«Físico» de formación, historiador por vocación y necesidad, también político, el 29 de diciembre pasado hubiera cumplido 95 años el senegalés Cheikh Anta Diop, fallecido en 1986, tras un largo batallar para ser reconocido su trabajo por la Academia. Sus tesis fueron objeto de rechazo, severa crítica y/o escepticismo por mucho tiempo. Su perspectiva afrocéntrica fue original. El escritor apostó a redefinir la explicación sobre las bases civilizatorias de la sociedad occidental, al enfocarse desde el Antiguo Egipto. Y proyectó una teoría propia que algunos han llamado diopismo, necesaria a los fines de revalidar la cultura africana en el contexto de la era de independencias del continente. No ha sido el primero ni el último en cultivar la perspectiva afrocéntrica, que siempre tuvo detractores.
Una obra cumbre
En 1954 el senegalés publicó su trabajo tal vez más renombrado, Naciones negras y cultura, su tesis doctoral, en el cual abordó una teoría novedosa: la postulación del origen africano de la antigua civilización egipcia, junto a que las lenguas africanas derivan del egipcio. La obra fue recibida con muy poco entusiasmo e incredulidad en el campo académico. Se le objetó al autor no haber aprendido el sistema de escritura jeroglífica, ser racista y un aficionado, entre otras críticas. Pero él avanzó sin preocuparse tanto por los planteos de los más afamados egiptólogos y colocando el foco en la recuperación de la historia africana, bastardeada sobre todo en época colonial.
Como una necesidad operativa, el colonialismo vació de sentido el pasado histórico precolonial africano, al minimizar su iniciativa y postular toda innovación como producto de influencias externas, en el caso egipcio, las provenientes de Asia. Opuesto a esta falsificación de la historia, Diop escribió la obra mencionada (y otras) además de haber participado en un gran movimiento intelectual que culminaría con la creación de la Historia General de África de Unesco, en la que colaboraron intelectuales africanos de su generación, como el historiador burkinabé Joseph Ki-Zerbo. Esta historia fue escrita como un antídoto contra el mito de inferioridad africana que Diop enuncia en el capítulo 2 de Naciones negras y cultura: “Ya en la Edad Media, el recuerdo de un Egipto negro que habría civilizado la tierra se había desvanecido a consecuencia del olvido de la tradición antigua, escondida en las bibliotecas, o amortajada bajo las ruinas. Y el desvanecimiento llegó a ser total tras cuatro siglos de esclavitud
En la obra de 1954 su autor criticó acérrimamente, con base científica, la presunción de inferioridad innata africana y, en su lugar, planteó una superioridad original y fundacional en África que permitió pensar el desarrollo posterior de la civilización griega. Es decir, la Grecia clásica no puede pensarse sin los aportes e influencias de la sociedad faraónica, la primera civilización cuyas semillas dejaron legados más tarde y cuya existencia desmiente la popular teoría del “milagro griego”. Diop dio cuenta de una verdad ocultada porque, si bien los clásicos evidenciaron el carácter negro-africano de la antigua sociedad egipcia, en tiempos mucho más recientes especialistas se encargaron de borrar del relato histórico esas marcas, egiptólogos no subsaharianos, funcionales al relato hegemónico de dominación imperialista.
Legado
El planteo de la africanidad egipcia de Diop llega hasta la actualidad y no es racista porque, como alegó su autor, al igual que más tarde para el caso europeo, la base de la superioridad recaló en aspectos culturales e históricos y no en explicaciones biológicas y/o esencialistas. Tampoco a él le interesaba llamarse a sí mismo afrocéntrico. Lo que sí destacó el senegalés fueron la autenticidad y autonomía de la civilización egipcia, sin importar tanto las influencias de Medio Oriente, y el carácter permeable en su difusión hacia otras sociedades africanas, más al sur, construyendo un relato de continuidad histórica africana en el que la era egipcia antigua es vital para entenderlo. Siguiendo esa misión, en 1981, al publicar Civilización y barbarie, su autor actualizó y corrigió lo escrito en 1954, además de profundizar determinados aspectos abordados en ese entonces.
Hoy nadie discute la africanidad de la civilización egipcia antigua, pero para eso Diop debió dar varias batallas, como en 1974 exponer su teoría en el congreso de El Cairo (organizado por la Unesco) donde fue examinada por los más destacados egiptólogos de la época, quienes ningunearon la ocasión pero, sin embargo, a partir de allí se admitió el origen y desarrollo negro-africano del Egipto antiguo, pese a que, como denunció el senegalés, la egiptología nació para negar la existencia de un Egipto negro. Es que hasta el momento imperaba, como parte del sentido común (que hoy pervive), lo que escribió Diop en 1954: “aquéllos que ignoraban la grandeza pasada de los negros –incluidos los propios negros–, encontraban cada día más difícil, incluso inadmisible, que éstos pudieran estar en el origen de la primera civilización que se propagó por la tierra y a la cual la humanidad debe lo que es esencial en su progreso”.
En 1996, en Dakar y a una década del fallecimiento de Diop, un gran congreso se reunió para homenajear su legado y, además de las actividades académicas previstas, se celebraron performances culturales a partir de la presencia de varias delegaciones africanas asistentes. La comitiva egipcia envío a sus bailarines rusos, pues así formaba la compañía, herencia de un obsequio soviético al pueblo egipcio durante la presidencia de Gamal Abdel Nasser. Fue un hecho curioso y sorprendente, el de contar bailarines blancos rindiendo homenaje a quien postuló el carácter negro del Antiguo Egipto. Entonces, si bien la teoría del origen africano de los antiguos egipcios dista de ser comprobada, no obstante es innegable que el aporte diopista ha enriquecido el campo de los estudios africanos. Si bien Diop fue marginado en la vida política y académica, hoy la universidad principal de Senegal lleva su nombre y su obra ha tenido continuadores, como es el caso del trabajo del historiador británico Martin Bernal, Atenea negra. Las raíces afroasiáticas de la cultura clásica, publicado en 1987. Con algunas diferencias pero una posición compartida, Bernal también ha sido objeto de crítica, pues su obra levantó mucha polémica y enojos de la Academia tras ver la luz.
Original en Blogs de El País África no es un país