De califas y emires, por Ramón Echeverría

4/11/2021 | Bitácora africana

La toma del poder por los talibanes ya no es noticia. No así sus brutalidades. El 31 de octubre supimos que un grupo de talibanes había asesinado a dos personas tras irrumpir en la celebración de una boda para que parase la música. Y el 1 de noviembre se leía en El País: “El Emirato talibán fulmina la prensa libre. El 70 % de los periodistas han dejado de trabajar y ningún diario llega ya a los lectores en formato papel”. Los que tampoco dejan de ser noticia son los atentados perpetrados, no por los talibanes sino por una rama afgana del EI (Estado Islámico), el Estado Islámico de Irak y del Levante – Khorassan (EI-K). Según Amaq, la agencia de noticias del EI, el EI-K fue el responsable del atentado del 26 de agosto en el aeropuerto de Kabul en el que murieron más de 100 personas. Llama la atención el que la misma agencia Amaq se felicitó entonces porque también había talibanes entre los fallecidos.

Talibanes y EI-K coinciden en querer instalar un estado en el que la sharia se aplique a rajatabla, pero desde 2015 luchan encarnizadamente entre ellos. Cuando en 2014 el EI proclamó un “califato” en Irak y Siria, talibanes pakistaníes (miembros del Tehreek-e-Taliban Pakistan), prometieron lealtad al califa Abou Bakr al-Baghdadi. A comienzos de 2015, EI anunció la creación de “EI-Khorasan” (EI-K) en la zona montañosa de la provincia de Nangarhar, en la frontera con Pakistán. “Khorasan” hace referencia a una antigua región del imperio persa que englobaba partes de Afganistán, Pakistán, Irán y Asia central. La lucha entre talibanes afganos y EI-K comenzó cuando en junio de 2015, el entonces líder talibán Mullah Akhtar Mohammad Mansour escribió a al-Baghdadi exigiéndole que no reclutara a desertores talibanes (que consideraban que su propio grupo no era suficientemente coran_islam_cc0-6.jpgestricto y activo). En abril de 2017 EI-K capturó a tres talibanes que, para obtener fondos, comerciaban con opio (condenado por el EI-K), y en las consiguientes reyertas entre los dos grupos murieron 22 personas. En el verano de 2018 los talibanes consiguieron expulsar al EI-K de la provincia de Jowzjan, en el norte del país. Se comprende así que en el acuerdo firmado en Doha con el presidente Trump, los talibanes se comprometieron a luchar contra grupos extremistas, entre ellos el Estado Islámico, algo que el portavoz de los talibanes Zabihullah Mujahid confirmó tras el atentado del 26 de agosto. Entre tanto, y durante todos esos años, el EI-K ha reivindicado la mayoría de los ataques perpetrados contra mezquitas, hospitales y otros lugares públicos. Se ha ensañado en particular con los Hazara, minoría chiita de lengua persa que reside en la montañosa zona central de país. El último atentado del EI-K, contra el hospital militar de Kabul “Sardar Mohammad Daud Khan”, ha tenido lugar el pasado 2 de noviembre. Han muerto 20 personas y medio centenar han resultado heridas. Según las autoridades talibanes, un importante militar talibán, Hamdullah Mokhlis, ha muerto en el ataque, así como todos los miembros de comando del IE-K.

La lucha por el poder y las diferencias en la interpretación de la sharia, muy rígida en ambos grupos, no explican del todo la lucha sin cuartel entre los talibanes y el EI-K. Hay que tener también en cuenta sus diferentes concepciones del futuro estado musulmán. Teóricamente los talibanes quieren gobernar un “emirato” geográficamente limitado, mientras que los seguidores del EI-K se esfuerzan por crear “el” califato que englobe a todo el mundo musulmán. Históricamente, fue Abou Bakr, compañero y suegro de Mohammed, quien se consideró “khalifa”, es decir “sucesor” de Mohammed en el sentido descriptivo del término. Los Omeyas en cambio se dieron el título de khalifa(t) Allah, “representante de Dios [en la tierra]”, expresión que aparece dos veces en el Corán refiriéndose a Adam y a David, y que, en el caso de los Omeyas, adaptaba el concepto bizantino del poder imperial. De ahí que el califa fuera descrito unas veces como imam (“guía [de la comunidad de los creyentes]” y otras como amir al-mu’minin, “comandante de los creyentes” (amir puede traducirse como “príncipe” y como “comandante”). Descendientes de la familia de Mohammed, los Abasidas se consideraron khalifa rasul Allah (“sucesor del mensajero de Dios”), y afirmaron que los Omeyas no habían sido califas, sino tan sólo malik (“soberanos” en el sentido puramente laico). Dada la enorme extensión de la Umma (comunidad musulmana), desde el rio Indo hasta los Pirineos, durante el califato Abasí aparecieron diversos emiratos, dependientes de Bagdad pero autónomos en la práctica y muy conscientes de su arraigo territorial. Eventualmente, algunos emires se autoproclamaron califas (Ifriqiyya, Túnez en 909; Córdoba en 929). También adoptaron ese título los imanes almorávides y almohades que pretendían renovar el Islam a partir del Magreb, y más tarde los reformadores sahelianos (Usman dan Fodio, califato de Sokoto en 1809; Seku Amadu, califato de Hamdullahi enn 1820). El Cairo fue capital del Califato Fatimida entre 969 y 1171. Más tarde, en 1258, se refugiaron en El Cairo los califas de Bagdad que huían de los Mongoles. Y cuando los sultanes Otomanos se apoderaron de El Cairo en 1517, consideraron que el título de califa les pertenecía como una especie de botín de guerra.

En la actualidad, EI y sus filiales en Asia y Africa, incluido el EI-K, trata de revivir la Umma (comunidad musulmana) y el califato de los primeros tiempos del Islam, reformateados ambos de manera un tanto anacrónica. Por su parte los talibanes se definen como el Emirato Islámico de Afganistán, en la práctica un movimiento político y militar fundamentalista que combina la ideología deobandi (movimiento revivalista islámico suní con influencias sufíes que apareció en India y Pakistán) con las tradiciones culturales y sociales del pueblo Pashtun (concentrado en el Este y Sur de Afganistán y en el Oeste de Pakistán). Con su mentalidad global, el EI pretende intervenir, a través de su filial EI-K, en los asuntos político-religiosos de Afganistán. Eso es algo que el movimiento talibán, por su fuerte arraigo ideológico en el contexto local, no puede permitir. ¿Hasta cuándo?

Ramón Echeverría

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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