La semana pasada me llamó la atención una noticia que ninguno de los medios españoles, que yo sepa, ha considerado interesante. La leí en The Guardian del 10 de abril: “Los olvidados científicos africanos consiguen finalmente su propia publicación. Podrán dar a conocer sus investigaciones sobre enfermedades como la malaria o el Sida, y proponer soluciones ante el cambio climático”. “Scientific African” será el nombre de la nueva revista, que tendrá como editor al Doctor Benjamin Gyampoh, hasta febrero de este año Coordinador de Programas de la African Academy of Sciences, con sede en Nairobi (Kenia). No es casualidad el que la decisión de crear “Scientific African” se anunciara durante la reunión del 26 al 28 de marzo, esta vez en Kigali (Ruanda), del “Next Einstein Forum” (“Foro del Próximo Einstein”) que reúne cada dos años a jóvenes científicos africanos. Gyampoh, originario de Ghana, enseñó en el Departamento de Gestión de Agua y Pesca de la Kwame Nkrumah University of Science and Technology, en Kumasi (Ghana). Y en Nairobi, “Benji” (así se le conocía afectuosamente), era apreciado por la pasión con la que se dedicaba a formar jóvenes científicos, a través de la “Alliance for Accelerating Excellence in Science in Africa” (AESA)”, fundada en 2015 por la “African Academy of Sciences” gracias a la ayuda de la “Bill & Melinda Gates Foundation” (BMGF), y del Departamento para el Desarrollo Internacional, de Gran Bretaña.
En la “African Union’s Agenda 2063”, que la Comisión de la Unión Africana publicó en 1915, se observaba que el desarrollo del continente iba a depender de su capacidad para fomentar una cultura científica y de su esfuerzo para innovar tecnológicamente. Pero todavía en 1917, a África, con el 15% de la población mundial, pero con sólo el 5% del PIB mundial, no le correspondía más que el 1,3% de lo invertido globalmente en investigación y desarrollo.
Escasean, pero no faltan científicos en África. La “African Academy of Sciences”, fundada por el entomólogo Thomas Ohiambo en 1985, con sede en Nairobi, aunque su reunión inaugural tuvo lugar en Trieste, cuenta con 330 miembros (entre asociados y honorarios). En su plan estratégico 2013-2018 ha priorizado seis áreas: Cambio climático, Salud y Bienestar, STEM (Ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), Agua e Higiene, Nutrición y Seguridad Alimentaria y Energía sostenible. También tiene su sede en Nairobi (en el edificio dela AAS) “The Network of African Science Academies”, fundada en 2001. Se trata de un consorcio de instituciones académicas que quiere favorecer la actividad científica independiente y se centra en las prioridades del continente. Veinticuatro instituciones eran miembros de la red en 2016. Importante también es “The African Institute for Mathematical Sciences (AIMS), fundado en 2103 en Muizenberg, un suburbio de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), e implantado ahora en Senegal, Ghana, Camerún, Tanzania y Ruanda.
Existen, además, dos instituciones pensadas para potenciar a los jóvenes científicos. La AESA, mencionada más arriba, y el Next Einstein Forum (NEF), fundado en 2013. El NEF es el resultado de la colaboración entre AIMS, gracias a la insistencia de su presidente actual, el beninés Thierry Zomahoun, y la Fundación Robert Bosch, fundación privada establecida en 1964 y reconocida por su contribución a la promoción de las ciencias naturales y sociales, con especial hincapié en sanidad pública, educación y relaciones internacionales. Ha sido precisamente durante la última reunión del NEF, en Kigali, que se ha anunciado la aparición en el último trimestre de este año de la revista “Scientific African”.
Rosa Musito, ingeniera de formación y hasta hace poco investigadora principal en la Sección de Clima internacional y Energía limpia del Departamento de Energía norteamericano, es la fundadora y presidenta del “Mawazo Institute” (mawazo significa ideas o pensamientos en swahili), cuya finalidad principal es potenciar a las mujeres científicas. Fue entrevistada el 11 de abril en la Canadian Broadcasting Corporation (CBC), sobre lo que podría significar el lanzamiento de “Scientific African”. Se mostró convencida de que llegará el día en que los científicos occidentales aprenderán mucho de los investigadores africanos. Pero entre tanto hay que conseguir que los trabajos de éstos se publiquen, y se publiquen en África. “La publicación de los trabajos es esencial en la investigación, como el caldo de cultivo… Pero se publica según las prioridades de los países. En Occidente se publica muchísimo sobre el cáncer, pero poquísimo sobre la malaria y otras enfermedades tropicales. Y sin embargo el coste para erradicar éstas es mucho menor Pero no son un problema en Occidente”.
En el artículo del The Guardian, el optimismo de Benjamin Gyampoh era mucho más concreto. Calcula que publicar un trabajo en la Scientific African costará unos 161 euros, la mitad, según él, de lo que cuesta su publicación en otras revistas científicas.
Gyampoh y Musito dan por descontado que el clima político favorecerá la investigación y la colaboración entre las diversas instituciones africanas. En ello siguen a la “African Union’s Agenda 2063”. Será sin embargo una batalla que habrá que ganar día a día. En 2009, Bassirou Bonfoh, director del Centro Suizo de Investigaciones Científicas en Costa de Marfil, consiguió la colaboración de 10 instituciones africanas para estudiar la transmisión de infecciones entre animales y humanos. Las del ébola y Sida son las más conocidas. Ya en 2010, el grupo coordinado por Bonfoh había formado a 45 personas entre másteres y doctorados, y había ya 12 miembros dedicados en exclusiva a la investigación. Pero cuando en 2013 quiso organizar una reunión de investigadores, tuvo que negociar primero con el gobierno para obtener visados para los científicos africanos procedentes de países en los que Costa de Marfil no tenía embajada.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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