¡Dafa Doy! ¡Basta ya!

1/12/2020 | Opinión

De nuevo se habla de cayucos y pateras, de migrantes que mueren atravesando el Atlántico, y de situaciones imposibles en los países de origen y en los de acogida. En lo referente a la inmigración, comenzamos mal el año 2020 (luego la covid-19 lo empeoraría todo, también la acogida de migrantes): “Migrantes: España se convierte en la primera puerta de entrada en Europa” (Jeune Afrique 4 de enero); “Niño muerto en el tren de aterrizaje de un avión procedente de Abiyán (Jeune Afrique, 8 de enero). Y seguimos mal, por no decir peor, al terminar el año: “Realojados en plazas turísticas los inmigrantes liberados por la Policía del muelle de Arguineguín [Gran Canaria] sin la autorización de Interior” (El Mundo 18 noviembre); “El muelle hacinado ha llegado a tener a 2.500. El juez no ve delito en las condiciones aunque sean «deplorables»” (El Periódico 23 noviembre); “El Defensor del Pueblo denuncia ilegalidades en el campamento [Arguineguín] y exige su cierre urgente” (El País 28 noviembre); “La costa de los muertos de sal” (La Vanguardia 30 de noviembre, sobre la ciudad senegalesa de Mbour, que llora a sus jóvenes muertos en el mar). Es una situación difícil, por no decir imposible, sin que bulos y medias verdades la compliquen aún más, como los comentarios sobre el albergue de Viznar. Dado que a causa de la covid-19 ya no llegan jóvenes al albergue Inturjoven Viznar de Granada, la Junta de Andalucía lo habilitó en agosto para aislar a inmigrantes con Covid-19 o en contacto con contagiados. Macarena Olona, diputada de Vox por Granada lo visitó el 28 de agosto. Tras la visita, su partido difundió una nota, muy comentada en las redes sociales, según la cual “se les da por Cruz Roja un móvil, 100 euros y tabaco”. Los representantes de la Cruz Roja lo han negado. Y aclaran que en cada migrante recibe un kit de higiene, alimentación y vestuario, así como 30 euros para gastos varios. Como no están autorizados a salir del albergue, son miembros de la Cruz Roja quienes hacen de recadistas. Y sí es cierto que algunos migrantes les piden que se les compre tabaco.

Aunque el Covid, los presupuestos y las elecciones americanas han copado últimamente los titulares, los fenómenos migratorios se han hecho un hueco importante en los medios. También en Fundación Sur que, por ejemplo, ha publicado en los últimos días noticias y comentarios sobre la reacción del papa Francisco tras la muerte de 144 migrantes senegaleses (11 noviembre); sobre la acción diplomática y actuaciones a largo y corto plazo para controlar la emigración (23 y 24 de noviembre); y sobre la reacción de los obispos de África Occidental pidiendo que sus países mejoren las condiciones de vida y trabajo de los jóvenes y se evite así las emigrantes_inmigrantes_migraciones_mar_playa_3_cc0.jpgtragedias de la migración irregular (26 de noviembre). Muchos articulistas ponen de relieve el sufrimiento de los migrantes y de sus familias, la incapacidad de los gobiernos europeos y africanos para responder adecuadamente al reto migratorio, las ganancias de las mafias, el cansancio de los países del Sur de Europa, los contactos diplomáticos para que sean los países africanos costeros, principalmente los del Magreb y Senegal quienes impidan la emigración. Porque equilibra muchas de las medias verdades con las que se alimenta la opinión pública europea (“marea de emigrantes africanos”), me han llamado la atención las cifras y conclusiones ofrecidas por la Fundación Mo Ibrahim (empresario y filántropo sudanés) tras su fórum de 2019 “Juventud africana: ¿Migración por falta de empleos?”, que coinciden con las que presentó hace algún año Laurent Bossard, Director del Secretariado del Club del Sahel y África Occidental de la OCDE. En 2017 emigraron (redondeando las cifras) 36 millones de africanos, el 14% del total de emigrantes en el mundo, porcentaje inferior al de los emigrantes asiáticos (41%) y europeos (24%). Más del 70% de la emigración africana tuvo lugar en el interior del continente. De los 9 millones de africanos que residen en los países de la OCDE, la mitad proviene de África Subsahariana. En los siete países europeos en los que le inmigración africana es cuantitativamente significativa (Bélgica, España, Francia, Italia, Países Bajos, Portugal y Gran Bretaña), los norteafricanos son los más numerosos, excepto en Portugal y en Gran Bretaña. Los emigrantes gastan el 85% de sus recursos en el país de acogida. Y apenas costea éste su educación y su jubilación. Pensando en el futuro, Europa (también Europa Oriental) necesita mano de obra para responder al desafío de su creciente envejecimiento. Y sería difícil oponerse a una política que apoyara la formación de jóvenes africanos con el fin específico de encontrar trabajo en Europa. Precisamente en una conversación publicada por el diario francés La Croix en julio de 2018, Serge Michailof, antiguo director y consejero en el Banco Mundial recordaba que los emigrantes africanos, jóvenes en su mayoría, se distinguen por su dinamismo y espíritu emprendedor. Pero no se trata de una pérdida para sus países de origen en los que la demografía crece rápidamente, y en los que las transferencias de sus nacionales en el extranjero, supera con creces a la ayuda para el desarrollo que reciben.

Las pateras que llegaban estos días a Arguineguín procedían de Senegal. Un artículo de Nelly Robin en The conversation del pasado 25 de noviembre, describe los cambios en la familia y en la sociedad senegalesas que está provocando la emigración de los más jóvenes. La familia acompaña, a menudo económicamente, al emigrante en su periplo, pero su decisión es estrictamente personal. Y si es el pequeño de la familia, el haber emigrado le confiere un status especial. “Aunque seas el mayor, ya no cuentas en la familia si tu hermano pequeño vive en el extranjero”, explicaba a Robin un joven de Thiès, tercera población por número de habitantes al este de Dakar. ¿Imposible entonces detener la emigración? Son jóvenes con formación, espíritu crítico y deseo de cambio quienes más se dejan tentar por el deseo de una vida mejor en Europa. Pero también son los más conscientes de los peligros y desilusiones que la emigración conlleva. El sábado 21 de noviembre, una manifestación de jóvenes recorrió las calles de Dakar con el lema “Ça suffit!”, ¡Basta ya! Querían homenajear a las víctimas de la emigración clandestina, y lo organizaba el colectivo “480” (por el número de fallecidos en el mar en la última semana de octubre. Uno de los jóvenes, Lamine Biaye vestía una camiseta negra. En ella, en blanco, se leía: “#480 Dafa Doy” (#480 basta ya). “No consigo dormir. Estoy con un amigo, y va, dos días más tarde está muerto. ¡Dafa doy!”

Ramón Echeverría

[Fundacion Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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