El pasado 3 de noviembre una delegación del Gobierno de Senegal y otra del Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC), grupo armado que reclama la independencia de esta región del sur del país, se sentaron en torno a una misma mesa en Roma y, por primera vez tras más de treinta años de conflicto, alcanzaron un acuerdo para elaborar una agenda de negociaciones de paz. En medio de la lógica discreción, aún con enormes dificultades y siendo conscientes de que el camino por recorrer es largo, en los últimos meses se ha sucedido toda una cadena de encuentros a múltiples bandas, liberación de prisioneros y gestos amistosos por ambas partes que apuntan en la misma dirección, el fin de un conflicto que dura ya tres décadas. El relevo en la Presidencia de Senegal, el pasado año, y la llegada a la Jefatura de Estado de Macky Sall, quien anunció que esta paz era su gran prioridad, así como la voluntad negociadora de los líderes rebeldes y la mediación de la Comunidad de San Egidio con base en la capital italiana, se antojan como elementos clave para la esperanza.
Dentro de pocos días se cumplirán treinta años del conocido como Domingo Rojo. Al amanecer del 18 de diciembre de 1983, armados con machetes y fusiles de caza, decenas de combatientes del MFDC, grupo independentista creado en 1947, atacaron Ziguinchor en represalia por las severas condenas impuestas a los manifestantes que, un año antes, habían reclamado en esta misma ciudad la independencia de la región de Casamance. La respuesta de los soldados senegaleses no se hizo esperar y se llevó a cabo sin contemplaciones, con el resultado de una veintena de muertos y un centenar de heridos. Los supervivientes del MFDC se adentraron en el bosque dando lugar a la conversión de este grupo en movimiento guerrillero que adopta la técnica del maquis. Desde entonces, los enfrentamientos de esta guerra de “baja intensidad” han dejado un reguero de más de 5.000 muertos y decenas de miles de desplazados en esta hermosa pero empobrecida región sometida a un férreo control militar.
Al igual que sus predecesores Abdou Diouf y Abdoulaye Wade, Macky Sall anunció como uno de sus grandes objetivos al llegar a la Presidencia de Senegal en marzo de 2012 alcanzar la paz en Casamance. Sin embargo, el fracaso de los dos primeros en el intento ponía sobre la mesa la dificultad del reto. Poco después de las elecciones, uno de los principales líderes rebeldes, Salif Sadio, irrumpió en los medios de comunicación con un mensaje dirigido al nuevo presidente: “Estamos dispuestos a negociar”. Desde entonces ha habido múltiples contactos, pero también pasos atrás. A finales de junio de 2012, una escaramuza entre soldados y rebeldes se saldó con un guerrillero muerto tirado en una cuneta y en mayo pasado doce artificieros que estaban desactivando minas (otra de las graves consecuencias de este conflicto) fueron secuestrados por el MFDC, aunque meses después fueron liberados.
Por parte de los rebeldes no ha sido Salif Sadio el único en hacer un gesto en positivo. También el jefe guerrillero César Atoute Badiatte ha mostrado su buena disposición al diálogo. Pero si el MFDC se presenta como un movimiento con divisiones internas, por la parte gubernamental también existen distintos grupos, al menos tres, que lanzan sus propias iniciativas en la búsqueda de la paz: un primer colectivo liderado por Robert Sagna, quien fuera ministro en la época de Diouf y alcalde de Ziguinchor durante 24 años; el grupo de Boubacar Diouf, muy presente, como el anterior, en la liberación de rehenes; y, finalmente, el liderado por Amsatou Sow Sidibé, consejera del propio Macky Sall en materia de Derechos Humanos y Paz, y que cuenta con todos los beneplácitos del presidente.
Algunos analistas consideran que esta coexistencia de grupos que pretenden jugar su rol en el proceso de paz no es una buena señal y que evidencia la falta de una hoja de ruta clara por parte del Gobierno senegalés que podría estar dejando pasar una oportunidad única para alcanzar la paz. Sin embargo, bien es cierto que quizás no al ritmo deseado, las conversaciones avanzan y se ha llegado a la firma de un primer acuerdo para establecer una agenda de negociaciones en Roma. ¿Por qué allí? En primer lugar porque fue una de las exigencias de los rebeldes, que en boca del incombustible Salif Sadio pidieron que el diálogo se abriera “fuera de África” para implicar así a otros países y a la comunidad internacional. Y, sobre todo, porque en Roma se encuentra la sede de la comunidad de San Egidio, que se están perfilando como actor clave de mediación en este proceso.
Esta comunidad de laicos dependiente de la Iglesia Católica e integrada por unas 50.000 personas en todo el mundo es un producto del Concilio Vaticano II. Fundada en Roma en 1968 y establecida en el barrio de Trastevere, nace con la vocación de dar una constante acogida a pobres y peregrinos. Sin embargo, desde los primeros años se vuelcan también hacia la solidaridad internacional llegando a numerosos países de África. Y es en Mozambique a finales de los ochenta donde la comunidad de San Egidio comienza a orientar su trabajo hacia la mediación en situaciones de conflicto, una vez que sus miembros llegan a la conclusión de que de nada servía la solidaridad si previamente no se ponía fin a la guerra, “la madre de todas las pobrezas”. Por ello, su rol fue clave en la firma de los Acuerdos de Roma de 1992 que pusieron fin al conflicto de Mozambique, una paz amenazada en los últimos meses con el retorno de las hostilidades, y también ha participado en la búsqueda de la paz en los Balcanes, la República Democrática del Congo y Uganda.
El primer contacto de los seglares de San Egidio con el conflicto de Casamance tuvo lugar en 1990, pero el entonces presidente senegalés, Abdou Diouf, no quiso dejar en manos de extranjeros la resolución de este problema y puso palos en las ruedas de la mediación. Con Abdoulaye Wade en el poder (2000-2012) tampoco se avanzó mucho. Sin embargo, Macky Sall ha decidido confiar en ellos. Esa es la gran diferencia. El nuevo presidente senegalés también ha adoptado una decisión clave, implicar a los vecinos Gambia y Guinea Bissau en la resolución del conflicto. De hecho, su primera visita al extranjero fue precisamente a Banjul donde se reunió con su homólogo Yahya Jammeh. El dossier de Casamance estaba sobre la mesa. Precisamente para los próximos días está previsto un encuentro entre las autoridades gambianas, quienes en distintas ocasiones han sido acusadas de sostener a la guerrilla para desestabilizar a su vecino senegalés, y altos mandos del MFDC.
En 2010, el Ejército senegalés bombardeaba posiciones de los rebeldes en Casamance. Era la cara más visible de un conflicto enquistado que parecía de difícil resolución. Sin embargo, la situación ha cambiado. Tres años después, una calma frágil reina en esta región del sur senegalés, en la actualidad partida administrativamente en tres regiones, Kolda, Sedhiou y Ziguinchor, cuyos habitantes empiezan a creer que, esta vez sí, es posible avanzar hacia la paz. Hasta ahora, los distintos grupos que conforman la nebulosa del MFDC, algunos de ellos dedicados al pillaje de las poblaciones locales y moviéndose con demasiada soltura entre las fronteras de Guinea Bissau, Senegal y Gambia, se resistían a desaparecer, mientras que el Ejército senegalés ha respondido siempre con gran dureza a cualquier movimiento hostil.
Ahora, parece emerger un nuevo lenguaje. Aunque se intenta mantener la discreción, fuentes próximas al proceso de paz hablan ya de “alternativas a la independencia con fórmulas que puedan responder a las ansias de autogobierno de los habitantes de Casamance”, pero también de “desarme” y de “integración” de los rebeldes en las fuerzas militares senegalesas. La conciliación y el diálogo no son nunca fáciles pero, por primera vez, todas las partes están dispuestas a entenderse. Si Macky Sall, uno de los presidentes de moda de África occidental, logra resolver este conflicto se anotará, sin duda, el mayor éxito político que pudiera haber soñado. Pero más allá de esto, sería el fin de una crisis que dura ya demasiado tiempo y que ha tenido demasiadas consecuencias nefastas para la gente de Casamace.
Original en : Blogs de El País. África no es un País