Centroáfrica, caos a la vista, por Rafael Muñoz Abad – Centro de Estudios Africanos de la ULL

4/12/2013 | Bitácora africana

Las autocracias fueron la herencia política de la descolonización africana con la que una plétora de tiranos secuestraron la independencia y se autoproclamaron padres de la nación e incluso emperadores. Protagonizando uno de sus más patéticos episodios, la surrealista coronación de Jean-Bédel Bokassa no sé si parece sacada de un cuadro de El Bosco o de una película de los Monty Python. Este tarado, posando a lo Napoleón y creyéndose emperador del primer y último imperio centroafricano, se gastó el presupuesto nacional en una entronación a la que sólo acudió el soberano de Liechtenstein. De diván.

Lejos de perder su posicionamiento, Francia ha sabido aprovechar la amenaza terrorista para reforzar su presencia en sus ex colonias africanas y, de paso, dejar claro que la françafique es, cuando menos, un valor estable frente al creciente interés de Pekín en la zona.

Centroáfrica es un serio candidato a unirse a Guinea Bissau y Somalia como estados fallidos. De mayoría cristiana y con cierto potencial petrolífero, su verdadera riqueza natural son los diamantes. El discreto país ha sido pieza clave en las políticas francesas en Africa: un estado dócil, donde hombres de negocio en bermudas, camisas de tergal y calcetines blancos, hacen de intermediarios entre los desgraciados, que de manera artesanal arrancan las gemas al fango, y el oscuro entramado internacional que ha sabido crear una demanda de algo cuyo valor intrínseco es nulo. Los altares del amor están sellados con sangre.

El tráfico de diamantes relaciona a las autoridades de Bangui, a facciones armadas que han convertido las porosas fronteras en su hábitat natural, a europeos que hacen de intermediarios, e incluso, como denuncia el excepcional documental, The Ambassador, al personal diplomático y sus inviolables valijas. Un oscuro vodevil que ya sabemos como suele acabar. El proceso de Kimberley, que supervisa el tráfico de diamantes relacionados con los conflictos armados, denuncia como Centroáfrica vacila con repetir las derivas del Congo, los Grandes lagos o Sierra Leona: un tribalismo cruel que cabalga a lomos de una minería de fortuna generando pobreza y violencia donde las multinacionales delegan en facciones armadas para que [estas] velen por sus intereses.

El coctel señores de la guerra, islamismo creciente, diamantes, el denominado vacio libio y la creciente ausencia de estado, han generado en la olvidada Republica centroafricana un estallido de violencia que viene escenificar la última aventura de los legionarios franceses; y es que para que nos interese el tema, mucha sangre debe verterse o manos amputarse y aun así.

@Springbok1973

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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