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Con frecuencia experimentamos como algunos dones que recibimos de la vida y de la naturaleza, como la tribu en la que nací o la diversidad de personalidades, a veces se convierten en castigo y causa de exclusión y de enfrentamiento.
Algunas personas piensan que el tribalismo y la diversidad cultural no tiene un gran impacto en la vida moderna y global. Otros opinan que el sentido tribal y exclusivo solo existe y tiene impacto en algunas sociedades más tradicionales, tanto en África como en otros continentes.
Casi todos nos sentimos orgullosos y agradecidos por nuestros orígenes, identidad y por el pueblo en el que nacimos y crecimos.
La clave de que la tribu o la diversidad etnia y cultural a la que pertenezco y tanto debo se convierta en bendición o castigo para otros vecinos o pueblos depende del grado de integración, madurez humana y autoestima que la experiencia personal me ha proporcionado. Nelson Mandela y otros líderes son ejemplos de integración y acogida de la diversidad tribal y cultural.
Si analizamos los grandes conflictos actuales observamos que uno de los componentes más fuertes y nocivos de tales enfrentamientos es el elemente étnico o tribal.
Estos días, la actualidad más dramática del continente africano se encuentra en las regiones de Nigeria, Malí, Etiopía, Sudán del Sur y la región de los Grandes Lagos, con fuertes tensiones y enfrentamientos tribales.
Aunque se dan otros elementos en estos conflictos, como el control del poder, de los recursos y la imposición de ideologías radicales, el elemento tribal y étnico es quizás el más relevante entre las causas del enfrentamiento, guerras civiles y hambrunas.
Estos días nos solidarizamos con los pueblos de Etiopía, que tanto sufren en la región de Tigray, por este enfrentamiento de guerra civil, a causa de las diferencias étnicas y de los abusos de poder del gobierno central.
También en Sudán del Sur, en la R.D. Congo, en Ruanda, Burundi, Uganda, Kenia, etc., el elemento étnico es una de las razones principales de tanto odio, violencia y perdida de vidas
humanas.
Como decía N. Mandela: “No nacemos sabiendo hacer el mal, lo aprendemos después. Y si aprendemos a hacer el mal, mejor podemos aprender a hacer el bien, puesto que el ser humano nace para amar”.
Si aportamos y creamos las condiciones adecuadas, la semilla del bien, de la acogida y del aprecio mutuo que anida en el corazón humano dará frutos sabrosos y abundantes para la vida de cada persona, para las familias y para la sociedad.