Conmovidos por la naturaleza, no por el hombre

14/04/2010 | Opinión

La política de intervención de Washington es irregular – se apresura a ayudar a las víctimas de Haití mientras ignora a los que sufren en la República Democrática del Congo, donde una guerra de 12 años ha matado a más de 7 millones de personas.

Las crisis humanitarias causadas por fuerzas naturales como el terremoto del 12 de enero de 2010 en Haití y el tsunami de diciembre de 2004 producen respuestas más rápidas y masivas que los desastres producidos por el hombre como la guerra de recursos que está arrasando el este de la RD Congo desde 1996. Los desastres naturales son más dramáticos e inmediatos en su furia destructiva, y más fáciles de entender y tratar políticamente hablando que los desastres debidos a la mano humana, pues estos conllevan temas complejos como la historia y la geopolítica. Como única superpotencia mundial de la era post-guerra fría, los EEUU han jugado un papel líder en la solución de crisis humanitarias como parte de su auto-proclamado “deber por cuidar” a las víctimas de desastres, pero una razón primordial de estas intervenciones humanitarias es mitigar las adversas consecuencias de estas crisis en los países occidentales y el mismo EEUU.

Si es verdad que la historia americana y la tradición misionera del país son importantes en el papel que juega el gobierno en apoyo de o junto con los grupos religiosos o de organizaciones de caridad en cuanto a la ayuda en los desastres, no hay duda de que sus intervenciones humanitarias en los países subdesarrollados son políticas. Se llevan a cabo para evitar crisis como la emergencia de estados frágiles o fallidos, un elevado número de refugiados o emergencias sanitarias.

En el caso de Haití, la proximidad a los EEUU, cuyas costas están a 150 km, es un factor predominante en las decisiones de los políticos para facilitar ayuda de emergencia y apoyo para la reconstrucción a largo plazo. Como la mayoría de los americanos ignoran la responsabilidad histórica de los EEUU en el subdesarrollo de Haití – incluyendo la ocupación militar del país de 1915 a 1934, su apoyo al gobierno de élite de mulatos y su apoyo a la brutal cleptocracia de François y Jean Claude Duvalier de 1957 a 1986 – la culpa y las reparaciones no son factores a tener en cuenta en el actual papel de USA en Haití.

En la RDC, los EEUU y Bélgica llevaron a cabo un complot para asesinar a Patrice Lumumba, el primer Primer ministro elegido democráticamente. Al trauma que perdura en el país y sus ciudadanos por la anterior devastación del régimen del caucho de Leopoldo II, con 10 millones de muertos aproximadamente, ahora se ha añadido la tragedia de los campos de muerte del este del Congo, con 7 millones de muertos aproximadamente desde 1998 y miles de mujeres víctimas de violación y mutilación sexual a manos de grupos armados.

La guerra responsable de esta carnicería es una consecuencia directa del genocidio de Ruanda de 1994, del cual huyeron 2 millones de refugiados al este del Congo junto con los extremistas Hutus que habían llevado a cabo el genocidio. Ruanda se ha aprovechado de la presencia de estos extremistas para intervenir militarmente con propósitos de pillaje de recursos naturales, directamente, como hizo en 1996 y 1998, o indirectamente, a través de agentes congoleses, incluyendo la milicia Tutsi cuyo actual líder, Jean Bosco Ntaganda, es buscado por la Corte Criminal Internacional.

Los EEUU han hecho muy poco para presionar a Ruanda. En su visita de agosto de 2009 a la RDC, la Secretaria de Estado Hillary Clinton fue alabada por no hacer caso del consejo de su entorno de ir a la zona de guerra y demostrar su solidaridad con las mujeres víctimas de ataques sexuales y mutilación. Sin embargo, muchos congoleses se extrañaron de una declaración que hizo en Kinshasa de que deberíamos olvidar el pasado y mirar al futuro. La pregunta para ella y el estáblishment americano es: ¿Están ellos dispuestos a olvidar el 11 de septiembre de 2001 y mirar al futuro?

Georges Nzongola-Ntalaja

El autor es profesor de Estudios Africanos de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.

Artículo de opinión aparecido en “The Africa Report”, nº 22, abril-mayo 2010.

Traducido por Eva Torre, de UMOYA Logroño.

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