El deseo convierte al hombre en adicto a los sentidos y sólo entonces se percata que aun no habiendo iniciado el camino ya es rehén de su senda. Ahí estriba el imperio de la mente y la miseria de lo tangible. La costa de la culturalmente germánica ciudad de Swakopmund, Namibia, es una playa infinita que se desparrama hasta Angola. Un cementerio donde la arena y la lima del viento desgastan las costillas metálicas de los ingenios del hombre que en forma de barcos vararon presa de bajíos y nieblas.
Las frías y húmedas mañanas apenas logran desnudarse de su neblinoso albornoz cuando ya a las cuatro de la tarde el día claudicó bajo el tímido sol austral. Eso te ralentiza por dentro. Swakop es ciudad de bufandas y chaquetones; que no te confunda el dorado de sus playas. La primera vez apenas pude finalizar la carretera salada. Una interminable recta de sal compactada que te lleva a la puerta de Ugab; entrada a Costa esqueletos y de ahí al fin del mundo.
Más al norte la sal deja paso a la grava con tramos más o menos alegres. La sensación de soledad te recuerda que en efecto lo estás. No hace falta visitar Marte para sentirte un poco cosmonauta. Rojos, ocres y verdosos, arrugan la orografía namibia. La faz más vieja de la tierra es paraíso del geólogo y de los que buscan caminar bajo esa acuarela celeste que es su cielo infinito. La enormidad de los espacios abiertos genera alucinaciones en la geográficamente estrecha mente del isleño; doy fe. ¿Cuál era el objetivo de esta [otra más] locura? Ganar Terrace Bay. ¿Qué hay allí? Nada. Casi quinientos kilómetros atravesando el planeta rojo para más soledad, dunas y una vez logrado, darte cuenta que sólo estas en el inicio de…Costa esqueletos.
Paras a recoger algún cristal de sal rosa y te percatas que la carretera se ha ido difuminando; quizás ya no estés en ella; y qué más da…No hay nada en la encrucijada de Springbokwasser más allá de un cartel oxidado en el que puede leerse kilómetro 395. Esta tierra diluye el ego y en sus instantes quedas atrapado ya para siempre. Sus lugares señalan simplemente un punto kilométrico; no tienen nombre y eso viene bien al conductor para recordarle lo mínimo de su dimensión; es difícil describir Costa esqueletos.
*CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL