Hambre y guerra son dos fenómenos difundidos cuya relación profunda con frecuencia se ignora. El informe ‘Cibo di guerra’ (‘Comida de guerra’) publicado por la Caritas Italiana en colaboración con la revista Famiglia Cristiana y Il Regno, y editado por Il Mulino pone en evidencia la relación que existe entre las posibilidades de acceso a la comida y los conflictos.
El estudio, presentado en Milán en el marco de la Expo, se pregunta en qué medida la guerra puede ser determinada por factores ligados a la producción, distribución y consumo de alimentos, y qué tipo de consecuencias traen los conflictos armados en cuanto a desnutrición y mala distribución de los recursos alimentarios.
Al inaugurar dos días de reflexión sobre la lucha contra el hambre, los autores del estudio dicen que el mismo indaga también sobre las relaciones inversas, que de la pobreza extrema llevan a la conflictividad violenta. Y estudia las dinámicas que instrumentalizan a las personas y sus necesidades primarias en la construcción de la violencia, convirtiéndolos de hecho en “comida de guerra”.
Después de años de mejora, los indicadores que miden el grado de “pacificidad” del planeta comienzan a descender. La intensidad de buena parte de los conflictos está aumentando, con una significativa participación de la población civil y un creciente recurso a actos de terrorismo.
Más en general, en los diferentes conflictos de la última década, se pasó de un promedio de 21.000 muertos a 38.000 muertos al año. África y Asia son los dos continentes más inestables a nivel global. En ellos la falta de alimentos y las guerras se vuelven una mezcla letal, con inevitables reflejos en las migraciones a nivel mundial.