¡Contra la pobreza, justicia social y educación integral!

2/11/2021 | Editorial

cidaf-ucm_logo_blanco-8.pngEl coronavirus ha hecho que el mundo retroceda en casi 20 años muchos de los índices de desarrollo y de bienestar, particularmente en el hemisferio sur, y se ha llevado 5 millones de personas por delante.

Pero, es la pobreza la que vuelve a aumentar y a matar. Los desafíos en la erradicación de la pobreza no han dejado de crecer: la violencia en Haití, el conflicto en Etiopía, Yemen, Siria o Sudán del Sur, conflictos olvidados como el de República Centroafricana, las plagas de langosta, las sequías y otros desastres naturales… Lo cierto es que la pobreza vuelve a aumentar, por muchas razones, y entre ellas está nuestros propios estilos de vida.

La pobreza y el hambre matan a 24.000 personas cada día. Esto significa: 14 millones de personas, del hemisferio sur, desde que comenzó la pandemia.

La pobreza es una situación de la que se puede salir. Pedimos a los gobiernos y a la comunidad internacional que trabajen por unas estructuras más justas que ayuden a erradicar la pobreza y, una vez más, reivindicamos el poder de la educación integral para cambiar el futuro de millones de personas.

Es algo que todos los días vemos que se hace realidad. Niños y niñas en situaciones de vulnerabilidad que se superan y con su esfuerzo, y el apoyo de buenos educadores, consiguen una vida digna. La colaboración de todos es indispensable.

Superar la pobreza y el hambre depende de nosotros. El Papa Francisco ha pedido: salario básico universal, reducción de la jornada laboral, eliminación de patentes farmacéuticas y fin del neocolonialismo y las sanciones a países.



«Quiero pedirles a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente. Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente, para la clase media.

Considero que son medidas necesarias, pero desde luego no suficientes. No resuelven el problema de fondo, tampoco garantizan el acceso a la tierra, techo y trabajo en la cantidad y calidad que los campesinos sin tierras, las familias sin un techo seguro y los trabajadores precarios merecen«.

Una de las cosas más terribles de la desigualdad económica son las consecuencias psicosociales que comportan: nos alejamos de los que no son como nosotros, disminuye la empatía y tendemos a creer que nos merecemos nuestro lugar (superior) en una escala social. La desigualdad nos hace perder la confianza en los otros y, por eso, se traduce en menos participación cívica y social, y en menos motivación por el bien común. Hablar de desigualdad hoy es hablar de segregación social y territorial. Esta desigualdad es provocada ante todo por la gobernanza injusta, tribal y depredadora de muchos gobiernos, tanto locales como extranjeros.

El coronavirus se abate sobre un mundo en el que la desigualdad ha crecido en la mayoría de los países, asentada en un sistema económico que favorece el acaparamiento de la riqueza, la renta, las oportunidades y los recursos naturales por parte de unos pocos. “Los poderosos ni quieren, ni pueden, ni saben cómo superar la pobreza y la desigualdad”, afirma el economista Jeffrey Sachs.

A medida que la sociedad civil, con estudiantes, educadores, agentes sociales, junto con los grupos oprimidos y marginados, tomen la iniciativa y se convierten en pioneros del cambio y del desarrollo sostenible podremos superar el hambre y la pobreza severa.

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