Carta desde Malabo: una isla donde todo cuesta caro

6/02/2012 | Crónicas y reportajes

Tras unos diez días pasados en Yaundé donde tuve una agradable estancia, estoy en Malabo, Guinea Ecuatorial, desde el 17 de enero de 2012. Un país que estoy descubriendo y del que se habla mucho actualmente en relación con la CAN [Copa Africana de Naciones] que coorganiza con Gabón. Estoy en la isla montañosa y rocosa de Bioko. Antigua colonia española, la ciudad no está falta de encanto con sus altos caserones, su catedral de estilo gótico y su mercado donde se codean diversas nacionalidades. Pero tal como nos habían dicho, la carestía de la vida es real aquí; y no se sorprendan si le enceran los zapatos por 500 francos CFA [0,76 €].

A menudo ocurre que muy a nuestro pesar nos vayamos de una ciudad que nos ha gustado. Eso fue lo que sentí el día que me fui de Yaundé, el 17 de enero de 2012. Pero no tenía elección, ya que otra misión me aguardaba en Malabo en el marco de la fase final de la CAN 2012 tras el periodo de preparación de los Potros [selección nacional de fútbol de Burkina Faso] en el centro Excelencia de Mbankomo.

Aquellos que nos leen con regularidad recordarán con certeza que salimos tarde de la capital camerunesa. Con el vuelo previsto a las 22:00 (hora local), no fue hasta casi la una de la mañana cuando el Boeing 737-300 aterrizó en el aeropuerto de Malabo. El vuelo duró como mucho treinta minutos. Pero debo decir que antes del despegue estaba descontento porque no me gusta viajar de noche.

Hablando como los niños de pecho del Pindo, para mí, es un poco como la noche eterna. En el avión que nos llevaba a Malabo estaba como siempre sentado cerca de la ventanilla. Fuera, la noche era negra y no se podía ver nada excepto algunas estrellas que brillaban en el firmamento. Estuve la mayor parte del tiempo mirando las alas del aparato mientras que otros se quedaban dormidos.

En plena lectura de un capítulo de los Cuarenta retratos románticos de Théophile Gautier, nos comunican que nos estamos acercando a destino. Miro por la ventanilla y me parece percibir el agua reluciendo bajo la luz de la luna. Seguro que es el océano; y en mis pensamientos eso me reconforta, tanto más que en determinados puntos, se ven buques mercantes. Al acercarnos al aeropuerto, las luces de la ciudad así como las señales luminosas de la pista atraen mi mirada. Lo que veo es impresionante, y sigo mudo por la sorpresa al bajar del avión. El aeródromo es imponente y en el interior casi todo está revestido.

Antes de salir, los pasajeros son sometidos a una rigurosa identificación y los formalismos de la policía terminan con la toma de huellas digitales. Todos los pasaportes han sido requisados y guardados, sin ninguna explicación. El francés que hablamos no tiene aquí ningún derecho de ciudadanía. ¿De qué sirve intentar comprender cuando no se entiende el español?

El cónsul de Burkina en Malabo, Ahmed Sorgho, calma a los que se salen de sus casillas y promete arreglar la situación en las próximas horas.

A la salida, el presidente de la Federación burkinesa de fútbol (FBF), Emmanuel Zombré, y el presidente de la Liga nacional de fútbol, Boureima Sory Sy, así como dos representantes de la CAF [Confederación africana de fútbol], se llevan el equipo a Sofitel [un hotel] a orillas del mar.

Anteriormente, se informó a la prensa de que se les había reservado un alojamiento en algún lugar. A la mañana siguiente de nuestra llegada, supimos que se hallaba en Malabo 2, junto a una avenida llamada Rotondo de Razel.

Fue en ese edificio de tres plantas, situado en un paraje tranquilo y magníficamente dotado de todas las comodidades que se puedan desear, donde se hospedaron una veintena de periodistas de diferentes órganos del país y miembros de la FBF. Pero con la llegada de otros hinchas, las cosas van a complicarse.

El apartamento consta de salón, comedor, cocina, cuarto de baño y en cada habitación, una cama de matrimonio y otra individual. Habida cuenta del número de personas que alojar, entonces se propuso, para un total de 18 habitaciones, que tres personas ocupasen una habitación, a lo que algunos se negaron al opinar que dos era un número totalmente razonable. Corramos un tupido velo sobre los problemas de cohabitación y las dificultades que ello creó y vayamos a descubrir Malabo.

Encerar los zapatos me costó 500 FCFA [0,76 €]

Dos días después del primer partido de Burkina contra Angola, la ocasión me fue propicia para dar un paseo. De mis intercambios con burkineses que frecuentaban un quiosco en las cercanías del apartamento, anoté lo esencial en un cuadernillo. Desde la avenida Rotondo de Razel al centro tengo puntos de referencia para no perderme. Para conocer bien esta ciudad se necesitan al menos tres horas en taxi dando vueltas, y la carrera sale por unos 5.000 FCFA [7,60 €] la hora.

Como un cartero haciendo su ronda, salí sobre las 9:00 (hora local) de Malabo 2, un barrio nuevo construido en muy poco tiempo. Es más grande que Uagadugú 2.000 en Burkina, tiene numerosos ministerios, empresas, bancos en construcción y sucursales dispersas por diferentes puntos.

A lo largo de la avenida Rotondo se alzan edificios de gran categoría y alojamientos sociales deshabitados, cuyo estilo y talento del diseñador me dejan perplejo de admiración. Las calles son anchas y el asfalto firme, con señales de tráfico en todas las direcciones. Allí donde fuese, me quedaba impresionado por el gigantismo de la ciudad. Durante mi gira, me bajé del taxi para visitar el “Mercado Central” situado en pleno centro. Es un mercado muy animado, con vendedores que ofrecen artículos de todo tipo provenientes de España o de Italia. Las galerías no están atestadas, de tal forma que nada se escapa a la vista en los puestos. Al preguntar por el precio de unos zapatos o de un móvil, se queda uno mudo. Malienses, cameruneses, nigerianos, mauritanos y senegaleses han abierto tiendas aquí, y hay que seguir la propia intuición para reconocerles.

En cuanto a mí, en su fuero interno saben que no soy un ecuatoguineano por la insignia que llevo. Me he arrepentido un poco de colgármela del cuello porque van a pensar que ese señor debe tener un monedero bien provisto. Pero no me han preguntado de dónde vengo; y cuando me presenté a un maliense, me retuvo un momento y me vendió un monedero de cuero por 2.000 FCFA [3,04 €] mientras que de entrada me pedía unos 3.000. Lo que me dejó atónito, ocurrió cuando me senté en un banco para encerarme los zapatos. Apenas el muchacho comenzó a encerar le pregunté el precio para preparar las monedas. “¡Son 500 FCFA, señor!”, me dijo. No me lo podía creer, pensando que me quería tomar por un “gaou” [en lenguaje coloquial a orillas de la laguna Ebrié, significa alguien que es ignorante]. Miré a mi alrededor y entonces un ecuatoguineano que chapurreaba francés me hizo saber que aquí la vida es distinta y que esta es la realidad en Guinea Ecuatorial. Mi interlocutor me dijo que había vivido en Gabón y Camerún y que la vida allí no es como en su país.

“En Malabo si no tienes dinero más vale irse a vivir al pueblo”, añadió. Y no le faltaba razón, ya que lo comprobé de visu en los restaurantes, los bares, el transporte y los hoteles. De hecho fue gracias a él que descubrimos un restaurante maliense frente a una gran arteria, llamado “Chez Ibadan”, por el nombre del barrio en el que se encuentra el restaurante. La dueña vende casi toso los platos que encontramos en casa, y el precio oscila entre 1.000 [1,52 €], 1.500 [2,28 €] y 2.000 FCFA [3,04 €], sin contar una botella de agua mineral a 500 FCFA.

Los jóvenes

Al poco de que descubriese ese excelente rincón, la información llegó hasta el apartamento. Pero llegó con retraso ya que los jóvenes también habían dado con un restaurante senegalés en la ciudad. Comprendo ahora por qué los veo tan poco durante la jornada; y cuando el sol se pone, cada uno va a lo suyo. A decir verdad, tal como en Pissy, Zogona y Larlé, han “quemado” Malabo, y en lo sucesivo ningún rincón les es desconocido. Por la mañana, al pasar por delante de sus habitaciones camino de la escalera, se oyen ronquidos como los de un órgano de iglesia.

Dejemos nuestros segundones (la juventud tiene su momento) para volver a lo que decía hace un rato sobre la vida en Malabo. Ello se explica por el hecho de que Guinea Ecuatorial ha tomado otro derrotero desde que se convirtió en productor de petróleo en los años 90.

Antigua colonia española, este país está actualmente en vías de desarrollo gracias al maná petrolero. Por lo que parece, su suelo rebosa de petróleo. Las empresas chinas están aquí presentes e incluso compiten con la sociedad Bouygues. Malabo (antaño llamado Port-Clarence) es una ciudad en obras. Y desde que se explotan los recursos del subsuelo, los edificios no paran de brotar de la tierra. Una autopista completamente nueva une a lo largo de varios kilómetros el aeropuerto Santa Isabel, situado a unos veinte kilómetros de la ciudad, con intercambiadores que descongestionan la circulación vial.

Son legión los todoterreno último grito y otros coches relucientes. Se ven circular taxis de todas las marcas, y es poco frecuente esperar más de dos minutos para verlos pasar buscando clientes. Cuando no se les ve, es que el Nzalang, la selección nacional de fútbol, está jugando en Bata; y entonces puedes estar horas esperando. Cuando le ganaron a Senegal fue un calvario encontrar un taxi, por la sencilla razón que los taxistas también estaban de fiesta con los intermitentes parpadeando y sin ni siquiera molestarse en mirarnos cuando les hacíamos señas. El oficio de chófer da bien de comer aquí, y uno de ellos nos ha confesado que su recaudación diaria puede llegar a los 80.000 FCFA [121,60 €]. Con lo que hacer palidecer de envidia a los que trabajan en la ciudad de Simón Compaoré [alcalde de Uagadugú], incluso si en relación al coste de la vida pueda no significar gran cosa.

La cara oculta

En Malabo no todo es bonito. Y como en cualquier capital, hay una cara oculta, el reverso del decorado. En efecto, he visto míseros barrios de chabolas en plena aglomeración, y el contraste con la ciudad en crecimiento acelerado es chocante. Ahí viven familias pobres con miedo a que un día vengan a decirles que se larguen. Viendo cómo se mueven las cosas en el país del presidente Teodoro Obiang Nguema, en el poder desde hace 30 años, no nos sorprendería que la zona que ahora ocupan cambie de aspecto en un futuro próximo.

En la proximidad de nuestro apartamento hay un pequeño poblado cuyos habitantes viven en cabañas poco acogedoras, sin agua ni luz. Los que disponen de algunos recursos tienen grupos electrógenos. Algunos periodistas bajan a veces a esta “ciudad perdida” para tomar una cerveza y pedir en un boui-boui [un cafetucho] un arroz o un banano cuando los Potros juegan a las ocho de la tarde (hora local). Cuando se va a este lugar, uno se pregunta si realmente está en Malabo. ¿El dinero del petróleo beneficia a todo el mundo en este país?

Hemos oído hablar del desvío de fondos públicos y del denominado asunto de los “bienes mal adquiridos”. Y el último asunto de actualidad concierne al hijo del presidente, que se habría comprado una casa de 35 millones de dólares en Malibú en el estado de California, un jet privado, cuatro Ferrari, dos Roll-Royce y un Bentley. He leído eso en alguna parte. Una cosa es cierta, en esta tierra de Jauja donde corren a mares la leche y la miel (aunque no para todos), hay forzosamente nuevos ricos.

Aquí, no todo es color de rosa para muchos extranjeros. Aquellos que no tienen visado están obligados a esconderse para evitar ser atrapados por la policía de la que se dice se dedica a extorsionarles, como ocurre en otras tantas ciudades del continente. Se calcula que hay más de 4.000 burkineses. Hemos visto algunos cavando agujeros para canalizaciones, y parece ser que el metro cavado se paga a 1.500 FCFA.

La caza al extranjero es permanente. Según un compatriota nuestro, Guinea Ecuatorial, que opina estar siendo invadida debido a su riqueza, no quiere ver otros súbditos sobre su suelo.

El permiso de residencia, que cuesta unos 500.000 FCFA (760 €) por año, es una manera que tiene el país de cerrar sus fronteras y de desanimar a los emigrantes. “No es fácil vivir aquí. Tres meses después de mi llegada la policía me detuvo y me esposó. Estuve más de una semana en la cárcel y fueron unos compatriotas de mi aldea los que pagaron a escote para liberarme”, nos cuenta uno de nuestros compatriotas enseñándonos las marcas aún recientes dejadas por las esposas en sus brazos.

Dicho esto, desde la inauguración de esta CAN los extranjeros respiran un poco más aliviados, sobre todo porque los policías tienen otras cosas que hacer. Pero cuando termine el campeonato, los que no estén satisfechos con sus “gombos” [planta cuyos frutos se parecen a pimientos verdes] mirarán hacia los africanos occidentales. ¡Ay! Es realmente difícil vivir en un país en el que cada día se sale a la calle sin saber si esa noche se dormirá en casa. Ahora, lo que nos preguntamos es si entre los aficionados que vienen de Uagadugú, algunos que se habrán preparado por adelantado no serán tentados por la llamada de la aventura. Seguramente, hay gente que querrá dar otro sentido a su vida, pero el espejismo del dinero puede no resultar… rentable.

Banapa

Para descubrir Malabo no basta con un día. Y sin embargo, contrariamente a lo que se podría pensar, la ciudad no es grande. La capital está en una isla llamada Bioko situada en el golfo de Guinea en frente de la costa de Camerún y Gabón. Es montañosa y formada por rocas, y su litoral bordeado por acantilados.

La ciudad fue edificada en 1827 por los británicos, y al parecer en su origen Malabo era utilizado como una base naval para luchar contra el tráfico de esclavos. Cuando se está allí, ni siquiera se nota que se está sobre un espacio de tierra rodeado de agua por todas partes. Me hubiese gustado estar en una aeronave para ver cómo es. Al parecer, vista desde arriba es magnífica.

Desde el Sofitel, pude ver un puerto marítimo. El océano Atlántico se extiende hasta el infinito y, a lo lejos, veo buques lanzar el ancla mientras otros parecen partir hacia su destino. Como un paseante solitario, parecía ensimismado en la contemplación del mar. A menudo es bueno tomar el aire cuando se está de viaje.

A finales de este mes de enero, el tiempo es bochornoso y el calor sofocante. Es lo que se siente cuando se está cansado tras una larga caminata.

Cuando se sube hacia la calle del rey Boncoro, nos llama la atención la majestuosa arquitectura de las casas coloniales. La catedral de Santa Isabel, inaugurada en 1897, es una magnífica edificación al igual que el palacio presidencial, el ayuntamiento, el edificio del Tribunal de Justicia, la casa de España y la plaza de la Independencia.

Si un día está de paso por Malabo, dese una vuelta por el casco antiguo que está repleto de encanto. En esta ciudad, los lugares de ocio nunca se quedan vacíos; y cuando el día declina, en Banapa así como en Sampaca, la gente se divierte hasta bien entrada la noche. El tiempo en que era capaz de sentir un entusiasmo real, ya pasó.

Con el ambiente de la CAN se vive a cien por hora, con la botellita de cerveza llamada San Miguel y otras bebidas alcohólicas. En Feria, donde está instalado un poblado de la CAN, los juerguistas beben, comen, se ríen a carcajadas y miran de reojo a las mujeres bonitas que sirven las mesas, mientras que fuera, unas prostitutas que tienen el poder de fascinar con una mirada, hacen la calle. Aquí también ocurre lo mismo que en ciertos rincones de Uagadugú. Hay muchas más cosas que contar, pero quizás se me reprocharía el alargarme demasiado.

Es mi segunda carta tras la de Yaundé, y dentro de dos días me iré de Malabo por culpa de los Potros que no han jugado al fútbol.

Cuento con dar una vuelta por Libreville para presenciar al menos uno de los cuartos de final. Pero no sé si tendré plaza en el avión de la CAF ya que primero hay que inscribirse y esperar la contestación. Si no resulta, estaré en Uagadugú para ser un telespectador como ustedes, sin olvidar que el pasado se idealiza en el recuerdo.

Hasta mañana quizás…

Justin Daboné

“Observateur Paalga”, Burkina Faso, martes 31 de enero de 2012.

Traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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