El libro “Casa-grande y Senzala” (traducido al español como “Los maestros y los esclavos”)* (ver nota al final) fue publicado em el año 1933, bajo la autoría del antropólogo y sociólogo brasileño Gilberto Freyre, y pronto se convirtió en una referencia en la literatura brasileña en el estudio de su pensamiento social. El autor valora la cultura negra, el “negro idealizado” (en palabras del ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso), el comportamiento del negro como una de las bases de la “brasilidad”, la “negritud” existente en todo brasileño, y rasgos positivos en la construcción de la identidad nacional.
Debido a su importancia histórica por la voluntad de Freyre de justificar la construcción de la identidad brasileña a través de factores externos, contrarios a jerarquías raciales, el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, sociólogo de formación, escribió un bello análisis introductorio a la obra de la edición de 2003, que me dispongo a traducir y que reemplaza a la anterior de Darcy Ribeiro, que en 1977 declaró que a través de esta obra “Gilberto Freyre fundó el Brasil tal como Cervantes a España”.
En este nuevo análisis se explican las interacciones tratadas en la obra acerca de la colonización y el período esclavista tomando como referencia la “casa grande”, patriarcal, y la “senzala”, caserío del esclavo negro africano. Y lo analiza a través de una bella “capoeira literaria” que esclarece las diferencias y equilibrios entre los antagonismos de la casa y la senzala, entre el señor y el esclavo.
UN LIBRO PERENNE
Nueva edición de “Casa-grande y Senzala”. ¿Cuántos clásicos habrán tenido la aventura de ser reeditados tantas veces? Todavía más: Gilberto Freyre se sabía “clásico”. Rápido viene él, tan cómodo en la escritura, tan poco afecto a las normas. Y todos los que han ido leyendo “Casa-grande y Senzala”, hace setenta años, mal iniciada la lectura ya sienten que están ante una obra sobresaliente.
Darcy Ribeiro, otro renacentista caboclo, irrespetuoso ante las reglas, abusador, realmente, y con rasgos de genio, escribió en el prólogo que preparó para ser publicado en la edición de “Casa-grande y Senzala” por la biblioteca Ayacucho de Caracas, que este libro sería leído en el próximo milenio. Como escribió en el siglo pasado, quiero decir en los años 1900, en el siglo XX, su vaticinio comienza a cumplirse en el comienzo de este inicio del siglo XXI.
Pero, ¿por qué?
Los críticos no siempre fueron generosos con Gilberto Freyre. Mismo los que si lo fueron, como el propio Darcy, raramente dejaron de mostrar sus contradicciones, su conservadurismo, su gusto por la palabra sofocando el rigor científico, sus idealizaciones y todo lo que, contrariando sus argumentos, era simplemente olvidado.
Es inútil rebatir las críticas. Son procedentes. Podrían hacerse con mordacidad, impiedosamente o con ternura, con comprensión, como sea. El hecho es que hasta ya perdió la gracia repetirlas o contestarlas. Vinieron para quedarse, al igual que el libro.
Eso es lo que admira: “Casa-grande y Senzala” fue, es y será referencia para la comprensión de Brasil.
¿Por qué? Insisto.
La etnografía del libro es, en el decir de Darcy Ribeiro, de buena calidad. No se trata de la obra de algún perezoso genial. El libro se deja leer de forma perezosa, lánguidamente. Pero eso es otra cosa. Está tan bien escrito, tan embalado en la atmósfera oleosa, templada, de la descripción frecuentemente idílica que el autor hace para caracterizar el Brasil patriarcal, que lleva a la embriaguez.
Pero que nadie se engañe: por detrás de las descripciones, a veces romanceadas y hasta distorsionadas, hay mucha investigación.
Gilberto Freyre sentía la placidez y la pasión por el detalle, por la minucia, por lo concreto. La tesitura fue así formada, entretanto, lo llevaba frecuentemente a la simplificación habitual de los grandes muralistas. En la proyección de cada minucia para componer el panel surgen construcciones híper-realistas mezcladas con perspectivas surrealistas que tornan lo real huido.
Ocurrió de esa forma en la descripción de las razas formadoras de la sociedad brasileña. El hombre portugués descrito por Gilberto no es tan morisco como el español. Tiene pinceladas de sangre celta, pero desembarca en el Brasil como un tipo histórico tiznado con los colores calientes de África. El indígena es demasiado tosco para quien conoce la etnografía de las Américas. Nuestro autor considera los indígenas meros recolectores, cuando, según Darcy Ribeiro, su contribución para la domesticación y el cultivo de las plantas fue mayor que el de los africanos.
El negro, y en este punto el anti-racismo de Gilberto Freyre ayuda, se hace orgiástico por su situación social de esclavo y no como consecuencia de la raza o de factores intrínsecamente culturales. Mismo así, para quien tenía el dominio etnográfico de Gilberto Freyre, el negro que aparece en el panel es idealizado demasiado.
Todas estas caracterizaciones, aunque expresivas, simplifican y pueden iludir al lector. Pero con ellas, el libro no apenas gana fuerza descriptiva como que se torna casi una novela, y de las mejores ya escritas y, al mismo tiempo, gana fuerza explicativa.
Aquí reside el misterio de la creación. En otra oportunidad, intentando explicar mi encanto como lector, apelé a Trosky para ilustrar lo que desprendía estéticamente de la lectura de “Casa-grande y Senzala”. El gran revolucionario decía: “todo verdadero creador sabe que en los momentos de la creación alguna cosa más fuerte que él mismo le guía la mano. Todo verdadero orador conoce los minutos en que exprime por la boca algo que tiene más fuerza que él mismo”.
Así ocurrió con Gilberto Freyre. Siendo correcta o no la minucia descriptiva y mismo cuando la unión de dos personajes se hace en una estructura imaginaria e idealizada, brota algo que, independientemente del método de análisis, y a veces mismo de las condiciones parciales del autor, produce el encantamiento, la iluminación que explica sin que se sepa la razón.
Como entre tanto no se trata de pura ilusión se tiene que reconocer que “Casa-grande y Senzala” eleva a condición de mito un paradigma que muestra el movimiento de la sociedad esclavista e ilumina el patriarcalismo vigente en el Brasil pre-urbano-industrial.
Latifundio y esclavitud, casa-grande y senzala eran, seguro, pilares del orden esclavista. Si nuestro autor se hubiese quedado sólo en eso sería posible decir que otros ya lo habían hecho y con mayor precisión. Es en el ir más allá donde está la fuerza de Gilberto Freyre. Él va mostrando cómo, en el día a día, esa estructura social, que es fruto del sistema de producción, se recrea. Es así que el análisis de nuestro antropólogo-sociólogo-historiador gana relevo. Las estructuras sociales y económicas son presentadas como procesos vividos. Se presentan no sólo situaciones de acontecimientos, sino personas y emociones que no se comprenden fuera de contextos. La explicación de comportamientos requiere más que la simple descripción de condicionantes estructurales de la acción. Ésta aparece en el libro como comportamiento efectivo y no apenas como padrón cultural.
Haciendo así, Gilberto Freyre innova en los análisis sociales de la época: su sociología incorpora la vida cotidiana. No apenas la vida pública o el ejercicio de funciones sociales definidas (del señor de la finca, del latifundiario, del esclavo, del bachiller), sino de la vida privada. Hoy ya nadie se espanta con la sociología de la vida privada. Hay hasta historias famosas sobre la vida cotidiana. Pero en los años 30, describir la cocina, los gustos de alimentos, incluso la arquitectura y, sobre todo, la vida sexual, era inusitado.
Todavía más, al describir los hábitos del señor, del patriarca y de su familia, por más que el análisis sea edulcorado, éste revela no solo la condición social del patriarca, de “sinhá” (la señora) y los ioiôs (1) e iaiás (2), sino de las mucamas, de los muleques de juguete, de las mulatas apetitosas, en fin, desvenda la trama social existente. Y en este desvendar, aparecen fuertemente el sadismo y la crueldad de los señores, a pesar de que Gilberto Freyre haya dejado de dar importancia a los esclavos del eito (3), la masa de los negros que más penurias atravesaba en los campos.
Es indiscutible, con todo, que la visión del mundo patriarcal de nuestro autor asume la perspectiva del blanco y del señor. Por más que él valore la cultura negra y mismo el comportamiento del negro como una de las bases de la “brasilidad”• y que proclame el mestizaje como algo positivo, en el conjunto queda la sensación de una cierta nostalgia del tiempo de “nuestros abuelos y bisabuelos”. Malos tiempos, sin duda, para la mayoría de los brasileños.
De nuevo, entonces, ¿por qué la obra es perenne?
Tal vez porque al enunciar tan abiertamente como valiosa una situación llena de aspectos horrorosos, Gilberto Freyre desvende una dimensión que, nos guste o no, convivió con casi todos los brasileños hasta la ascensión de una sociedad urbanizada, competitiva e industrializada. En el fondo, la historia que él cuenta era la historia que los brasileños, o por lo menos la élite que leía y escribía sobre Brasil, querían oír.
Digo esto no para “desmitificar”. Conviene recordar que otro gran invento-realidad, el de Mario de Andrade, Macunaíma, expresó también (¿y no expresará todavía?) una característica nacional que, a pesar de criticable, nos es querida. El personaje principal nos es descrito como un héroe sin ningún carácter. O mejor, con carácter variable, acomodado, oportunista. Ésta, por cierto, no es toda la verdad sobre nuestra alma. Pero, ¿cómo negar que exprime algo de ella? Así también Gilberto Freyre describió un Brasil que, si era imaginario en cierto nivel, en otro era real. Aunque, cómo sería de placentero si fuese verdad por entero, a condición de todos haber sido señores…
Ésa es la característica de casi mito que da a “Casa-grande y Senzala” la fuerza y la perennidad. La historia que está siendo contada es la historia de muchos de nosotros, de casi todos nosotros, señores y esclavos. No es por cierto la de los inmigrantes. Ni la de las poblaciones autóctonas. Pero la historia de los portugueses, de sus descendientes y de los negros, que si no fue exactamente como aparece en el libro, podría haber sido la historia de personajes ambiguos que, si abominaban ciertas prácticas de la sociedad esclavista, se embebecían con otras, con las más dulces, las más sensuales.
Se trata, reitero, de una doble simplificación, la que está en la obra y la que estoy haciendo. Pero que capta, pienso yo, algo que se repite en la experiencia y el análisis de muchos. Es algo esencial para entender el Brasil. Se trata de una simplificación formal que caracteriza por intermedio de oposiciones simples, casi siempre binarias, un proceso complejo.
¿No será propio de la estructura del mito, como diría Lévi-Strauss, ese tipo de oposición binaria? ¿y no es de la naturaleza de los mitos perennizarse? Y éstos, por más simplificadores que sean, ¿no ayudan al análisis del antropólogo para desvendar las estructuras de lo real?
Basta eso para demostrar la importancia de una obra que formula un mito nacional y al mismo tiempo lo desvenda y así explica, interpreta, más que nuestra historia, la formación de un esdrújulo “ser nacional”.
Pero, ¡cuidado! Esa “explicación” es toda personal. En este punto, la exegesis de Ricardo Benzaquen de Araújo en “Guerra y Paz” es muy valiosa. Gilberto Freyre sería el maestro del equilibrio entre los contrarios. Su obra está propasada por antagonismos. Aunque de esas contradicciones no nace una dialéctica, no hay superación de los contrarios, ni por consecuencia se vislumbra cualquier sentido de la Historia. Los contrarios se yuxtaponen, frecuentemente de forma ambigua, y conviven en armonía.
El ejemplo mor que Ricardo Benazquen de Araújo extrae de “Casa-grande y Senzala” para explicar el equilibrio de los contrarios es el análisis de cómo la lengua portuguesa en Brasil ni se entregó completamente a la forma corrupta como era hablada en las senzalas, con mucha espontaneidad, ni se endureció como les habría gustado a los jesuitas profesores de gramática.
“Nuestra lengua nacional resulta de la interpretación de las dos tendencias”. Se enriqueció gracias a la variedad de antagonismos, lo que no ocurrió con el portugués de Europa. Después de mostrar la diversidad de las formas pronominales que nosotros usamos, Gilberto Freyre dijo:
“La fuerza, o antes, la potencialidad de la cultura brasileña nos parece residir toda en la riqueza de antagonismos equilibrados (…) No que en el brasileño subsistan, como en el anglo-americano, dos mitades enemigas: la blanca y la negra; el ex-señor y el ex-esclavo. De modo ninguno. Somos dos mitades confraternizadas que se viene mutuamente enriqueciendo de valores y experiencias diversas; cuando nos completamos en un todo, no será con el sacrificio de un elemento al otro” (“Casa-grande y Senzala”, Rio de Janeiro, Maia y Schmidt Ltda., 1933,p. 376-377)
La noción de equilibrio de los contrarios es extremadamente rica para entender el modo de aprehensión de lo real utilizado por Gilberto Freyre. Hasta porque también ésta es “plástica”. Y tiene todo que ver con la manera por la cual Gilberto Freyre interpresa sus objetos de análisis.
Primero porque transforma sus “objetos” en procesos continuos en los cuales el propio autor se insiere. Es la convivencia con el análisis, el sentirse cómodo en la manera de escribir, el tono moderno de su prosa, que envuelven no solo al autor, como al lector, lo que distingue el estilo de “Casa-grande y Senzala”.
Después, porque Gilberto Freyre, explícitamente, al buscar la autenticidad, tanto de las declaraciones y de los documentos usados cuanto de sus propios sentimientos, y al ser tan anti-retórico que a veces pierde lo que los pretenciosos llaman de “compostura académica”, no visaba propiamente “demostrar”, sino “convencer”. Y convencer significa vencer junto, autor y lector. Este procedimiento supone una cierta “revelación”, casi una epifanía, y no apenas un proceso lógico o dialéctico.
Por eso mismo, y esa característica viene siendo notada desde las primeras ediciones de “Casa-grande y Senzala”, Gilberto Freyre no concluye. Sugiere, es incompleto, es introspectivo, muestra el percurso, tal vez muestre la construcción de una sociedad. Pero no “totaliza”. No ofrece, ni pretende, una explicación global. Analiza fragmentos y con ellos nos hace construir pistas para entender partes de la sociedad y de la historia.
Al apartarse de la visión metódica y exhaustiva, se abre, naturalmente, la crítica fácil. Se equivocan, no obstante, los que piensen que por eso Gilberto no retrate lo que a su ver realmente importa para la interpretación que está proponiendo.
Por cierto, obra así concebida es necesariamente única. No es investigación la que, repetida en los mismos moldes por otro, produzca los mismos resultados, como prescriben los manuales en la versión pobre del cientificismo corriente. No hay intersubjetividad que garantice la objetividad. Es la captación de un momento divino que nos convence, o no, de la autenticidad de interpretación propuesta. La obra no se separa del autor, su éxito es la confirmación de lo que se podría llamar creatividad en estado puro. Cuando tiene éxito, esa técnica roza la genialidad.
No digo eso para negar valor a las interpretaciones, o mejor, a los insights (4) de Gilberto Freyre, hasta porque a esta altura, sería negar la evidencia. Lo digo apenas para, al suscribir los análisis ya referidos sobre los equilibrios entre contrarios, mostrar sus limitaciones y, quien sabe, explicar, por sus características metodológicas, el malestar quela obra de Gilberto Freyre causó, y quién sabe si todavía causa, en la academia.
Las oposiciones simplificadoras, los contrarios en equilibrio, si no “explican” lógicamente el movimiento de la sociedad, sirven para relevar características fundamentales. Son, en ese aspecto, instrumentos heurísticos, construcciones del espíritu cuya fundamentación en la realidad cuenta menos de lo que la inspiración derivada de ellas, que permite captar lo que es esencial para la interpretación propuesta.
No preciso referirme a los aspectos vulnerables ya destacados por muchos comentadores de Gilberto Freyre: sus confusiones entre raza y cultura, su eclecticismo metodológico, el casi embuste de mito de la democracia racial, la ausencia de conflictos entre las clases, o mismo “la ideología de la cultura brasileña”, basada en la plasticidad y el hibridismo innato que habríamos heredado de los ibéricos. Todos estos aspectos fueron justamente apuntados por muchos críticos, entre los cuales Carlos Guilherme Mota.
Y como, a pesar de eso, la obra de Freyre sobrevive, y sus interpretaciones no solo son repetidas (lo que demuestra la perspicacia de las interpretaciones), como que continúan incomodando a muchos, es preciso indagar más el por qué de tanta resistencia para aceptar y reconocer lo que de positivo existe en ella.
En este paso, debo a Tarcísio Costa, en presentación en el Instituto de Estudios Avanzados de la USP (Universidad de São Paulo), la deja para comprender razones adicionales al conflicto que muchos de nosotros, académicos, tenemos con Gilberto Freyre. Salvo pocas excepciones, dice Tarcísio Costa, las interpretaciones de Brasil posteriores a “Casa-grande y Senzala” partieron de premisas opuestas a las de Gilberto Freyre, en un rechazo velado de sus ideas.
¿En qué sentido?
En la visión de la evolución política del país y, por tanto, en la valorización de aspectos que niegan lo que Gilberto Freyre analizó y en lo que acreditó.
Ricardo Benzaquen de Araújo resalta un punto poco percibido de la obra gilbertiana, su lado “político”. Un politicismo, como todo en ella, original. Refiriéndose al New Deal de Roosevelt, Gilberto Freyre valoriza las “ideas”, no los ideales. La grande elocuencia, el tono exclamatorio de los “grandes ideales”, mesiánicos, todo eso es puesto al margen y sustituido por la valorización de prácticas económicas y humanas que, de alguna manera, reflejan la experiencia comprobada de muchas personas. Más la rutina que el gran gesto.
Cuando se contrastan las interpretaciones valorativas de Gilberto Freyre con las opciones posteriores, se ve que su visión de Brasil patriarcal, de la Casa-grande, de la plasticidad cultural portuguesa, del sincretismo está basada en la valorización de una ética dionisíaca. Las pasiones, sus excesos, son siempre elogiados, y ese “clima cultural” no favorece la vida pública y todavía menos a la democracia.
Gilberto Freyre opta por valorizar un “ethos” que, si garantiza la identidad cultural de los señores (es él mismo quien compara el patriarcalismo nordestino con la de los americanos del Sur y los ve próximos), asola los valores de la casa-grande y de la senzala en sus muros. De la moral permisiva, de los excesos sexuales o del arbitrio salvaje de los señores, no hay paso para una sociedad más amplia, nacional. Se queda estancado en el patrimonialismo familiar, que Freyre confunde frecuentemente con el feudalismo. No se entrevé al Estado, ni siquiera al estado patrimonialista de los estamentos de Raymundo Faoro y, mucho menos, el “ethos” democrático buscado por Sergio Buarque de Holanda y tantos otros. La “política” de Gilberto Freyre se debilita fuera de la Casa-grande. Con ésta, o mejor, con las características culturales y con la situación social de los habitantes del latifundio, no se construye una nación, no se desenvuelve de forma capitalista un país y, menos todavía, podría construirse una sociedad democrática.
Es por ahí que Tarcísio Costa procura explicar e apartamento de Gilberto Freyre de la intelectualidad universitaria y de los autores, investigadores y ensayistas pos-Estado Nuevo. Éstos querían construir la democracia y Gilberto fue, repitiendo a José Guilherme Merquior, “Nuestro más completo anti-Rui Barbosa”.
No es que Rui fuese de la preferencia de las nuevas generaciones. Pero Gilberto Freyre contraponía la tradición patriarcal y todos los elementos que pudiesen ser constitutivos del capitalismo y de la democracia: el puritanismo calvinista, la moral victoriana, la modernización política del Estado a partir de un proyecto liberal y todo lo que fundamentara el estado de derecho (el individualismo, el contrato, la regla en general), en una palabra, la modernidad.
Claro está que el pensamiento crítico de inspiración marxista o apenas izquierdista tampoco asumió como valor el calvinismo, la ética puritana de la acumulación, y, ni tampoco, el mecanismo de reglas universales. Pero fue siempre más tolerante con esta “etapa” de la marcha para otra moral – democrática y, tal vez, socialista – de lo que con la regresión patriarcal patrimonialista.
Los pensadores más democráticos del pasado, como el ya referido Sergio Buarque o Florestan Fernandes y también los más recientes, como Simon Schwartzman o José Murilo de Carvalho (éste mirando más para la sociedad que para el Estado), harán críticas implícitas cuando no explícitas al iberismo y a la visión de una “cultura nacional”, más próxima de la emoción que de la razón. Y otra no fue la actitud crítica de Sergio Buarque delante del “hombre cordial”. El patriarca de Gilberto Freyre podría haber sido un déspota doméstico. Pero sería, al mismo tiempo, lúdico, sensual, apasionado. De nuevo, en el equilibrio entre contrarios, aparece una especie de racionalización que, en nombre de las características “plásticas”, tolera lo intolerable, el aspecto arbitrario del comportamiento señorial se esfuma en el clima general de la cultura patriarcal, vista con simpatía por el autor.
Habrá sido más fácil asimilar al Weber de la “Ética protestante” y de la crítica al patrimonialismo de lo que ver en el tradicionalismo un camino fiel a las identidades nacionales para una construcción del Brasil moderno.
Dicho en otras palabras y a modo de conclusión: el Brasil urbano, industrializado, viviendo una situación social en la cual las masas están presentes y son reivindicaciones de ciudadanía y están ansiosas por mejores condiciones de vida, van a seguir leyendo a Gilberto Freyre. Aprenderá con él algo de lo que fuimos o de lo que todavía somos parte. Pero no de lo que queremos ser en el futuro.
Eso no quiere decir que las nuevas generaciones dejarán de leer “Casa-grande y Senzala”. Ni que al leerlo dejarán de enriquecer su conocimiento de Brasil. Es difícil prever como serán reaparecidos en el futuro los aspectos de la obra de Gilberto Freyre a los que me referí críticamente.
Pero no es difícil insistir en lo que de realmente nuevo – además del panel inspirador de “Casa-grande y Senzala” como un todo – vino para quedarse. De alguna forma Gilberto Freyre nos hace hacer las paces con lo que somos. Valorizó al negro. Llamó la atención para la región. Reinterpretó la raza por la cultura y hasta por el medio físico. Mostró, con más fuerza que todos, que el mestizaje, el hibridismo, y mismo (mistificación a parte) la plasticidad cultural de la convivencia entre contrarios, no son apenas una característica, sino una ventaja de Brasil.
Y, ¿acaso no es esta la carta de entrada de Brasil en un mundo globalizado en el cual, en vez de la homogeneidad, del todo igual, lo que más cuenta es la diferencia, que no impide la integración ni se disuelve de ella?
FERNANDO HENRIQUE CARDOSO (Ex-presidente de Brasil)
(1) ioiô Tratamento que los esclavos daban a los señores
(2) iaiá – Tratamiento dado a las señoras y a las señoritas en la época de la esclavitud
(3) Esclavos dedicados a las actividades de extracción
(4) De su percepción, perspicacia, conocimiento y/o entendimiento
*Nota: Debido a la distorsión cometida al traducir el título de la obra (“Casa-grande e Senzala” para “Los maestros y los esclavos”) he decidido mantener el título original de la forma más fiel posible. Así, nos apropiamos del término “senzala”, entendido como término nativo del universo descrito en la obra, y que hace referencia a los caseríos donde habitaban los negros esclavos en el período de la colonia portuguesa en el Brasil.