía blanca. Pero, ¡Ojo! Quererlos y entender su situación difícil no significa que justifico el hecho de que, estos últimos años, son muy pocos los obispos africanos que se arriesgan en la vía de un ejercicio profético de su ministerio en el sentido de la valoración de la dignidad africana, como hizo en su época el cardenal Joseph-Albert Malula, de Kinshasa. Es verdad que en el contexto socioeclesial africano actual, existe un ambiente que da la razón al intelectual sirio Muhammad Rashid Rida que afirmó que: «Rebelarse por un pueblo ignorante es sacrificarse en el fuego para iluminar el camino de un ciego”. Con lo cual, ¿se debería tirar la toalla? ¿No hay nada que se podría hacer, de verdad? Yo, humildemente pero firmemente, pienso que el SCEAM (Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar) debe trabajar ya para proyectarse como un patriarcado autónomo. Es decir, guardar la comunión con Roma sobre las cuestiones doctrinales fundamentales y tener soberanía sobre las cuestiones de moral, de gobernanza, de derecho canónico y de disciplina en las iglesias de África.
- – Esta reflexión ha sido inspirada a partir de un texto de Paul Ella.
Cyprien Melibi Melibi
Notas:
1.- Me identifico fundamentalmente como un colaborador de los obispos. Desde luego, tanto entiendo y quiero a los obispos africanos tal como son que me gustaría que ellos, también me aceptasen y me quisieran, tal como soy: un cura negro-africano, ya totalmente rebelado contra toda forma de sistema con pinta neocolonial y contra cualquier tipo de enemigo del bienestar del pueblo negro de África. Es una rebeldía con opción exclusiva de ser PRO AFRICANO. Es una rebeldía que me llevó vivir ya con ojos muy abiertos, mente despierta, espíritu alerto y, sobre todo, con un corazón lleno de una INCREDULIDAD SOBRE LA DESGRACIA PERPETUA DE ÁFRICA.

