Cocaína exprés I, por Rafael Muñoz Abad

22/06/2015 | Bitácora africana

En 1562 un tal John Hawkins, armador, marino y pretérita figura de lo que a la postre se conocería como privateer, inauguró el comercio triangular atlántico. Navegar hasta Canarias, que ya era plataforma tricontinental, orar protestante en Adeje y con posterioridad, costear el Africa occidental en busca de esclavos que por la fuerza eran vendidos a los corruptos gobernadores españoles de Indias. El torna viaje se hacía cargado de mercaderías siendo el mayor beneficio haber abierto las derrotas atlánticas para la Inglaterra de los Tudor. El negocio triangular evolucionó con la navegación y de sus muchas variantes, la más oscura, pero que a Canarias de lleno le ataña, es el de la droga procedente de Sudamérica.

La mecánica atlántica del narcotráfico es opuesta a la circulación oceánica de la corriente del Golfo. La droga se embarca en pesqueros, viejos mercantes que no suelen superar los 120 metros de eslora o embarcaciones de recreo a vela. Las derrotas se conocen como la ruta 10. Me explico. Los paralelos 10º N y 10º S, “enlazan”, respectivamente, la costa de Venezuela y el saliente brasileño como la distancia más cercana al Africa occidental. Entre Brasil y Guinea Bissau hay unas 1500 millas náuticas. Y es en esa banda, que comprende 10º de latitud al norte y al sur del ecuador y aproximadamente unos 050º de longitud (3000 millas náuticas), es donde las agencias antinarcóticos de los EEUU, España y Portugal operan. Una superficie del océano inabarcable en términos de vigilancia humana que requiere del “soplo” y las operaciones de inteligencia en las costas de salida y recepción de la droga. Toda una guerra encubierta.

Guinea Bissau es el paradigma de narcoestado. La carencia de un edificio estatal y la miseria le hizo atractivo a los tentáculos del narcotráfico que apenas tuvieron resistencia para controlar en el gobierno y las fuerzas de seguridad. Binomio este último que, tradicionalmente, en la ex colonia lusa, han sido indisolubles. Bajo la metástasis de la corrupción, el estado desapareció y fue sustituido por los señores de la droga colombianos, mexicanos y sus lacayos locales. Sus calles, repletas de BMWX5, rameras y la versión guineana de los zombis haitianos, mejoran el escenario de cualquier videojuego. La ausencia de control aéreo y marítimo efectivo permite la llegada de la droga en jets, pesqueros o discretos veleros. Es la escala previa a los mercados europeos. Posteriormente, una parte se conduce por tierra atreves del Sahel y el vacío libio usando las rutas del tráfico de personas. La otra usa la conexión Canaria. Remontar la costa africana usando buques nodriza o embarcaciones de alta velocidad hasta aproximadamente unas 200 millas al sur del archipiélago; aprovechando con ello cualquier punto nuestro generalmente mal vigilado litoral para desembarcar los fardos. Existe una tercera vía. El aeropuerto de Schiphol en Ámsterdam, recibe vuelos diarios de Lagos, Accra y otras capitales de Africa occidental. La mafia nigeriana y sus “mulas” humanas engolaban, nunca mejor dicho, una parte importante de la cocaína que entra a Europa por los aeropuertos. Así lo refleja el estudio de Naciones Unidas COCAINE TRAFFICKING IN WEST AFRICA cuyas cifras arrojan que un 45% de los detenidos por tráfico de cocaína en los aeropuertos europeos son titulares de pasaporte nigeriano.

Curiosamente, no hay grandes alijos en Nigeria, lo cual nos indica el alto grado de corrupción y permeabilidad que tienen las autoridades al respecto.

Sólo de manera reciente y, más pasiva que activamente, España ha empezado a controlar sus costas en Canarias. En otras palabras, hemos sido un coladero para el denominado cocaína exprés. Una escala fácil y cercana previa a la Europa continental. Las cifras y los apresamientos en las aguas circundantes son meridianos a la hora de afirmar que las Islas Canarias forman parte de la mecánica atlántica de la droga; destacando el apresamiento del pesquero “Mars”, “despachado” de Bissau para Canarias, con unos 2300 kg de cocaína a bordo lista para ser transbordada en alta mar a embarcaciones menores que discretamente debían alcanzar las playas de Canarias. El caso del “Mars” viene a representar el arquetipo de operación. Uno de los muchos pesqueros que faenan al sur de las islas, que en este caso, fue usado como buque nodriza para navegar hasta el archipiélago y con posterioridad, aprovechando el anonimato de alta mar, transbordar la droga a embarcaciones fueraborda. Lejos del alarmismo, no nos ha pasado nada serio por factores del azar. Un riesgo inaceptable dado la cercanía del archipiélago a determinados focos calientes del islamismo en Africa.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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