Cosas del amor, por Rafael Muñoz Abad

10/02/2015 | Bitácora africana

…Apurando su taza de té con su huroneado y afilado mirar azul, Robert, un capitán de barco de los de antes, maniático y taciturno, me comenta con flema británica que esto es un arrabal de rufianes…pero que tampoco volvería a Sheffield. Aquí tiene una mujer tres décadas menor que él y aún sin tener hijos, un manojo de nietos lo jalean.

…This is a piece of shit…se recrea en su comentario mientras me sonríe de manera pícara.

Gambia es una rareza. Una angostura “anglófona” encajado en el Africa francófona. En sus inicios se trató de un poste colonial usado por las compañías de navegación anglosajonas en la trata atlántica. A día de hoy, fuera del club de la Commonwealth, el regimen de Banjul es un estado con serias deficiencias democráticas cuyo aire colonial británico es meramente artificial. El compromiso de Inglaterra con la llamada sonrisa de Africa es más bien nulo. School buses, camisetas falsas del United, galletas Mcvities a precio de salmón y un inglés amputado a medio cocinar entre el francés, el mandingo y el wolof. Al otro lado de la frontera, los senegaleses se ríen de ellos y con resignación dicen: “…se creen ingleses y nos miran por encima del hombro; si Senegal les cierra la frontera, se mueren de hambre. Lo cierto es que todos pertenecen a los mismos grupos poblacionales y la explicación hay que buscarla en la escuadra y cartabón del reparto colonial.

…diluvia y el vuelo chárter de Monarch espera su pasaje. Un rebaño de señoras rubias y rollizas de avanzada edad vestidas con dorados, leopardos y estampados floreados – todo junto – que parecen sacadas de un telefilm de Benny Hill, dan color a la modesta terminal. Todo muy gráfico. La sala de espera del “aeropuerto” internacional de Banjul es un drama. Lloran desconsoladas según se despiden de sus amantes negros mientras ellos ya dan la bienvenida a las nuevas pasajeras que desembarcan. Cosas del amor.

Es fácil pero no barato llegar a Gambia desde Canarias. Su economía es minúscula y básicamente depende de la exportación de aceites y frutos secos. La buena cerveza local – un habitual en el Africa subsahariana – se llama Julbrew y remontar el rio es una experiencia inolvidable en lo visual. El país es relativamente seguro y más allá de las precauciones antipalúdicas, es remarcable citar la recomendación de decoro al turismo sexual. Yahya, el golpista gordinflón que allí manda, ha prometido dolorosos castigos físicos a los homosexuales. Sin comentarios.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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