“China no invierte en proyectos vanidosos, y está ayudando a África en la construcción de sus infraestructuras”. Fueron las palabras del presidente Xi Jinping durante la apertura del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), que tuvo lugar en Beijing el 3-4 de septiembre, tras prometer otros 60.000 millones de dólares para el desarrollo del continente. 53 países africanos estuvieron representados, todos menos eSuatini (Suazilandia hasta que cambió de nombre este año), único país africano que mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán. El Presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, alabó la creciente participación de China en el continente y negó que “se esté introduciendo un nuevo neocolonialismo en África, que es lo que nuestros detractores quieren hacernos creer”. ¿Por qué esa pequeña nota defensiva en la intervención de ambos presidentes? ¿Acaso no es oro todo lo que reluce?
En el número de invierno 2012 de la Global Review del Shanghai Institute for International Studies, Xue Lei defendía el papel de los miembros chinos de la UNMISS (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en la República de Sudán del Sur). El gigante asiático y primer socio comercial del continente africano, no tenía intención de participar en la UNIFSA (Fuerza Provisional de Seguridad de las Naciones Unidas para Abyei), otra de las fuerzas de la ONU presentes en el nuevo país africano, cuya acción consistía en asegurarse que las tropas de Sudán y Sudán del Sur respetaran los acuerdos de no agresión en la zona fronteriza de Abyei. Según Xue Lei, a diferencia de la UNIFSA, la UNMISS, aunque a veces tuviera que actuar como policía, se ocupaba ante todo de los problemas de fondo: la reconstrucción y el desarrollo económico del país. De ahí que los participantes chinos en la UNMISS fueran no combatientes, y entre ellos un buen número de ingenieros y médicos.
Sin embargo dos años más tarde sí que la UNMISS tuvo que actuar como fuerza de paz entre contrincantes, y ello en el mismo Sudán del Sur, después de que en diciembre de 2013 el presidente Salva Kiir, tras haber cesado a su vicepresidente Riek Machar, lo acusara de urdir un golpe de estado. Las represalias entre los diferentes grupos se cobraron miles de vidas y llevaron al país al borde de la hambruna. No es casualidad que las mayores violencias ocurrieran en las zonas petrolíferas (el petróleo equivale al 90% de las exportaciones). La política de China, que según la CNPC (China National Petroleum Corporation) había firmado un acuerdo con Juba para estabilizar y aumentar la producción del crudo, cambió entonces cualitativamente, y a lo largo de 2015 China envió a la UNMISS un primer batallón de infantería.
Según Jakkie Cillers, del Institute of Security Studies de Pretoria (Sudáfrica), el envío de tropas de combate señaló la “normalización” de la presencia china en África. Hasta ese momento parecía como que los chinos ayudaban a África sólo para abrir nuevos mercados, obtener materias y comprar tierras. En adelante, como la de las otras grandes potencias, Francia y EEUU en particular, su presencia sería también militar y estratégica. De hecho su fuerza naval está colaborando en las operaciones contra los piratas del Océano Indico. Y en julio de 2017, dos meses después de que se inaugurara el nuevo puerto comercial de Doraleh, en Yibuti, construido y gestionado con ayuda china, se inauguró oficialmente junto a ese mismo puerto una base naval china, no muy lejos de Camp Lemonnier (base naval norteamericana), Base Aérienne 188 (francesa), y Self-Defence Force Base Djibouti (Japonesa).
Comportarse como gran potencia tiene un precio humano (Tres ciudadanos chinos murieron en el ataque al hotel Radisson Blu de Bamako, Malí, el 21 de noviembre de 2015), y provoca recelos y sospechas. “¿Está frenando China el progreso de África?”, preguntaba Andrew Walker, comentarista de la BBC en diciembre de ese mismo año, pensando en las consecuencias que para África pudiera tener el enfriamiento de la economía china. Y la respuesta era “sí”, aunque no lo suficiente como para ocultar las mejoras en las que China había contribuido durante dos décadas. “¿Pueden integrarse en África los emigrantes chinos?”, se interrogaba a su vez Karen Allen desde Sudáfrica. Le respondía Huang Hongxiang, que en la China House, en Nairobi, trabaja para promover las relaciones entre negociantes chinos y africanos: “Los que llegaron hace unos años, y que trabajaban para grandes empresas, se ganaron la fama de ser duros y distantes con sus empleados africanos, y de relacionarse sólo entre ellos. Se debía a que no sabían cómo tratar a sus trabajadores. No es el caso de las nuevas generaciones, con una mayor experiencia internacional y con muchas ganas de inserirse en la vida real de los africanos”.
Han pasado tres años y la pregunta más urgente es otra: ¿Tendría que preocuparse África por su deuda contraída con China? A partir del año 2000 los préstamos chinos, especialmente para proyectos de infraestructura, han ido aumentando de manera espectacular, hasta llegar a los 30.000 millones de dólares en 2016 y los 76.000 millones del año 2017. “Las compañías chinas, especialmente las constructoras, han convertido el continente en un vasto terreno de construcciones de líneas ferroviarias, carreteras, presas hidroeléctricas, estadios y centros comerciales”. Así se expresa Ramathan Ggoobi, profesor de la University Business School de Makerere, Uganda. Precisamente los 51 kilómetros de autovía que conectan la capital Entebbe con su aeropuerto internacional los han construido una compañía china por el precio de 476 millones de dólares.
El problema es que muchos de los países africanos que están recibiendo créditos chinos son los mismos a los que hace diez años se les condonó la deuda y que tras haber seguido viviendo de préstamos están ahora en “riesgo de sobreendeudamiento”. 18 países en total, según el FMI. Otros 8 han sobrepasado el límite y están en quiebra. A día de hoy China posee el 14% de la deuda del continente africano. Está pues objetivamente interesada en que se desarrollen las economías africanas. Al mismo tiempo, el poderío chino hace que sea asimétrica su relación con los países africanos. Y según el sinólogo australiano Lauren Johnston, “China, que se está envejeciendo, estaría tratando de subcontratar en África su propia producción para compensar el aumento de los costes en su propia industria”. No se trata de neocolonialismo político, pero sí que podría convertirse en neocolonialismo económico.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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