Cumbre del G-20: la inaudible voz africana

21/04/2009 | Opinión

Bautizada hace unos treinta años, la reunión anual del club de los países ricos había, sin lugar a dudas, quedado obsoleta. Según un especialista de los arcanos de las instituciones financieras internacionales, este grupo de países ricos se había vuelto demasiado limitado, demasiado occidental, demasiado “elitista” ya que, en un principio, Japón era el único representante de Asia y tanto África como Sudamérica se encontraban por completo fuera del club.

Con la irrupción de Brasil, Argentina, Suráfrica, la India y China en la escena financiera internacional, este club bastante limitado en un principio no tuvo otra opción que acogerlos en su seno. De este modo, los seis países integrantes de 1975 pasaron a ser veinte, las veinte grandes potencias económicas a nivel mundial. Estos veinte gigantes, que poseen el 87% de las riquezas mundiales, se reunieron durante 48 horas en Londres. En la lista de los temas tratados en la cumbre se incluyeron la reforma del FMI y del sistema financiero, los paraísos fiscales, el plan de recuperación de la economía y los préstamos a los países pobres.

En la preciosa ciudad de Londres once países “emergentes” (Brasil, Rusia, la India, China, Suráfrica, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Corea del Sur, Indonesia y México) disertaron en profundidad, junto con las ocho naciones más ricas y la Unión Europea, sobre la manera de aumentar los fondos del FMI para que pueda ayudar más a los países en dificultades. Para ello, los europeos han decidido poner a disposición de esta institución, dirigida por el socialista francés Dominique Strauss-Kahn, 750.000 millones de euros para apoyar a las economías más afectadas por la crisis.

Los 27 países de la UE abogan asimismo por un aumento del presupuesto si otros gigantes del G20, como EEUU y China consienten un desembolso mayor. Por otro lado, los estadounidenses reclaman una recuperación más vigorosa de las economías; los europeos se preocupan más por la regulación financiera mientras los países emergentes, por su parte, insisten en una reforma del gobierno del FMI con el fin de obtener un poco más de margen de maniobra en el seno de esta institución.

Ésta es la posición que defiende China que, a pesar de representar una gran potencia económica y demográfica, en el seno del FMI tiene el mismo peso que un país tan pequeño como Bélgica: un 4%. Parece que antes de irse de Londres, el G20 ha alcanzado compromisos en relación con ciertas cuestiones espinosas como las que conciernen el FMI que, ¡vaya sorpresa!, podría obtener tres veces más de la cantidad de dinero de la que dispone habitualmente: los 750.000 millones citados anteriormente para sus actividades.

En cuanto a los paraísos fiscales, objeto de burla al otro lado del Atlántico, parece que se están barajando posibilidades de establecer sanciones considerablemente disuasorias. Tras haberlo reivindicado, África, la cuna de la humanidad, consiguió una mejor representación después de que en la cumbre de Washington el 15 de noviembre sólo se invitara a Suráfrica. La Unión Africana recibió una invitación aunque, tras sutiles maniobras se evitó que acudiera el incontrolable Gadafi, presidente en ejercicio de la UA. Los que hicieron escuchar la voz del continente en Londres fueron el presidente de Suráfrica, Galema Motlante; el gabonés Jean Ping, presidente de la Comisión de la UA, Meles Zenawi, presidente del NEPAD y Primer Ministro de Etiopía, así como el ruandés Donald Kaberuka, presidente del BAD.

Pero, ya que éstos cuatro representan a un continente modesto económicamente por no decir un “enano económico”, a pesar de las fabulosas riquezas que alberga su subsuelo, hay que preguntarse: ¿los príncipes que dirigen este mundo han escuchado con atención las súplicas y los gritos de socorro de la cuna de la humanidad, que está ahogándose?

Se puede dudar de la repuesta, para no decir que la voz del continente negro ha sido inaudible. Sin embargo, para los que muestran optimismo, África ha registrado resultados positivos que merecen ser reconocidos y que justificarían ampliamente el aumento del peso africano en instituciones internacionales. Para dar ejemplos, citan la inflación, que se ha controlado en la mayoría de los países africanos que se han sacrificado de manera notable para reducir su deuda y el crecimiento del PIB, que ha aumentado entre un 6 y un 7% cada año.

A pesar de todo esto, algunos economistas estiman que las perspectivas de desarrollo del continente africano no son halagüeñas puesto que “África ha perdido un siglo al agarrarse a valores atávicos y sus dirigentes, que no han mostrado capacidad de pronóstico, no han sabido establecer condiciones macropolíticas viables”.

Aunque estos argumentos empeoran el pesimismo africano, parece que los que difunden estas “verdades” no andan mal desencaminados. La ONG Oxfam ha declarado que es bastante probable que la ayuda pública al desarrollo disminuya claramente por la crisis financiera y la recesión que amenaza a algunas economías occidentales. De esta manera, la ayuda podría “derretirse” tan rápidamente como la nieve al sol, si aún no se ha derretido.

¿Qué ha hecho África para merecer esto?

Tal y como lo expresó el presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, no sólo es un deber moral sino una obligación histórica para el mundo desarrollado ayudar a los países en vías de desarrollo y particularmente a África. Pero afirma que está preocupado por si Occidente no cuenta con los medios necesarios para escuchar la voz africana. Una preocupación que podría significar un drama para todo un continente.

Boureima Diallo

Publicado en el diario L’Observateur Paalga, de Burkina Faso, el 2 de abril de 2009.

Traducido por Laura Betancort, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster