Otra vez Túnez (“¿Tiene solución Túnez?”, 12 de enero 2023). ¿Qué queda del aura de ese Túnez que tanto nos ilusionó hace doce años con su “revolución de los jazmines”? Algo así se preguntaba Frédéric Bobin en “L’étoile assombrie de la Tunisie de Kaïs Saïed” (La estrella ensombrecida del Túnez de Kaïs Saïed), en Le Monde del viernes 24 de febrero “¿Qué influencia puede reclamar después de que su presidente, Kaïs Saïed, lanzara oprobio sobre los inmigrantes subsaharianos asociándolos, en modo conspiratorio, con «un plan criminal» destinado a «transformar la composición demográfica de Túnez?”. A esas preguntas de Bobin yo añadiría otras más sustanciales: ¿En qué medida tienen los pueblos, –Túnez esta vez –, los dirigentes que se merecen? Y en caso de horrores y desvaríos, ¿comparte un pueblo la culpabilidad de sus dirigentes democráticamente elegidos?
El 13 de octubre de 2019, en segunda vuelta, Saïed obtuvo la presidencia con el 72’7 % de los sufragios. Profesor universitario, apreciado por su rectitud, era el candidato de los jóvenes. No pertenecía a la clase política y prometía combatir el politiqueo de los políticos y la corrupción de las élites, y facilitar el resurgir de la economía con la participación y el esfuerzo de todos. Era un populista, pero sin un partido o red institucional que lo sostuviera y lo controlara. De ahí su dificultad para pasar de enseñar a gestionar los múltiples problemas de Túnez. En estos tres años, todavía con la aprobación de buena, aunque decreciente parte de sus votantes, el profesor ha atribuido sus fracasos a los políticos del “viejo sistema”. Así que en julio de 2021 suspendió el parlamento arrogándose plenos poderes. Un año más tarde, en julio de 2022, con el 94,6 % de los votos emitidos (con una abstención del 69’5% según los datos de la Instancia Superior Independiente para las Elecciones, ISI), aprobaron una nueva constitución hiperpresidencialista, hecha a medida para Kaïes Saïed. “Esta Constitución nos permitirá pasar”, –declaró entonces Saïed–, “de una situación desesperada a divisar la luz de la esperanza”. El 28 de septiembre disolvió el parlamento, y ya con la nueva constitución, convocó elecciones. Fueron un fracaso total. En la primera tanda, el 17 de diciembre, tan sólo votaron el 11’22 % de los electores. En la segunda, el 29 de enero, participaron el 11’4 %. Entre tanto la economía ha seguido deteriorándose, el “régimen” se ha endurecido, los oponentes están siendo acusados de traición, algunos son encarcelados, Saïed acusa de partidismo a los periodistas, y hasta la CGTT, que se esfuerza por rehacer el “Cuarteto” que sacó las castañas del fuego en la crisis de 2013, aparece cada vez más como la sola oposición válida. Y Kaïs Saïed, plantado en sus trece, se parece cada vez más a un caudillo. Hasta en los vídeos y fotografías oficiales se le ve seguido a corta distancia por su “séquito”. Y en las reuniones da la impresión de sermonear, mientras los ministros, las cabezas vueltas en su dirección, escuchan atentamente. Es en ese contexto en el que cabe preguntarse en qué medida sus últimos exabruptos racistas están haciendo que disminuya también entre los jóvenes el número de sus seguidores.
El 21 de febrero, ante el Consejo de Seguridad Nacional, Kaïs Saïed pronunció un discurso extremadamente duro sobre la llegada de «hordas de inmigrantes ilegales» [de África Subsahariana] cuya presencia en Túnez es, según él, una fuente de «violencia, crímenes y actos inaceptables«. Siempre según Saïed, esa inmigración ilegal es parte de una «empresa criminal tramada a principios de este siglo para cambiar la composición demográfica de Túnez«, con el fin de transformarlo en un país «sólo africano» y desdibujar su carácter «árabe-musulmán«. E insistió en «la necesidad de poner fin rápidamente» a esta inmigración. Hay que recordar que Túnez tiene 12’26 millones de habitantes (en 2021), y entre 20 y 50 mil subsaharianos (según las diferentes ONGs y asociaciones), para la mayoría de los cuales Túnez es tan sólo una etapa en su viaje hacia Europa. Precisamente cuatro días antes, Lilia Blaise había publicado en Le Monde Afrique “En Túnez los subsaharianos son víctimas de una racismo creciente”. Además de describir algunos hechos racistas, Blaise mencionaba la petición lanzada el verano pasado en Facebook por un obscuro «Partido Nacionalista» que exigía «la expulsión de la colonia de migrantes subsaharianos que se instalan en Túnez«. Dicho Partido Nacionalista tendría tan sólo 3.600 seguidores en Facebook, pero en Tik Tok, sus vídeos antinegros habían recogido 36.000 “me gusta”. Blaise citaba igualmente las palabras del exportavoz del Ministerio del Interior Khalifa Chibani quejándose en radio Diwan de que los “africanos están empezando a ser demasiado numerosos” en la ciudad de Sfax. Y las del exministro Mabrouk Korchid, según el cual “Si los tunecinos continúan emigrando, los africanos vendrán a casarse aquí y nos reemplazarán”.
“Siempre ha habido discursos racistas en Túnez por parte de una minoría de políticos hacia los migrantes, pero también contra los negros de nacionalidad tunecina”, ha explicado el sociólogo Vincent Geisser, especialista del Magreb. “Lo que es nuevo aquí es que el presidente se está reapropiando ese discurso para convertirlo en un discurso de Estado en un registro que es tanto seguridad como identidad”. Reacción rápida, parece que el “racismo de Estado” (así lo ha llamado Imed Bahri en Kapitalis) ha aumentado tras las declaraciones de Saïed. Radio Mosaïque anunció el jueves 23 que 122 subsaharianos habrían sido detenidos en las 24 horas precedentes. Con todo, los antiemigrantes son una minoría, y a Saïed Kaïes le está saliendo el tiro por la culata. No sólo las ONG han condenado el discurso «racista y odioso” del presidente Tunecino. También lo han hecho varios países europeos y la misma Unión Africana. El viernes 24, en una declaración firmada por Moussa Faki Mahamat, presidente de la comisión de la UA, declaró “condenar enérgicamente las impactantes declaraciones hechas por las autoridades tunecinas contra los compatriotas africanos, que van en contra de la letra y el espíritu de nuestra organización y nuestros principios fundacionales”. Ese mismo día la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT) emitió una declaración en su página de Facebook, expresando “su preocupación por el discurso odioso, discriminatorio, intolerante e incitador, xenófobo y racista contra los migrantes, especialmente los subsaharianos, en Túnez”. El sábado 25, la organización tunecina de jóvenes médicos pidió a los médicos que denuncien todos los casos de violencia o abuso registrados entre migrantes subsaharianos. Y ese día Chokri Ben Nessir firmaba el editorial de La Presse, el periódico en francés más leído en Túnez: “La inmigración no es un crimen”.
Lo más significativo ha sido sin duda los cientos de personas que se manifestaron el sábado contra la campaña antiinmigración del presidente tunecino. Con una imagen que aparecía en las redes sociales: los manifestantes que vitoreaban y aplaudían a una joven subsahariana que les daba las gracias desde un balcón.
Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]