A Shira, una joven cooperante española, le pilló la balacera en Oussouye. Había decidido despedirse de Senegal visitando uno de los lugares más bonitos y fértiles del país, la región de Casamance, en el sur. Pero el viernes recibimos una llamada preocupante: “No puedo salir de aquí, el Ejército ha bloqueado la carretera, se oyen los disparos”, nos dijo. Se dio de bruces con uno de los conflictos más prolongados (y olvidados) de África. No es una guerra abierta, pero tiene sus muertos, sus armas, sus prisioneros y sus combates y se desarrolla, paradójicamente, en uno de los países más estables de la región. Dentro de unos meses, el conflicto de Casamance cumplirá 30 años. Y la solución no parece estar a la vista.
El 26 de diciembre de 1982 varios cientos de personas se concentraron en el pueblo de Mangagoulak y se encaminaron en una manifestación pacífica de pocos kilómetros hasta la ciudad de Ziguinchor, capital regional. Una vez en el Palacio del Gobernador quitaron la bandera de Senegal e izaron en su lugar una sábana blanca. Los gendarmes, muy nerviosos, comenzaron a disparar contra la población. Este acto de protesta y la posterior represión, que provocó varios muertos y heridos (se desconoce la cifra real), se considera el estallido oficial de la rebelión en una región que reclama la independencia del resto de Senegal.
Detrás de aquella manifestación estaba el Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC), un grupo independentista creado en 1947, ahora liderado por el abad Augustin Diamacoune Senghor e integrado en su mayor parte por miembros de la etnia diola, mayoritaria en la Baja Casamance, que se sienten maltratados y discriminados por la etnia dominante en el resto del país, los wolof. Frente a algunos autores que apuntan a un problema de religión (muchos diola son católicos o animistas frente al norte mayoritariamente musulmán), el conflicto, en realidad, hunde sus raíces en razones geográficas, históricas, políticas y, como casi siempre, económicas.
Los primeros europeos en llegar a Casamance, un territorio enclavado entre las actuales Gambia y Guinea Bissau, fueron los portugueses, que la convirtieron en fuente de esclavos para su lucrativo negocio. Sin embargo, tras la Conferencia de Berlín y el reparto de África este territorio pasó a formar parte del África Occidental Francesa. Pero los diola, aferrados a sus ancestrales tradiciones y a su peculiar forma de vida, ofrecieron una tenaz resistencia a la colonización. Francia decidió utilizar a los wolof para someter a los diola y los puestos de la Administración eran ocupados mayoritariamente por gente venida del norte, lo que acrecentó el malestar diola hacia esta etnia.
Esta situación se siguió produciendo tras la independencia de Senegal, en 1960. La llegada de colonos del norte durante los años previos y posteriores a la independencia no hizo sino aumentar este malestar, sobre todo tras un reparto de tierras entre los recién llegados que los habitantes de Casamance consideraban “una usurpación”. Las diferencias entre los norteños y los diolas eran notables, no sólo lingüísticas, sino también culturales. Fue en este caldo de cultivo que se fue fraguando el sentimiento de discriminación que estalló a principios de los años ochenta.
Los manifestantes detenidos en diciembre de 1982 fueron condenados a penas de hasta cinco años de cárcel, lo que provoca que el MFDC se radicalice. El 18 de diciembre de 1983 al amanecer, los hombres de abad Senghor, armados con fusiles de caza y machetes, atacan la ciudad de Ziguinchor. Los enfrentamientos con los soldados senegaleses se prolongan hasta el mediodía y producen una veintena de muertos y un centenar de heridos, lo que se ha bautizado como el domingo rojo. Tras el combate, los asaltantes que quedan con vida se refugian en los bosques cercanos. La hermosa cubierta vegetal de Casamance favorece el nacimiento del maquis y el MFDC se convierte en una guerrilla.
Aunque es “de baja intensidad”, el conflicto de Casamance ha generado unos 5.000 muertos en estos treinta años, a los que se podría sumar los 6.000 producidos en la guerra de Guinea Bissau de 1998-1999, que tuvo su origen en este conflicto. Sin embargo, no se han producido avances significativos hacia la paz. Sucesivos acuerdos han fracasado, entre otras razones, por la rotunda negativa de los sucesivos gobiernos senegaleses a ceder la soberanía sobre una parte de su territorio y por las múltiples escisiones en distintas ramas y grupos que ha vivido el propio MFDC, unos más partidarios de la lucha política y otros más proclives a la lucha armada.
La primera división en el seno del MFDC se produce en 1991, tras un alto el fuego. El grupo independentista queda dividido en un frente norte, más moderado, dirigido por Sidi Badji, y un frente sur, más radical, que opera cerca de la frontera con Bissau, al frente del cual continúa el abad Senghor. Sin embargo, estos frentes sólo permanecieron unidos un tiempo y en la actualidad se encuentran divididos, a su vez, en varios grupos. Al frente de uno de ellos se encuentra Salif Sadio, considerado en la actualidad el jefe más importante de la rebelión.
Colocación de minas, asaltos a poblados, secuestro de soldados, ataques a guarniciones militares, robos en las carreteras, por lado rebelde. Represión, intimidación, asesinatos, bombardeos de posiciones del MFDC, por parte del Ejército. Los últimos treinta años han sido de todo menos tranquilos en la Casamance. Y a pesar de todo, la vida continúa. El ex presidente Abdoulaye Wade ya intentó embridar este problema, “lo arreglaré en 100 días”, prometió; no pudo hacerlo en doce años. Y ahora la patata caliente llega a las manos de Macky Sall, quien se ha fijado la resolución del conflicto como una de sus prioridades.
Hace unos días, el líder rebelde Salif Sadio dio un paso adelante: “Estamos dispuestos a negociar”, dijo. Pero pone sus condiciones: “El diálogo debe producirse fuera de África” (en un claro intento de implicar a otros países y organismos internacionales) y “el derecho inmemorial de la Casamance a su independencia nacional es real, absoluto, inalienable, imprescriptible e innegociable”. A lo que Macky Sall ya ha respondido públicamente: “El Estado está dispuesto para el diálogo, pero la partición de Senegal no es negociable”. Las posiciones parecen inamovibles, lo que no parece un buen punto de partida para una ronda de negociaciones.
Los disparos de Oussouye de la semana pasada no son ninguna sorpresa, salvo por el hecho de que se producen en un sector que llevaba años bastante tranquilo. Pero en la Casamance, donde, insisto, la vida continúa, la chispa puede saltar en el momento y lugar más inesperado. Tras la escaramuza, los soldados cogieron el cadáver de un rebelde y lo dejaron tirado delante de un cuartel durante horas, a los ojos de todo el mundo que se acercaba a hacerle fotografías con sus teléfonos móviles. Fue un aviso y un escarmiento. De una crueldad innecesaria. Con gestos como éste, Senegal deja bien claro que no va a ceder ni un ápice de su territorio a las aspiraciones independentistas del MFDC. Pero nadie ha dicho que el diálogo sea imposible.
Original en : Blog de El País- África no es un País