Han pasado 23 años. Me habían invitado a una reunión de profesores en la Facultad de Letras de la universidad de Sussa en Túnez. La conversación había girado hacia la desigualdad entre hombres y mujeres. Con el Código del Estatuto Personal de 1956, tras un año de autogobierno y un año antes de la independencia formal, Bourguiba había conseguido que la mujer tunecina fuera la más libre de los países árabes: acceso total a la educación, igualdad de oportunidades políticas, prohibición de la poligamia, libertad para escoger marido y pedir el divorcio… Pero a las profesoras de la facultad no les bastaba: ¿por qué un musulmán podía casarse con una no musulmana y a ellas les estaba prohibido hacerlo con un no musulmán? ¿Por qué tenía éste que pronunciar la shahada (confesando la creencia en el Dios único y en su profeta Mohamed) y hacerse musulmán? “Es un mero trámite burocrático sin consecuencias”, respondían ellos. Pero ellas insistían, porque ya en 1994 comenzaba a ser más que un mero trámite.
Túnez había adoptado en 1959 una constitución aparentemente laica. Pero su preámbulo señalaba la “voluntad del pueblo de mantenerse fiel a las enseñanzas del islam”, y el artículo 1 definía al país como “Un Estado libre, independiente y soberano; su religión es el Islam, su lengua el árabe y su régimen la república”. Ello hacía que aunque fuera la constitución laica la que se aplicaba normalmente, en caso de duda o de vacío legal prevalecía la jurisprudencia coránica. Buen tunecino, Bourguiba manejaba bien el arte de nadar y guardar la ropa. Con argumentos coránicos procuró hacer de Túnez una república laica, pero no siempre lo consi-guió. El caso más sonado fue el del ayuno durante el Ramadán que él rompió públicamente ante las cámaras de televisión alegando que el país estaba luchando una “guerra económica por el desarrollo” y que el Corán eximía del ayuno en tiempo de guerra. No sólo no cundió su ejemplo sino que para los musulmanes más tradicionales fue la prueba de que el presidente se comportaba como un lobo con piel de cordero. En cuanto al matrimonio con un no musulmán, que la constitución no prohibía, una circular del Ministerio de Justicia del 5 de noviembre de 1973 ordenó que no fuera inscrito en el Registro de Estado Civil tunecino. Y ya en 1994, en un ambiente en el que se notaba una creciente reafirmación identitaria y un aumento de la práctica religiosa, las profesoras de la Facultad de Letras constataban que antes de la boda con un no musulmán notarios y alcaldes estaban exigiendo un certificado de conversión firmado por el mufti.
Seis años más tarde seguí de cerca el caso de “Sonia” (no es su verdadero nombre), hija de unos amigos. Él, un hombre de negocios originario de Sfax, y ella, universitaria venezolana. Su novio, un noble siciliano, estaba dispuesto a “hacer el paripé” y pronunciar la shahada. Pero Sonia no lo consideraba un paripé y convenció a su novio para que no lo hiciera. Se casaron por lo civil en Sicilia, sus padres organizaron un gran banquete en Túnez, y viven ahora en Italia. A partir de este 14 de septiembre Sonia y su marido podrán inscribir su matrimonio en el registro civil tunecino. Ese día la Presidencia del país comunicaba oficialmente la derogación de la circular de 1973 por ser contraria al artículo 6 de la nueva constitución tunecina aprobada en 2015: “El Estado protege la religión, garantiza la libertad de creencia, de conciencia y de culto. Asegura la neutralidad de las mezquitas y de los lugares de culto contra toda explotación partidista. Se compromete igualmente a prohibir e impedir toda acusación de apostasía, así como la incitación al odio y a la violencia”.
El caso de Túnez, único país en el que la primavera árabe no ha fracasado al menos de momento, es bastante peculiar. En proporción al número de habitantes, es sin duda el país árabe con más pensadores modernos, tanto laicos como musulmanes. Y es, al mismo tiempo, el país árabe en el que más jóvenes se han unido al Estado Islámico para luchar en Irak y Siria. ¡Dos Túnez diametralmente opuestos! Y sin embargo tras unos años en los que los Hermanos Musulmanes del partido Ennahdha (Renacimiento) han gobernado (bastante mal) el país, Mohamed Béji Caïd Essebsi, el anciano (cumplirá 91 años en noviembre) fundador del partido laico Nidaa Tunis (La Llamada de Túnez) preside hoy el país, gobernado por una coalición de Nidaa y Ennahdha. Evidentemente son muchos los laicos que consideran una traición la colaboración con los hermanos musulmanes. Y también los tradicionalistas musulmanes que ven con malos ojos que Ennahdha decidiera separar lo político de lo religioso en su 10º congreso en mayo de 2016. El caso es que el país, a trancas y barrancas, sigue funcionando en modo democrático, aunque siempre con la amenazante espada de Damocles de la corrupción y del deterioro económico sobre su cabeza.
En ese difícil contexto y cuando casi nadie se lo esperaba Caïd Essesbsi anunció el 13 de agosto su deseo de instaurar la igualdad entre hombres y mujeres en cuestiones de herencia (la tradición coránica prevé que el hombre herede el doble que la mujer), y de suprimir la prohibición que impedía a las musulmanas tunecinas casarse con un no musulmán. La supresión fue anunciada el 14 de septiembre. Al parecer la cuestión de la herencia no ha madurado lo suficiente. Han sido numerosas las voces que principalmente por motivos religiosos, y basándose en la interpretación del Corán, se han opuesto a ambas iniciativas. Algunos han visto en ellas el deseo de reforzar una laicidad debilitada por las divisiones internas de los partidos laicos, en particular Nidaa Tunis, ante los avances lentos pero seguros, planificados a largo plazo, de los Hermanos Musulmanes. Otros hacen notar que el anciano presidente ha aprovechado la vueta a la popularidad de Bourguiba, que el depuesto Ben Alí había intentado hacer olvidar, y de sus iniciativas en favor de la mujer. Puede que también se trate de un gran gesto de quien, por motivos de edad, sabe que no tiene mucho tiempo por delante. De todos modos las profesoras de la Facultad de Letras de Sussa y muchas otras tunecinas pueden ahora sentirse un poco más iguales que los hombres.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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