Crónica personal del Festival de cine africano de Córdoba (2015), por Simon Pierre Talula

6/04/2015 | Bitácora africana

Aquí un humilde servidor ha tenido la oportunidad de asistir por segunda vez al Festival de cine africano de Córdoba (FCAT), aquella ciudad que atesora entre sus muros la maravilla artística e histórica que es la Mezquita-Catedral, y en cuyas calles se respira un mestizaje teñido de notas de incienso y tiendas de herencia árabe, junto con la alegría espontánea y genuina de sus habitantes, que lo mismo se vuelcan con un festival de un continente tan cercano y lejano, que se levantan en un espontáneo concierto en plena tarde, sin avisar, sin prejuicios y con disfrute máximo.

Igualando la ilusión de los cordobeses, el equipo organizador del FCAT ha conseguido una vez más aproximarnos a África desde una perspectiva cinematográfica, artística, y por ello más humana. Junto a un grupo de africanistas cada vez más presentes en la sociedad española, como especialmente los colectivos de Afribuku y Wiriko, así como algunos periodistas del blog “África no es un país” y de Radio Nacional, que se empeñan en acercarnos a la realidad allende el Estrecho, de la mejor manera posible: a través de la alegría, el arte, la cultura, haciéndonos partícipes de las ilusiones y sueños de muchos africanos de ayer y de hoy. Porque a menudo lo olvidamos, pero la mejor manera de acercarnos es mostrando aquello que tenemos en común, compartiendo las vivencias, la música y los chistes que nos divierten y, en definitiva, franqueando la frontera de la información -necesaria más que nunca- para llegar a los asuntos diarios de los eventos que crean una cultura. De esto, que algunos llaman la diplomacia del poder blando, sabe mucho EEUU y por ello se empeña en llevar su cine y su música por todo el mundo. Porque una vez que hemos reído y llorado con actores de Hollywood, y hemos sido testigos de los dramas de familias de Nueva York o de Boston, empatizamos mejor con sus angustias y su dolor, es más, nos sentimos incluso reflejados en ellos, pues dejan de ser el otro para ser uno más.

Por desgracia no es tan fácil acceder a los relatos de esas vivencias desde aquí en España, donde apenas vemos películas domésticas, y si hay suerte, hispanoamericanas. El poder del mercado y de la esfera política de influencia nos marca los gustos y convierte todo lo ajeno en un privilegio de grupos minoritarios como estos africanistas. Por eso a mí me hace tremendamente feliz cada vez que puedo bajar a Córdoba a ver un cine donde veo reflejado no sólo mi historia, sino la de muchos otras personas de quienes aprendo cada vez más. Y más feliz aún me hace saber que ahora tenemos todos a nuestra disposición el archivo fílmico del FCAT con más de 800 títulos de cine africano (subtitulado) en la Universidad de Sevilla. Y van creciendo.

En esta duodécima edición, tuvimos la suerte de contar con la presencia de profesionales y cineastas de países como Sudáfrica, Madagascar, Angola, Ruanda, Camerún, Nigeria, Guinea Ecuatorial, Burkina Faso,Senegal, Sudán, Túnez, Marruecos, Egipto, y Francia, Bélgica o Portugal. Cabe destacar la presencia del actor camerunés Emil Abossolo Mbo, a quien el Festival rendía homenaje este año proyectando películas suyas tan conocidas como Africa Paradis o One Man’ Show; y de la montadora tunecina Nadia Ben Rachid, reciente ganadora de una estatuilla César por la aclamadísima “Timbuctú”, uno de los platos fuertes -y reclamos- del Festival de este año tras su andadura en los Oscar y exposición mundial.

El evento arrancó en el Teatro Góngora con la proyección de “Adiós, Carmen”, una comedia dramática al puro estilo Almodóvar, con la salvedad de que se desarrolla en la zona del Rift (norte de Marruecos) a la muerte de Franco en 1975, y está salpicado de tintes bollywoodienses a lo largo y ancho de todo el largometraje de Mohamed Amin Benamraoui, en su debut como director. Una autobiográfica producida conjuntamente por Marruecos (su país de origen), Bélgica (su país de acogida desde la infancia) y Emiratos Árabes Unidos. Artista comprometido que en su juventud trabajó de mediador socio-cultural en Bélgica, aceptó llevar su película a los presos de la cárcel en Córdoba, donde se proyectó y mantuvo un debate posterior con algunos de sus presos de origen marroquí o estudiantes de español. Como intérprete, asistí maravillado a las risas y los aplausos de los internos que ovacionaron largamente al director al final de la película; y ante la respuesta humana y emotiva del realizador cuando sus contertulios se retiraban en fila a sus módulos y nosotros nos íbamos dejándolos atrás. Ver la ilusión y el agradecimiento en los ojos de aquellos hombres y mujeres al tener a un cineasta en persona entre ellos hablándoles de tú a tú y comentando su película, fue una de las experiencias más inolvidables que me aportó este festival.

Otro plato especial de la semana de cine fue el largometraje documental de Hajooj Kuka, “Beats of the Atonov” (Ritmos del Antonov), una película de visión obligatoria que nos explica de una manera extraordinaria las causas del conflicto que arrasa ese territorio que lo ha llevado a la división, no sin pueblos atrapados entre las nuevas fronteras. Una oda a la vida y a la alegría en medio de la desgarradora obstinación de la guerra interna. Una mirada directa, humana, cercana y sin atajos que sorprende tanto en las palabras como en los gestos amables y pausados de este sudanés atrapado, él también, en el conflicto que sangra las almas de su país.

Me pasaría el día recordando tantos y tantos momentos y aspectos que merecen la pena ser contados y recordados… pero quiero poner de relieve la elevada presencia de directoras y realizadoras en esta edición, desde la senegalesa Angèle Diabang, con su desgarradora historia sobre las mujeres violadas en la República Democrática del Congo, de cuyo traumático rodaje aún no se ha recuperado, dice; a la angoleña Pocas Pascual, que nos trajo un relato muy personal sobre la guerra civil de su país de origen y sus efectos sobre sus gentes; pasando por la marroquí Dalia Enmadre y su visión particular de la Medina, en Casablanca, por mentar solo algunas. También merecen especial mención la sección dedicada al recorrido histórico de Sudáfrica y a la diáspora afrodescendiente en América Latina, con temas que incumben más directamente a España, desde Argentina o Cuba.

Las obras ganadoras del festival en cuanto a los largometrajes de ficción fueron “L’Armée du salut” (El ejército de Salvación), del escritor y director novel marroquí Abdellah Taïa, basado en su libro homónimo. Un retrato oscuro y complejo sobre la búsqueda de la identidad de un joven homosexual, en un contexto como el del país vecino. Un tema también tratado con una gran originalidad fotográfica y de montaje desde historias reales de kenianos en “Stories of our lives” (Historias de nuestras vidas), un retrato múltiple, y a veces duro, de jóvenes que sufren y sobreviven como pueden el tabú de la homosexualidad en sus países a día de hoy. El segundo ganador fue para el ruandés Kivu Ruhorahoza con su críptico y creativo “Things of the Aimless Wanderer” (Cosas del caminante sin meta). En el género documental ganó la antes mencionada “Beats of the Antonov”, favorita del público, y mía. Su sonrisa franca, sus ojos brillantes y llenos de esperanza cautivaron tanto en la pantalla como en sus intervenciones personales, convirtieron al director sudanés en la gran sorpresa del Festival 2015. Ojalá su mensaje llegue a más gente, un mensaje que necesita imperiosamente expandirse para evitar males mayores y errores inaceptables.

En esta edición, pudimos contar con la sección El árbol de las palabras, retransmitido en Radio 3 y Radio Exterior a través del programa de Javier Tolentino, “ El Séptimo Vicio,”. Lo dicho, por suerte parece que lo africano empieza a asomarse con naturalidad a la esfera pública española, poco a poco gracias a un grupo de africanistas que no cejan en su empeño año tras año. ¡Bienvenida sea la buena nueva!

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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