Carbón de piedra y carbón vegetal, por Ramón Echeverría

17/03/2021 | Opinión

En 2020 España cerró siete centrales térmicas de carbón y Gran Bretaña disminuyó en un tercio su uso como fuente de energía. Se debió en parte al bajón en la demanda energética causado por la pandemia de la covid-19, pero sobre todo por la voluntad de los gobiernos que quieren cumplir el Acuerdo de Paris sobre el Clima en el que se comprometían a disminuir las emisiones de dióxido de carbono y fomentar alternativas más limpias para producir energía. Pero a pesar de los esfuerzos de buena parte de los países occidentales, el del carbón seguirá siendo un problema durante mucho tiempo, ya que las economías asiáticas, en pleno desarrollo, dependen de forma abrumadora de la energía del carbón. El problema es menos agudo en el continente africano, con la excepción de Sudáfrica. Un artículo de Louis Nino Kansoun, publicado aquí, en Fundación Sur, “El carbón como fuente de electricidad en África: el gran dilema” (10 octubre 2018), indicaba cómo “la principal fuente de energía sigue siendo el petróleo (42 %), por delante del gas (28 %), el carbón (22 %) la energía hidroeléctrica (6 %), la energía renovable (1 %) y la energía nuclear (1 %), según el Atlas de BAfD”. Con todo, añadía Kansoun, “Las reservas de carbón del continente son insignificantes (1,3 % de las reservas mundiales)”. Aunque también Níger y Nigeria extraen carbón para uso en centrales térmicas, el gran productor africano es Sudáfrica, con 250 millones de toneladas anuales (el 90 % del carbón consumido en África), de las que el 75 % se utilizan en la producción del 80 % de la energía producida en la misma Sudáfrica. Pensando en el futuro, Kansoun mencionaba lo que según él era el dilema de los dirigentes africanos frente al futuro energético: utilizar el carbón (opción más barata pero más “sucia”) o abandonarlo en favor de energías renovables.

Aunque África Subsahariana con el 14 % de la población mundial, produce tan sólo el 7’1 % de los gases de invernadero, la Agencia Internacional de la Energía, en su World Energy Outlook 2019, en el que se habla mucho de África, se posicionó claramente por las renovables, señalando las enormes posibilidades del continente, comenzando por la importancia de las cuencas fluviales, en particular las del Congo y el Nilo. El informe preveía que, si se actuaba correctamente, en 2040 las renovables podrían asegurar entre el 46 y el 75 % de las necesidades energéticas del continente (del 20 al 40 % serían de origen solar y eólico). Según la AIE, el camino no iba a ser fácil: la tecnología y las patentes de las renovables las tienen los países del Norte, mientras que en África la bioenergía, especialmente la proveniente de la leña y carbón vegetal, todavía cubre el 45 % de la energía primaria.

En 2018, un artículo en The Economist describía cómo Fatou N’Dour, una senegalesa de Lambayene, en el centro de Senegal, cocinaba tres veces al día dentro de una choza separada del resto de las habitaciones, utilizando ramas recogidas en el vecino bosque. “Cómo cocina la otra mitad”, era el título, refiriéndose a ese 38 % de la población mundial que en 2015 no podía cocinar de manera “limpia” (era el 48 % en el año 2000). Dos subtítulos acompañaban al artículo: “Puede que el humo dentro de contaminacion_1_cc0.jpgla casa sea el mayor peligro ambiental”. Y “Las campañas mundiales no han conseguido que cambie la manera de cocinar de los pobres”. En realidad sí que la manera de cocinar ha cambiado, por lo menos en África Subsahariana. Ya a finales de 2019 el 41 % de la población vivía en ciudades (Kinshasa y Lagos tienen 15 millones de habitantes; Johannesburgo, Dar es Salaam, Abijan, Nairobi y Accra entre 5 y 6 millones), y el carbón vegetal, más limpio y manejable que las ramas recogidas en el bosque, ha supuesto un gran avance para la creciente población urbana. Por lo que aún más urgente que la electrificación del continente gracias a las renovables, es el cómo mejorar lo más rápidamente posible la hasta ahora producción artesanal del carbón vegetal.

CIFOR (Centro para la Investigación Forestal Internacional con su sede central en Bogor, Indonesia) publicó en 2019 “Eficiencia en la producción del carbón vegetal en África Subsahariana. Soluciones más allá de la carbonera”. Tras constatar mejoras en la técnica de producción artesana en dos zonas de la RD Congo, el estudio apuntaba al peligro de querer introducir cambios sin contar de antemano con los mismos pequeños productores, a menudo considerados como “ilegales”. Dos artículos recientes (23 de febrero de 2021) en The Conversation, confirman los temores de CIFOR. Phosiso Sola y Paolo Omar Cerutti describen en el primero cómo el gobierno de Kenia ha intentado sin conseguirlo regularizar el sector del carbón vegetal y disminuir el ritmo de la deforestación. Las carboneras artesanales actuales necesitan 10 toneladas de leña para producir una de carbón vegetal, un 10 % de efectividad. El gobierno está intentando por una parte introducir técnicas que aumenten esa efectividad hasta por lo menos el 30 %. Por otra parte ya existe desde 2009 un reglamento (Forest Charcoal Rules) que exige que los productores se adhieran a la Asociación de productores de carbón vegetal, y que los transportistas mantengan un registro exacto de lo que transportan. Y en 2018 el gobierno inició una campaña contra la tala ilegal de árboles y la producción y el transporte descontrolado de carbón vegetal. Pero ni la producción ni el transporte han disminuido y el carbón vegetal ha seguido llegando a las ciudades. Burlar el reglamento y “convencer” a guardianes y policías es fácil dada la falta de coordinación entre las múltiples autoridades del país y el creciente número de organismos, 16 en la actualidad, que de una manera u otra se ocupaban del asunto.

En el segundo artículo, Eric Kumeh Mensah, doctorando en la universidad de Hohenheim (Stuttgart, Alemania), amplía su investigación al conjunto de África subsahariana. La región produce el 65 % del total mundial de carbón vegetal, con Nigeria, Etiopía y Ghana encabezando la producción. Ghana y Malaui son los países que más han favorecido una producción sostenible del carbón vegetal, favoreciendo la producción semiindustrial de las grandes compañías a las que se puede exigir el cuidado de los bosques y la plantación de árboles allí donde se tala. Está por ver si esas medidas funcionarán, ya que numerosos pequeños productores han sido expulsados de su tierra y de las carboneras que les permitían sustentar a sus familias, y algunos gobiernos muestran demasiado interés por recoger los impuestos con los que se grava al carbón vegetal. Una vez más lo mejor podría convertirse en enemigo de lo bueno, y el poder de las autoridades favorecer la corrupción.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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