Mamá Rosalie me llamó ayer, muy preocupada. Desde que pasé tres meses hospedado en su casa en un suburbio de Bangui a ella y a su marido les llamo “mi familia centroafricana” y cada vez que vuelvo allí por mi trabajo son ellos los que me dan de comer. Me dijo .que había escuchado en la radio que el Papa va a visitar su país antes de finales de este año. “¿Y qué tiene eso de preocupante?”, le respondí sorprendido, alegando que debería ser un motivo de alegría. Al oir su respuesta no supe si echarme a reir o a llorar: “Es que en el mercado he oído que el Papa viene a llevarse a todos los curas y monjas de nuestro país para ponerlos a salvo en el Vaticano”.
Desde 2013, en la extraordinariamente cruel guerra de Centroáfrica, las milicias armadas han flanqueado ya tres líneas muy peligrosas: matar o secuestrar a trabajadores humanitarios, a periodistas y a personal religioso. El último caso ocurrió el 19 de enero con dos personas que trabajan para la Cáritas de la archidiócesis de Bangui: una voluntaria francesa de 67 años, Claudia Priest, y el hermano Gustave Reosse, misionero espiritano volvían en coche, a eso de las ocho de la mañana, de una ciudad a pocos kilómetros al norte de Bangui tras haber llevado un cargamento de medicinas para niños desplazados. Cuatro jóvenes de las milicias “anti-balaka”, armados de kalashnikov, les cortaron el paso y, tras forzar la salida del conductor –otro hermano espiritano- se montaron en el vehículo con ambos y les llevaron al barrio de Boy Rabe, feudo de estas mal llamadas milicias cristianas.
Allí se dirigió, a las pocas horas, el arzobispo Dieudonné Nzapalainga para negociar con los secuestradores, los cuales exigieron la liberación de uno de sus líderes conocido como “general Andjilo”, recientemente detenido por las fuerzas internacionales de la ONU, como condición para devolver a los dos rehenes. En el momento de escribir estas líneas, los dos cautivos siguen todavía en poder de los milicianos, mientras monseñor Nzapalainga sigue pacientemente en Boy Rabe –donde ha pasado las dos últimas noches- intentando convencer a los violentos que dos trabajadores caritativos de la Iglesia no tienen absolutamente nada que ver con que se haya detenido a uno de sus líderes. Un día después de esta acción, otra trabajadora expatriada, esta vez de Naciones Unidas, fue secuestrada por los mismos anti-balaka cuando se dirigía a su oficina, aunque en este caso fue liberada a las pocas horas.
Seguramente, los anti-balaka han querido emular a otro grupo rebelde, el FDPC, que opera al Oeste del país, y que el año pasado secuestraron a un sacerdote polaco, Mateusz Dziedzic, y a otras 35 personas, para reclamar la liberación de su líder Abdoulaye Miskine, detenido en Camerún desde 2013. Tras varios meses de secuestro, el caso terminó con la puesta en libertad de los rehenes, lo que ocurrió tras la salida de la cárcel de Miskine y otros militantes.
Otros religiosos han tenido menos suerte. Un sacerdote de la diócesis de Bossangoa, en el norte del país, fue asesinado a tiros en una emboscada en abril del año pasado, cuando volvía de celebrar los oficios de Semana Santa. Y el mismo día, su obispo y otros dos curas diocesanos fueron secuestrados el mismo Jueves Santo, esta vez por milicianos musulmanes de la Seleka, los cuales decidieron liberarlos a los dos días, tras verse prácticamente rodeados de soldados cameruneses de la fuerza internacional de intervención. Otros religiosos del país han salvado la vida de milagro, tras capear el temporal de las violentas bandas de anti-balaka que les convirtieron en blanco de sus iras por haber protegido a miles de musulmanes a los que consiguieron salvar la vida en sus parroquias.
Pensé en estos y otros casos cuando mamá Rosalie me dijo que había oído que el Papa vendría a Centroáfrica para poner a salvo a todos los curas y las monjas, cosa que –según me dijo- le parecía muy bien porque bastante mal lo están pasando los pobres, que lo único que hacen es desvivirse por ayudar a los más necesitado y encima así se lo pagan. Mi familia de Bangui sabe lo que quiere decir pasar muchos días sin tener nada que llevarse a la boca y pasando noches en blanco por miedo a las bandas armadas. En 2013 los rebeldes de la Seleka les saquearon la casa mientras entraron disparando al aire como locos, y ahora que la Seleka ya no está desde el año pasado, tienen que andarse con muchísimo cuidado con los anti-balaka, algunos de los cuales les amenazaron seriamente por haber protegido en su casa a una familia musulmana. Rara es la noche que no escuchan tiros, y cada dos por tres el niño más pequeño tiene que volver corriendo de la escuela para no toparse con los milicianos.
Que no se preocupe ni ella ni ninguno de los centroafricanos, cristianos, musulmanes o animistas. No conozco todavía a ningún religioso, centroafricano o expatriado, que haya salido del país para “ponerse a salvo”. Y estoy seguro de que el Papa Francisco irá para decirles que está muy orgulloso de ellos por ser pastores como él quiere. Decir que huelen a oveja sería poco. Los curas y monjas que yo conozco en Centroáfrica huelen a sangre y a pólvora.
Original en : En Clave de África