Cuando uno se casa

7/05/2010 | Cuentos y relatos africanos

Sabe Dios por qué casualidad el leopardo y el antílope habían instalado sus poblados uno cerca del otro. Bueno, he dicho «poblados» y, en realidad, debiera haber dicho «chozas», porque los dos estaban solteros y sus albergues eran bastante poca cosa.

Un día, a la vuelta del bebedero, el leopardo le dijo al antílope:

-¿Vamos a seguir mucho tiempo así, mirándonos como extraños?
¿No sería mejor que saliéramos juntos en busca de novias?.

-Esa es una cosa que no se busca entre dos -respondió el antilope riéndose -.Imagínate que nos enamoramos los dos de la misma,

¿qué pasaría entonces?

Sin embargo, acabaron por marcharse los dos juntos en busca de sus futuras esposas, y, como había previsto el antílope, no encontraron más que una que les gustase a los dos.

Pusieron al padre de la chica en un verdadero apuro. No tenía nada en contra de ninguno de sus futuros yernos, y la chica, naturalmente y como es justo, estaba dispuesta a aceptar la elección de su padre.

-Escuchad -les dijo éste-, el primero que me traiga un animal vivo se casará con mi hija. Id y arreglaolas para cumplir esta condición.

Se marcharon, pero a partir de este momento, el leopardo intentó separarse del antílope.

-Allá a donde yo voy -dijo- no quiero que nadie me acompañe ni me siga. Tú vete por tu camino que me iré por el mío.

El antílope no dijo nada, pero reunió arcilla blanca, sal y pimienta, lo juntó todo en su canasto con doble tapa y se internó en el bosque con su pequeña hacha de antílope.

Eligió un gran baobab y se puso a golpearlo, ¡tas, tas, tas!, con toda la seriedad del mundo.

Sabía muy bien lo que estaba haciendo y a dónde quería llegar.
Muy pronto, atraída por los golpes del hacha, una gacela pelirroja, la pequeña nsombi, empezó a dar vueltas alrededor del antílope.

-¡Oye, oye! -dijo intrigada y curiosa- Tío antílope, dime ¿qué estás haciendo? ¿De verdad crees que vas a poder derribar este árbol tan grande que has empezado a cortar?

-Deja en paz al tío antílope que ya tiene bastante con lo que se trae entre manos… ¡Cortar un ábol de ese tamaño, cómo va a poder hacerlo?

-Pero entonces, ¿por qué has empezado esa tarea?

-Sería tan largo de contar, que tu tío se pregunta si se animará a contártelo.

-De todas formas, si lo intentase…

El tío empezó a contar una historia disparatada que no tenía pies ni cabeza, la pelirroja se distrajo, miró a su alrededor y descubrió en un plato la mezcla blanca que el antílope había preparado.

-¿Qué es eso? -preguntó la pequeña curiosa.

-Pruébala y lo averiguarás.

La nsombi la probó y la encontró tan de su gusto, que preguntó:

-Tío antílope, ¿no tienes más?

-Si quieres más levanta una tapa de mi canasto y sientate dentro. Luego te llevaré a mi casa y te daré más.

En cuanto la nsombi se metió en el canasto, el antílope se apresuró a enganchar los cierres.

¡Y emprendió el camino hacia el poblado de la muchacha!

Mientras tanto, el leopardo se había agazapado bajo la espesura del bosque. Y vigilaba, en silencio, los pozos a los que los animales acudían a beber. Cuando uno se acercaba, ¡dsin!, rápido como una flecha se lanzaba contra él, pero empleaba tanto empuje cada vez, que el pobre animal moría de las heridas recibidas.

Cuando vio pasar al antílope llevando una gacela viva para el padre de la que él quería hacer su esposa, su corazón de leopardo se revolvió inmediatamente.

-¿Cómo, que el antílope se va a casar con la chica, con «mi chica»…? ¡De ninguna manera!

Y se apresuró a alcanzarle:

-¡Eh, tú, ohé, elelé! -le gritó desde detrás- ¡Espera un poco, escucha lo que te digo!

Cuando alcanzó al antílope, le dijo astutamente:

-Déjame ver al animal que has atrapado. Déjame que le hunda los ojos para que no pueda escapar.

Era el truco que había inventado para, al quitarle la vista a la cautiva y, al mismo tiempo la vida, privar al antílope de su primera oportunidad de éxito.

-Bueno, no importa -dijo el antílope-, atraparé a otra presa.

Y atrapó a otra al día siguiente, pero el leopardo, con otro pretexto consiguió, también, matarla.

Ese día, y los que le siguieron, el antílope consiguió cazar, unos después de otro, un gato salvaje, una comadreja y un ratón cavador; y cada vez, el leopardo encontraba la forma de hacer morir a la presa.

Por fin, el antílope perdió la paciencia:

-¡Siempre la misma historia! -dijo-.¡Esto no puede seguir así!
Y siguió dando golpes con su pequeña hacha sobre el tronco del gran baobab.

Y, esta vez, fue el leopardo el que se acercó para preguntarle
qué estaba haciendo allí.

El antílope le respondió tan educadamente como a los otros; el leopardo, intrigado, después de haber probado la pasta blanca del antílope, que encontró buenísima, le pidió más.

-Si quieres más, levanta una tapa de mi canasto y métete dentro.

-¡Esta sí que es buena! ¿Por qué quieres que me meta dentro de tu canasto?

-Lo tomas o lo dejas, amigo; pensé que mi pasta te había gus-tado.

-Como gustarme me ha gustado, pero no sé porqué ahora tengo que meterme en tu canasto.

-¡Bah, no tiene importancia, déjalo! No te metas y hablemos de otra cosa, ¿te parece?

Pero el leopardo, que era muy goloso, no quería hablar de otra cosa.

Dió unas pocas vueltas alrededor del canasto. Estaba tan ansioso por volver a gustar aquella pasta blanca, que levantó una tapa y se deslizó dentro sin más dudar.

Inmediatamente el antílope se apresuró a enganchar los cierres
en sus ojetes.

-Me has matado todos mis animales -le dijo al leopardo-, ¡ahora eres tú el le voy a llevar a mi suegro…!

Y como lo dijo lo hizo, se casó con la muchacha y se la llevó a su poblado.

En cuanto al leopardo, es una bestia tan traidora y tan malvada, que el suegro creyó prudente tirarla al gran río, tal cual, con canasto y todo.

(tomado del libro «Sur des lévres congolaises»,pág.117)

texto original: Olivier de Bouveigni
traducción del francés: María Puncel

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