China en Africa

17/07/2017 | Opinión

En sus relaciones con el África Subsahariana, China ha conseguido hasta ahora nadar y guardar la ropa, aprovecharse económicamente evitando interferir y enredarse en las políticas locales. Pero sus intereses económicos, el número cada vez mayor de ciudadanos chinos que residen en la región a lo que tiene que proteger, y su creciente importancia en la escena mundial hacen que esa actitud pragmática sea interpretada cada vez más como una especie de neutralidad egoísta. Está llegando la hora de mojarse. Un reciente artículo aparecido en Crisis International sugiere que de hecho ya lo está haciendo en Sudán del Sur, para beneficio de todos.

china_africa-2.jpgLa primera intervención china importante en África, fue entre 1970 y 1975, con la construcción del Tazara Railway, llamado también el Tanzam Railway, porque sus 1.800 km. unían Tanzania y Zambia, y el Uhuru Railway (Ferrocarril de la Libertad), porque iba a permitir a Zambia exportar sus minerales a través de Dar es Salaam, rompiendo así el bloqueo al que le estaba sometiendo la que entonces era la Rodesia blanca y hoy es el Zimbabue de Mugabe. Se trató de una intervención bastante peculiar. En 1970 la China de Mao Zedong, que murió en 1976, no poseía los recursos económicos de la China actual. La visita a Pekín de Richard Nixon no ocurriría hasta 1972. Las motivaciones chinas eran entonces puramente políticas: fomentar su liderazgo entre los países del Tercer Mundo. Un país del Sur ayudaba a otro país del Sur. Y para construir el Uhuru Railway China utilizó hasta su propia mano de obra, miles de trabajadores chinos que desembarcaban en Dar es Salaam y que luego vivían aislados en sus campamentos a lo largo del ferrocarril en construcción. Los tanzanos les pusieron el apodo swahili “sisimizi”, el nombre de esas hormigas pequeñitas que están siempre moviéndose, siempre trabajando.

La presencia china en África tal como la conocemos hoy comenzó tras el despegue económico de la era Deng Xiaoping (entre 1978 y 1989). En Zambia en donde a pesar de la construcción del ferrocarril sólo vivían 300 chinos en 1991, ya eran unos 3.000 en 2006. En enero de ese año Li Zhaoxing, ministro chino de Exteriores, visitó África Occidental. En abril, el presidente Hu Jintao visitó Nigeria, Marruecos y Kenia. En junio, el primer ministro Wen Jiabao visitó otros siete países africanos. Y en noviembre, 30 líderes africanos acudieron en Beijing a la primera cumbre chino-africana. Basta citar las cifras para captar cómo las cosas evolucionaron después. En 2011 China compraba en África Subsahariana por valor de 70.000 millones de euros y vendía por valor de 66.000 millones. Ese mismo año fueron para África el 13,8% de las inversiones chinas en el extranjero (el 13,4% se invirtió en Europa). En 2013 China se había convertido en el cuarto país inversor en África, detrás de Francia, los Estados Unidos y la Gran Bretaña. En 2014 Howard French Knopf publicó su “China’s Second Continent: How a Million Migrants Are Building a New Empire in Africa”. Y un artículo en The Economist titulaba: “La masiva emigración china hacia África se debe casi exclusivamente a motivos económicos”.

Como era de prever, la presencia económica china ha tenido sus fallos y también ha creado problemas. El Uhuru Railway que en 1986 transportó más de un millón de toneladas de mercancías comenzó a perder importancia tras la independencia de Namibia (1990), el fin del Apartheid en África del Sur (1991), y la consiguiente apertura para Zambia de otras vías de exportación. En 2015 el Uhuru transportó tan sólo 88.000 toneladas de mercancías. Ha mejorado algo últimamente y se espera que al finalizar 2015 haya transportado unas 380.000 toneladas. Al fallar las mercancías han disminuido los fondos para su mantenimiento. Para evitar que dejara de funcionar, China condonó en 2011 el 50% del préstamo sin intereses con el que se había construido el ferrocarril.

Al ir aumentando la presencia china en África, surgió la desconfianza hacia sus motivaciones. China estaba comprando con avidez el petróleo africano, sus metales y hasta su producción agrícola. Ello contribuía al asombroso crecimiento económico chino. Pero ¿cómo le beneficiaba a África? A finales de 2014, a causa de la caída de los precios de las materias primas y de la desolación producida por el ébola, tuvo que cerrar la segunda mina de hierro más importante de África, la de Tonkolili en Sierra Leona. Se desplomaron sus acciones, y la compañía estatal china Shandong aprovechó la ocasión para comprarla en abril de 2015. En el mismo período Shandong construyó una fundición en África del Sur y también adquirió la de la compañía suiza Duferco. ¿Buscaban los chinos relocalizar en África las fábricas que tanta polución causan en su país? ¿O se trataba tan sólo de prever a largo plazo el aumento en el consumo de materias primas? El VI Foro sobre la cooperación chino-africana de ese mismo año en Johannesburgo no disipó las dudas. Las inversiones chinas africanas habían caído en un 40%. La balanza comercial se inclinaba ahora en favor de China. Y se tenía la impresión de que las ayudas e inversiones chinas se dispensaban en función de que el voto de los estados africanos en la ONU fuera más o menos favorable a las posiciones chinas. Por otra parte se comenzó a acusar a los chinos de no utilizar suficientemente la mano de obra africana, de no respetar los derechos sociales de los empleados africanos, de una excesiva presencia de comerciantes chinos…

Un artículo de Le Monde del 27 de junio del pasado año ilustraba de manera muy concreta las incertidumbres que sigue generando la presencia china en África: En Zimbabue la oposición acusa a Mugabe de vender el país a los chinos. Pero nueve de cada diez habitantes de Kenia aprecian la presencia china en su país, y el 86% de los senegaleses tiene una opinión positiva de China (sólo el 56% cuando se trata de los Estados Unidos).

El artículo de Crisis International que citamos al comienzo sostiene que ha llegado el momento de que China ponga bemoles a su política de «no ingerencia» y participe más en misiones de paz y en la promoción de acuerdos políticos. Lo está haciendo bien en Sudán del Sur. Pero China no olvida que el 20 de noviembre de 2015 perdió tres ejecutivos en una toma de rehenes en Bamako. China está aprendiendo poco a poco que no se puede nadar y guardar la ropa.

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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