CHINA KEITETSI Autora del libro «Mi vida como niña soldado»

5/02/2008 | Entrevistas

China Keitetsi es ugandesa y tiene sólo 28 años, pero la mirada perdida de un ser que ha vivido muchas vidas. Unos ojos que delatan la tristeza de un pasado, al que se le robó la infancia y se le impuso vivir como niña soldado. Ahora, con el arrojo de haber dejado atrás un país marcado por la guerra y la brutalidad, ha escrito unas memorias duras y realistas que pretenden concienciar al mundo del más de medio millón de niños que padecen este calvario en los 35 conflictos que hay en todo el planeta.

– ¿Este libro ha sido un buen bálsamo para superar el infierno que padeciste?

Escribí sólo para desahogarme, como quien se quita de encima un gran peso que le agobia. Este libro me ha ayudado a asumir mi pasado, a hacer las paces conmigo misma. Por haberlo escrito, he aprendido a ver muchas cosas, que en su momento pasé por alto sin reparar en ellas. Hasta las plantas de mi casa me ayudan a ver la inocencia de los árboles y la vegetación que dejé atrás, en los lugares donde una vez estuve como soldado. Eso me hizo que me sintiera mejor, porque empecé a confiar en que más adelante soñaría los sueños de los inocentes, de las personas normales.

– ¿Ahora que vives en Dinamarca has dejado atrás el miedo?

En Dinamarca se vive de otra manera. Todos tienen sus derechos. Cuando llegué allí me lo explicaron, pero yo seguía temerosa de decir «no», creyendo que me castigarían como antes, cuando era obligatorio decir «si, señor», sin discusión. Más adelante, mi psicólogo y médico me corrigió la costumbre de llamar «señor» a todo el mundo. Ahora ya no se me ordena matar ni odiar, como en el ejército, pero lo mejor es no tener que vivir a las órdenes de nadie, y que nadie me obligue a hacer lo que no quiero. Y por encima de todo, no echo en falta mi fusil, porque la gente de Dinamarca es pacífica. Pese a tantas libertades nuevas para mí, los temores no me abandonan del todo. Todavía noto los abusos y las humillaciones, cicatrices para toda la vida como las que llevo en el cuerpo y que a veces, mientras me lavo, me dan ganas de arrancarme la piel.

– ¿Demasiadas pesadillas?

En sueños aún veo las sombras de tantos compañeros, niños soldado, que se mataron con sus propias armas, porque no soportaban más; veo los nativos torturados por una mera sospecha, las fosas comunes donde yacen mis camaradas muertos, la desesperación de los sobrevivientes muchas veces empujados a la traición para ganarse el favor de los mandos. Estoy segura de que mis pesadillas no me dejarán en paz hasta que los 300.000 niños soldados que hay en el mundo se vean libres de sus opresores y promotores.

– ¿Añoras la infancia que te arrancaron y no pudiste vivir?

Si algún cariño conservo todavía, es por la inocencia de la infancia. Otra cosa no me queda, sino el recuento de las víctimas. Perdimos nuestra infancia y la dignidad de mujeres, perdimos el sueño tranquilo y aprendimos a odiar nuestra propia piel. No pensamos como niños ni como adultos normales, pero hemos engendrado criaturas con hombres de la edad de nuestros padres. En cuanto a mi infancia ya la he olvidado. En ocasiones me parece que tengo seis años, y otras veces soy centenaria. Pero con el afecto de la gente, quizá llegará el día en que pueda soñar y sentir lo mismo que vosotros.

– ¿Os enseñaron a hacer de la tortura un arma de defensa ante la vida?

Recuerdo que en una ocasión, cuando regresábamos al campamento después de luchar, se ordenó a los prisioneros que cavaran sus propias tumbas. Algunos oficiales nos dijeron, a nosotros los niños, que les escupiéramos en los ojos. A los prisioneros se les anunció que no se iban a malgastar balas con ellos. Sentí un vuelco al corazón cuando les explicaron cómo iban a matarlos. «Cuando hayáis cavado vuestras tumbas pediremos voluntarios para que os machaquen la cabeza con el akakumbi», una especie de azadón corto y muy pesado.

– ¿Y no había escapatoria alguna?

En aquel instante comprendí que aquello no era más que el principio y que no podía hacer nada para remediar mi situación, salvo tratar de salvar el pellejo. La deserción era prácticamente imposible: los que la intentaron tuvieron una muerte horrible delante de todos. A los que robaban comida a los civiles, los ataban a un tronco y los fusilaban.

– ¿Así entregabais vuestras vidas?

Muchos entregaban sus vidas no en combate, sino a causa de las condiciones infrahumanas que padecíamos. Otros habían dejado de confiar en la victoria final y en la esperanza de una vida mejor. Veían caer uno tras otro a sus camaradas, y cada uno sabía que el podía ser el siguiente.

– ¿Muchos oficiales eran aficionados a tener niños como guardaespaldas?

Sí, porque obedecíamos sin rechistar y guardábamos la lealtad a nuestros «afandes» (jefes). Éramos los más activos en todo y para todo. Algunos se habían habituado a matar y torturar, creían que era la mejor manera de congraciarse con sus jefes. Así acentuábamos nuestra brutalidad para con los prisioneros a fin de conseguir grados, es decir, reconocimiento y autoridad. La mayoría actuábamos como robots atentos únicamente a la voluntad de sus creadores y cuando alguno se estropeaba, lo enviaban a primera línea para que muriese y cayese en el olvido para siempre.

– ¿No había un atisbo de ternura para con vosotros?

Yo volvía la mirada con frecuencia hacía los oficiales, tratando de leer en sus expresiones, si nosotros les importábamos o no, y así descubrí que lo único que les importaba a la mayoría de ellos era el interés propio, o cómo y cuándo lograrían hacerse con el poder. Los niños soldado ni siquiera existíamos en los corazones de nuestros jefes, ni siquiera los más altos. Es obvio que éramos unos niños necesitados de afecto. Pero si tus propios padres no te han dado el afecto, ¿quién lo hará?. Algunos ni siquiera tenían padres o se habían desentendido de ellos. Ahora buscábamos el aprecio de unos extraños, pero ellos también nos daban la espalda. Abandonados a nuestros propios recursos, buscábamos amor y comprensión, pero lo hacíamos en un lugar equivocado, y entonces aquellos extraños nos enseñaban a amar las armas.

– ¿Cómo se puede amar un fusil?

Siempre nos decían que el arma era nuestra madre, tu amiga, tu todo y que perderla era perderse. Por la noche, los jefes se acercaban con sigilo y te quitaban el arma. Al otro día te interpelaban diciendo que a ver dónde la habías dejado. Entonces tú la buscabas por todos los lados y luego ellos te daban una paliza y te revolcaban en el barro, diciendo que seguramente la habías entregado o la habías vendido. Después de los golpes te la devolvían y decían: «¿ves ahora lo que pasa cuando pierdes a tu madre?»

– ¿Y el infierno se hacía mayor por el hecho de ser niña?

A partir del grado de brigada, todos tenían derecho a gozar de nuestros favores. Casi todas las tardes venía algún oficial y te ordenaba presentarte en su despacho, generalmente hacía las nueve de la noche. Habría sido más fácil si cada una hubiese sido la querida fija de uno o dos afandes, ¡pero todos los días de la semana y con diferentes tanto si te gustaran como no!. Y no podíamos negarnos si no queríamos ser acusadas de insubordinación. Cuando una se resistía, el abuso cobraba un cariz violento y además llovían otros castigos. Se lo que estoy diciendo porque lo intenté…en vano. La espera de la noche le amargaba a uno todo el día, y recuerdo que alguna vez recé pidiendo que se detuviese el tiempo. Imagino que así debe ser el infierno, ¿dónde, si no, se encontraría tanta acumulación de dolor?. Los afandes siempre andaban enfadados y tenían el corazón tan helado que tal vez ni siquiera se daban cuenta del daño que nos hacían. Cuando estaba con ellos en la cama tenía la sensación de haberme acostado con la misma muerte.

– ¿Y te odiabas por ello?

Me odiaba a mí misma por no tener donde ir para acabar con aquello. Incluso llegué a persuadirme de que era lo natural, el sino de todas las mujeres. Me alentaba pensar que yo no era la única. El LRA nos daba las armas, nos enviaba a hacer la guerra por ellos, nos enseñaba a matar, a odiar y torturar y finalmente abusaba de nuestros cuerpos. No podíamos impedirlo.

– ¿Cómo dibujas ahora tu futuro?

Después de intentar dejar atrás todos los días tanto dolor, ahora me considero afortunada, porque he conseguido que alguien me ayude. Ahora vivo en Dinamarca con mi hijo y este verano voy a ir a Sudáfrica para encontrarme con mi hija a la que no veo desde hace siete años y a la que tuve que abandonar para venir aquí. Seguiré promocionando el libro y ayudando a las organizaciones internacionales que me reclamen para denunciar esto. Quiero fundar un lugar en Ruanda en el que acoger a niños soldado. Quiero dedicar mi vida a ellos.

“La geografía del dolor”

– Entre los lugares del mundo donde se utilizan los niños soldado destacan Israel, los territorios ocupados en Palestina y 18 países de África, entre los que figuran Angola, Burundi, República Democrática del Congo (RDC), Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, Sudán y Uganda. En concreto, durante 2003 se produjo el reclutamiento masivo de niños soldado en Costa de Marfil, Liberia y en zonas de la República Democrática del Congo, donde se detectaron los casos más espeluznantes, ya que a los niños se les obliga a cometer atrocidades como violaciones y torturas sexuales. Además, su rapto es frecuente en Uganda por parte del Ejército de Resistencia del Señor. En este país, cuyo conflicto dura ya 17 años, miles de niños del norte huyen de sus hogares durante la noche para evitar ser raptados y utilizados en combates y servidumbres «brutales».

– En Asia, algunos países incluidos son Afganistán, Indonesia, Nepal y Filipinas. En Birmania apenas hubo avances y se calcula que hay unos 70.000 menores en las fuerzas armadas del Gobierno, que suele raptar a niños, llevarlos a campos militares y someterlos a trabajos forzados, golpearlos y emplearlos en combate. En Sri Lanka, los separatistas tamiles siguen incluyéndolos en sus tropas, a pesar de las peticiones para que se les retiren sus rangos.

– En el caso de América Latina, Colombia es el país donde se producen casos de reclutamiento infantil con más frecuencia. Las últimas cifras muestran que el número creció hasta situarse en los 11.000. Existen incluso menores de doce años entrenados en el uso de explosivos y armas.

“Luchar con las leyes”

El pasado 21 de enero, se llegó en Ginebra a un preacuerdo para acabar con la utilización de menores de 18 años en los conflictos armados. En total, se calcula que más de 300.000 niños están participando en distintas guerras a lo largo de todo el mundo en la actualidad. Según la Coalición para Acabar con la Utilización de los Niños Soldados se estima que son más de 120.000 los menores afectados. Se da por supuesto que la mayoría de ellos son niños varones, pero también hay un importante porcentaje de niñas, que se ven obligadas a participar bien como soldados, espías o porteadoras y, sobre todo, como esclavas sexuales y «esposas de guerra».

“Así caen en sus garras”

Son muchos los caminos que llevan a las niñas a participar en las guerras. La mayoría son captadas, engañadas, secuestradas a punta de pistola o, incluso, entregadas por sus progenitores a las fuerzas militares como modo de pago de tasas. Colegios, discotecas y supermercados son los lugares más comunes en los que las menores son raptadas. Incluso en los casos en los que las niñas se alistan por deseo propio, se trata, generalmente, de un problema de supervivencia. La infraestructura de los grupos guerrilleros puede ser el único modo de conseguir comida, protección y seguridad disponibles para los niños de las zonas afectadas por la guerra. Otras veces, los grupos armados requisan los víveres de los poblados, para obligar a los niños hambrientos a salir y así obligarles a integrarse a sus filas. Desde la década de los 90, las niñas han luchado en el frente, cocinaban y limpiaban en los campamentos, espiaban, saqueaban, conducían misiones suicidas, hacían incursiones en campos minados como detectores humanos. También ayudaron a reclutar y secuestrar a otros niños a los que les esperaba el mismo destino, y en otras ocasiones se vieron obligadas a ejecutar castigos contra los menores que intentaban escapar, llegando a asesinarlos, tal y como ha ocurrido en Sierra Leona y Uganda.

Entrevista y recopilación de información

por Nuria Coronado Sopeña

Periodista.

1 Comentario

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