De la aldea al árbol, por Simon Pierre Talula

6/02/2012 | Bitácora africana

En esta bitácora he sido llamado a escribir sobre la de un africano en España, sobre mi vida como parte de la diáspora del continente negro-arábico. A menudo he reflexionado precisamente sobre el papel que nos corresponde a los descendientes africanos en unos y otros rincones del mundo: pues somos muchos, os aseguro. He conocido y leído sobre africanos en zonas alejadas de Rusia, en China, Turquía, Israel, Argentina, sin contar con los consabidos destinos occidentales. Porque tengo dos cosas claras. Primera, quizá la única ventaja que nos ha traído a los africanos la llamada “globalización” múltiple es precisamente el poder sentir el mundo más nuestro, el poder soñar con recorrerlo, descubrirlo, explorarlo, pensar en ser protagonistas y no sólo espectadores de las películas y aventuras ajenas… aunque a muchos no parece gustarles este lado de la globalización que prefieren que consista únicamente el libre fluir de los dineros, la reducción de los costes de producción para grandes empresas e intereses nacionales y la asimilación de valores e ideologías expuestas por las grandes potencias. La otra cosa que tengo clara es que a veces hay que subirse al árbol para poder observar todo el poblado en panorámica y hacerse una idea de conjunto de nuestras circunstancias.

Deteniéndonos en el tema de la vida africana en contexto español, supongo que no debe de distar mucho de lo que es la vida de un africano en cualquier país europeo: ya sea como afrodescendiente, o como inmigrante adulto. Me explico. Nacer o crecer desde temprana edad en España no es lo mismo que mudarse a España con una edad y madurez adultas. Los que estamos en el primer zapato, apenas hemos tenido la mitad de problemas que los mayores, o al menos no los mismos problemas. Una de las mejores cosas que tienen este país es sin duda su educación básica y obligatoria, así como los valores comunes que desprenden sobre el respeto por los niños. Así os diré que tuve una infancia esencialmente protegida y didáctica. Hay una serie de valores comunes sobre cómo hacer que los niños se sientan iguales sin de dejar de ser diferentes que desde luego es muy positivo para nosotros como niños venidos de otra parte, pero que en realidad no dejamos de ser niños y aprendemos y nos acostumbramos muy rápido a los cambios. Así, siempre percibí que era uno más, del Congo, pero uno más de la clase. El más alto, durante años el único africano, pero también uno fanático más por la música y el baile de Michael Jackson. Y es que cuando somos niños, yo creo, queremos sobre todo ser tratados en igualdad de condiciones: recuerdo que tras mi primer trimestre de escolarización española, dieron el boletín de notas a todos los niños excepto a mí, y yo, no sé muy bien cómo, rompí a llorar desconsoladamente. Mi querido maestro, Don Luis, me explicó que era porque acababa de llegar y no tenían material para evaluarme. Pero a mí esas explicaciones no me valían, y seguí con un llanto hondo y amargo. Aunque entendía lo que me decía, no era mi primer año de colegio, y sabía de sobra que el momento de las notas era uno de los importantes en el acto de ir a la escuela, siempre lo había sido estando allí o aquí. Pero sobre todo, aunque entonces no supe explicarlo, lo que decía con lágrimas en los ojos el niño más grandote de la clase era que no quería ser diferente. Poco después tuve en mis manos mi primer boletín de notas: Alumno de 5º de primaria. Acababa de cumplir 10 años, hasta entonces había ido pasando de curso en curso en la escuela, y eso no tenía por qué cambiar. Ese deseo por la igualdad y el mismo trato no merma con los años, pero otras cosas sí que cambian.

Después de la ESO, tenía mayor consciencia de las cosas, y podía ver más allá de la forma y los valores propugnados: me era evidente que la historia que llevaba años estudiando no hablaba nunca de mis antepasados ni de mí, salvo alguna mención con mirada gacha y furtiva, sobre la esclavitud de los millones de hombres africanos forzados a abandonar a los suyos para trabajar para unos pocos avariciosos. Ahora no se me escapa que educación de los países está destinada a crear ciudadanos con una determinada visión del mundo, de su historia y un sentimiento de identidad nacional muy conveniente para sus propios intereses. Y así con todo: la filosofía que se nos enseña, la cultura que nos llega, las noticias que los medios de comunicación seleccionan, y el modo de presentarlas, alejadas muchas veces de cualquier atisbo de imparcialidad y de amplitud de miras en la interpretación de los hechos… esa era la parte mala de madurar en España. Despertarse uno de repente y ver que gran parte de lo que aprende no contempla su propia existencia en el sistema, o sólo lo hace a efectos formales, pero nunca de fondo. Es posible que pase igual en todos los países del mundo, no sé. Si a esa creciente consciencia de desajuste se une la información que de vez en cuando te llega de los mayores sobre tal o cual problema, tu visión puede ir oscureciéndose notoriamente. Pero no todo es así.

Lo más gratificante es sentir que al igual que existes como individuo con un fondo concreto, también convives con gente con aspiraciones y perspectivas más críticas con el mundo, con lo establecido, con el adoctrinamiento que la sociedad nos proyecta desde uno u otro lado. Afortunadamente, llegamos a España después de muchos avances en países vecinos y tras la creación de una Constitución garantista y de aspiración universal: lo cual nos salvó seguramente en muchos casos. Tras décadas empapado de este sistema, uno acaba por no saber muy bien de dónde es realmente, y ahí se presenta uno de los temas más interesantes del nuevo siglo a mi juicio: las identidades colectivas, globales, y nacionales. No es cosa baladí no dominar tu idioma materno, no conocer la historia de tus antepasados, y no poderte definir claramente como de un sitio particular del mundo. Pero con el tiempo, aprendes que también tiene sus ventajas.

La primera ventaja es la curiosidad intelectual: aprendes a convertirte en cazador de tu propia historia, a rebuscarlas en los confines de los temarios escolares, a encontrar otras fuentes y otros puntos de vista que no hubieran nombrado en la escuela, en definitiva a formar el puzzle de tu propia existencia en el mundo. La segunda ventaja es que empiezas a entender aquello de que viajar enriquece, pero no viajar por viajar, sino conocer de verdad ideas y modos de vida dispares antes inconcebibles que te proporcionan más de una posibilidad para las personas, que te permiten juntar algunas cosas importantes de aquí con otras de más allá; y sobre todo, poder criticar, desde dentro y con una mirada comprometida, dos mundos que sientes como tuyos, en menor o menor grado, pero en todos los casos, inseparables.

Como decía, he pensado a menudo sobre el papel de la diáspora africana en este tiempo, y creo que es doble y grande: crear desde aquí unas condiciones sociopolíticas aceptables para los hijos que vendrán y seguramente querrán poder vivir donde han nacido y crecido; y alejarnos lo suficiente de los problemas de la aldea como para poder ver que si aquí somos todos extranjeros, hermanos y solidarios, allí con más razón deberíamos comportarnos como verdaderos hermanos. Y sobre eso hay que tomar muchas medidas para concienciar y crear una identidad africana real y autóctona, no impuesta y a nuestra manera. Cuando Kwane Nkrumah decía que “África debe unirse” para evitar las luchas entre hermanos, sabía lo que se decía.

Y cincuenta años después de sus palabras, cobra más vigencia que nunca los problemas que ya señalaba, los conflictos del Congo Kinshasa, Senegal, la Guerra de Biafra en Nigeria, Sudán, o el nauseabundo genocidio de Rwanda… son muchos y un conocedor del tema podría seguir sin acabar. La idea de crear unos Estados Unidos de África pronto se vio traicionada por los egoísmos nacionales, pero sobre todo de unos líderes inexpertos que no supieron ver allá de los intereses grupales y de su propio amor por el poder. No se pueden generalizar, pero basta echar un vistazo sobre el panorama para ver que las cosas no han cambiado drásticamente para los africanos en estos 50 años. Tras unas décadas de politiqueo con los dos bandos de una guerra fría que asoló a seres humanos especialmente en territorios que no estaban en enfrentados, es decir, los No Alineados y lo que ellos llamaron Tercer Mundo, vimos que el resultado fue simplemente el apoyo de las potencias a líderes controvertidos eternizados en el poder… cosa que no ha cesado. Y es un problema, pero no el único, ni el fundamental. Para crear un estado próspero, hay que empezar por crear una nación que se sienta como tal. No se funda un país en un día, y en África se tuvo que trazar fronteras y adoptar sistemas políticos ajenos de un día a otro para disfrutar de un independencia supuesta, formal, y secuestrada. Pero ése tampoco fue el principal problema, el neocolonialismo tampoco es nuestro mayor problema: sino usar las reglas de otros para juzgarnos a nosotros mismos, basarse en fronteras artificiales para luchar por el poder, la tierra y otras pasiones; el no ser capaz de mirar más allá y adoptar medidas que nos unan en vez de separarnos.

Podríamos por adoptar unas que seguro que pocas décadas tendrían ya sus frutos: adoptar un idioma africano común, que facilite la comunicación más allá de las líneas del mapa, afiance nuestro sentimiento de identidad colectiva, evite a nuestros hijos el estudiar en unos idiomas que no acaban nunca de ser suyos, y que la población general no termina de interiorizar como tal. Ejemplos como tal son el Lingala en Rep. Dem. Congo; el amárico de Etiopía, el woolof de Senegal, o quizá los más conocidos: el árabe en el Magreb y el swahili en el Centro –Sur del continente. Es indiscutible que la conciencia de pueblo árabe es facilitada por el idioma común, a pesar de sus matices lingüísticos internos. La segunda medida sería eliminar la ascendencia étnica de los documentos oficiales, no entiendo por qué en mi partida de nacimiento tiene que figurar de qué tribu es mi padre, ni de qué provincia vengo. Ser de un país es mucho más que provenir de unos de sus pueblos fundadores: resaltar la diferencia muchas veces contribuye para localizar al enemigo. Y sé de qué hablo. Otra medida podría ser promover más asociacionismo africano en por el mundo, y aunar medios y fuerzas entre los afrodescendientes en las distintas regiones del mundo, para ayudarnos a nosotros mismos; pero sobre todo para invertir en el continente unidos y de manera más coordinada. Fomentar las relaciones familiares, económicas y de cooperación entre distintas nacionalidades puede ayudarnos a tomar conciencia de aquello que nos une, a la vez que mostramos a los demás que se consigue más unidos que separados. Una lección básica, pero más complicada de lo que parece. Y a todo esto hay que añadir lo principal: muchos de los países más prósperos del mundo han necesitado invadir y explotar a los demás para enriquecerse, pero también han necesitado siglos de independencia para formarse y levantarse. Nosotros hace apenas que nos dejaron pasar del suelo a la silla, aún queda mucho tiempo para levantarse. Pero ser conscientes de que el objetivo es levantarse y andar por nuestro propio pie es un buen paso para empezar. Sólo son 50 años de semi-independencia política, aún falta la económica, y sobre todo la cultural.

Cuando dejemos de ser bantúes y malinkés, seremos simplemente compatriotas, africanos, hermanos. Doscientos años ha necesitado Latinoamérica para hacer un boceto de su propia identidad, y tener cierta autonomía en su política y su economía. Bien en cierto que aún le queda camino por recorrer, pero parece que se empieza a levantar. Posiblemente no asistiré al momento en que África camine de su propio pie, dueña de su vida y de su destino, pero desde luego estoy convencido de que tenemos que aportar todos para ayudarla a pasar fase por fase. Levantar a un político para poner otro, no cambia nada de por sí, hacen falta pueblos unidos, educados, concienciados para poder elegir libremente qué tipo de régimen y normas quieren que rijan su vida. La llamada democracia, o el socialismo, la dictadura, y demás regímenes no son más que pasos confusos de un pueblo que aún se busca desesperadamente. Por lo pronto, subirse a la copa del árbol para poder mirar hacia abajo y ver huecos sin cultivar es un paso, el siguiente es bajar y dirigirse al campo en cuestión y afanarse en sembrar algo valioso ahí para los de mañana.

Nace cincuenta años necesitamos que unos pocos privilegiados salieran a estudiar el mundo desde fuera, para ver que en efecto no había justificación para seguir bajo el yugo de unos pocos; entonces tuvimos que mandar a nuestros hijos a luchar por guerras que no eran nuestras, para darnos cuenta de que nadie tenía el monopolio de la violencia y de las armas. Hoy quizá necesitemos darnos una oportunidad de conocerse desde fuera, para convivir mejor una vez hayamos vuelto a casa.

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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