Carreteras con baches

20/01/2020 | Opinión

“Las carreteras con baches pueden formar parte de la experiencia que buscan los turistas de los países ricos”. Lo dijo, según el diario gubernamental ugandés New Vision del pasado 15 de enero, el ministro de Exteriores Henry Okello Oryem. “Era una broma”, tuvo que excusarse tras las airadas reacciones en las redes sociales. “Las carreteras de los parques nacionales están en malas condiciones”, declaró al día siguiente el chófer de safaris Boniface Byamukama a la BBC. “Hacen falta cuatro horas para cubrir una distancia de 100km, y por eso muchos turistas no vienen”. Seguramente. Pero cuando contaban sus aventuras en Túnez ante sus envidiosos amigos, lo que más a menudo mencionaban dos jóvenes alemanes sobrinos de un compañero, era el plato de espaguetis que no habían podido terminar por lo picante de la salsa. La harissa tunecina era lo “exótico”, lo que hace que el viaje sea especial, lo mismo que, según Okello Oryem, los baches de las carreteras ugandesa. Sólo que cuando se trata de carreteras, la broma se hace pesada y lo exótico causa muertes. La misma BBC publicaba la semana pasada la entrevista de la keniata Mary Wambui, cuya hija y nieto, murieron atropellados por un coche en 2016 al atravesar una carretera de Nairobi.

Casi 1.25 millones de personas mueren cada año en accidentes de tráfico (unos 3.300 al día), de los que la mitad son peatones, ciclistas y motoristas. Pero el 93% de las muertes ocurren en países con ingresos medios y bajos. Siempre según la OMS, la mortalidad en accidentes de carretera fue en Uganda en 2013 de 27.4 por cada 100.000 habitantes (26.6 en África y 18.2 la media mundial), mientras que en Europa era en 2018 el 9.0 (3.9 en España). Y si se compara el número de muertos en accidente con el de vehículos: 19 de media en Europa por cada 100.000 vehículos y 574 en África. Con diferencias notables dentro del continente: 133.9 en África del carretera.jpgSur, 615 en Nigeria, 836.8 en Uganda y 2171 en Eritrea. Y mientras que son europeos el 60%de los países con una legislación adecuada para evitar percances en la circulación, sólo el 2% son africanos. “En África se construyen carreteras y los coches pueden ir a más velocidad, pero se olvidan de los pasos para peatones, de las aceras y de las pistas laterales donde poder caminar con toda seguridad”, constata Etienne Krug, encargado en la OMS de la prevención de la violencia y de los traumatismos. Hay países en los que el espectáculo de cuerpos destrozados por los accidentes se ha hecho trivial. “Hasta los niños los observan sin inmutarse. Y la gente se apresura para poder ser los primeros en anunciarlo en las redes sociales. Se ha banalizado la vida humana”, denuncia Ecclésiaste Deudjui, conocido rapero camerunés, que en una entrevista concedida en 2018 a Franceinfo Afrique acuñó la expresión “ataúdes sobre ruedas”. Según Deudjui, los dramas de la carretera son en su país consecuencia de un laxismo generalizado: carreteras imposibles, coches vetustos, chóferes con permisos de conducir falsos. A lo que cabría añadir la excesiva velocidad, el alcohol al volante, la no utilización de cinturones de seguridad…

Cambiar mentalidades no es fácil. Las leyes ayudan. Y mejorar las infraestructuras es imprescindible. En noviembre de 2018 se reunió en Marraquech el 1er Foro Africano para la Seguridad en Carreteras. Allí dio su testimonio una nieta de Nelson Mandela, Zoleka Mandela, que perdió a su hija de 13 años, víctima de un conductor borracho. “¿Invierten lo suficiente en carreteras los donantes extranjeros?” Preguntaba un mes más tarde Emmanuelle Bastide en un programa de Radio Francia Internacional tras constatar que transportar un contenedor desde Kampala (Uganda) hasta Mombasa (Kenia) costaba el doble en tiempo y dinero que hacerlo desde Londres a Mombasa.

Soñar es fácil. En 1978 la UNECA (Comisión Económica de Naciones Unidas para África) oficializó el proyecto de construcción de 9 autovías que atravesarán el continente de Norte a Sur y de Oeste a Este, 60.000km en total. En 2020 sólo la de Dakar (Senegal) a Yamena (Chad) está construida (¡gracias en buena parte a la ayuda china!), y parte de la que unirá Argel (Argelia) con Yamena. Y es que las alternativas son terribles: ¿cómo priorizar a las carreteras cuando faltan escuelas, hospitales y tendido eléctrico? ¿Cómo construir sin endeudarse en exceso? En 2018 los gobiernos africanos pidieron prestados 30.000 millones de dólares, y 26.000 millones de dólares en 2019. Kristalina Georgieva, al poco de asumir su cargo en el FMI, declaró preocupada que la deuda sitúa a 20 países africanos “en niveles económicos angustiosos”. Y, otro problema más, ¿cómo construir carreteras que duren y no creen problemas ambientales serios para las poblaciones locales?

Con todo, contra viento y marea, África construye infraestructuras y hasta consigue a veces hacer de la necesidad virtud. El ejemplo más reciente es el de Etiopía. En 1997 su red tenía tan sólo 26.550 km. de carreteras transitables durante todo el año. En 2014 ya eran 99.550 km. y 126.773 km. al finalizar 2018. Este año se espera llegar a los 200.000 km., el 56% de lo que el gobierno considera necesario para el país. Y como tantas otras carreteras nuevas, también las de Etiopía traen consigo polvo, erosiones e inundaciones que sufren sobre todo las comunidades rurales. El gobierno ha encontrado una solución con la ayuda de MetaMeta, una organización social holandesa, miembro del Global Resilience Partnership (partenariado de organizaciones públicas y privadas que buscan soluciones innovadoras para los problemas de los pueblos y lugares más vulnerables). Se trata de construir las carreteras de manera que se aproveche el agua de lluvia al mismo tiempo que se evitan los movimientos del terreno y se benefician del agua las poblaciones locales. Las llaman “Smart roads” (carreteras inteligentes). El costo de la construcción aumenta en 1.800 dólares por kilómetro. Merece la pena si se piensa que en África Subsahariana corregir los daños causados por las lluvias en las carreteras rurales cuesta una media anual de 1.100 dólares por kilómetro, además del mantenimiento ordinario de las mismas.

Ramón Echeverría

Fuente imagen: Peter Chou Kee Liu

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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