Un artículo reciente de Ahmed T. Kuru en The Conversation me ha hecho reflexionar una vez más sobre esa paz definitiva entre Islam y Modernidad que no acaba de llegar. Durante los últimos treinta años, mis vivencias has sido doblemente “occidentales”. Primero por ser europeo. Y en segundo lugar por haberme interesado vivencialmente por lo que ocurría en el “Magreb”, el “lugar por donde se pone el sol”, el Poniente, la parte más occidental del mundo árabe. La imagen de la botella medio llena y medio vacía resume bien la impresión que las experiencias magrebíes han dejado en mi memoria. Y de los cuatro países del Magreb (Marruecos, Argelia, Túnez y Libia), bien pudiera ser Túnez el que mejor refleje esa imagen. De la historia reciente de este país, llaman la atención, ––la botella medio llena––, el Código del Estatuto Personal firmado por Bourguiba en 1956, que convirtió a la tunecina en la mujer con más libertades del Mundo Árabe; la pionera “Revolución de los Jazmines”, que cumplió en enero su décimo aniversario; el reciente nombramiento de una mujer, Najla Bouden Romdhane para presidir el gobierno; y a lo largo de todos estos años, el que, en proporción al número de habitantes, haya sido Túnez el país árabe con mayor número de pensadores dispuestos a injertar la tradición musulmana en el pensamiento crítico moderno. Pienso, entre otros, en Mohamed Talbi y su interpretación vectorial del Corán (¿A dónde debiera conducirnos hoy, si lo continuásemos, el impulso de mejora religiosa y humana que significó el Corán respecto a la mentalidad de su tiempo?); Mohamed Charfi (“Islam et Liberté”) y su influencia en los programas de educación; Abdelmajid Charfi (“L’Islam entre le Message et l’Histoire”) que ha creado escuela con su interpretación histórica del Corán; Hichem Djaït, el gran historiador del Islam (“La Grande Discorde”) famoso por investigar los entresijos entre religión y política en el islam de los orígenes; Hela Ouardi (“Los últimos días de Mahoma”), con su valeroso y minuciosamente documentado estudio de los tormentosos últimos días de la vida del Profeta; Abdelwahab Meddeb (“La enfermedad del Islam”) que atribuyó a la relación entre política y religión el origen de la ideología integrista. Pero también Túnez se ha distinguido por su contribución a que la botella siga estando medio vacía. Dos elementos lo evidencian. El primero es que esos autores que acabo de mencionar, y los más numerosos que he dejado en el tintero, apenas si han influido en el pensamiento y la práctica del Islam popular. Y en segundo lugar, en parte como consecuencia de lo anterior, que Túnez ha sido, siempre en proporción al número de sus habitantes, el país arabo-musulmán en el que más jóvenes han ido a engrosar las filas del Estado Islámico. Influenciado sin duda por mis vínculos con el Magreb, solía pensar que cuando el Islam hubiera finalmente conseguido hacer las paces con la Modernidad (no inmediatamente y puede que ni a medio plazo), habría sido sobre todo gracias a pensadores magrebís y franco-magrebís. Tras leer el artículo de Kuru ya no estoy tan seguro.
En “Cómo la mayor organización islámica del mundo impulsa la reforma religiosa en Indonesia e intenta influir en el mundomusulmán” (The Conversation 11 de octubre; 23 de septiembre en la edición inglesa), Ahmet T. Kuru (no confundir con Ahmet Kuru, futbolista alemán con raíces turcas), profesor de Ciencias Políticas en la San Diego State University, sugiere que el Islam popular indonesio está ya contribuyendo a modernizar el Islam. Su artículo se centra en la “Nahdlatul Ulama” (“El Renacimiento de los Eruditos de la Ley Islámica). Basada en Indonesia y con 90 millones de miembros, aunque poco conocida fuera del Sudeste Asiático, es la organización islámica más grande del mundo. A pesar de su nombre, no es una asociación de intelectuales, aunque también los tenga, ni de políticos, aunque haya influido bastante en la política indonesia reciente. Es ante todo una organización/movimiento popular que desde sus orígenes ha practicado un Islam tolerante y abierto.
Con 225 millones de musulmanes (el 87 % de la población), sunitas en su inmensa mayoría, Indonesia es el país musulmán más grande del mundo. La mayor expansión del Islam en el país tuvo lugar en el siglo XIII y coincidió con una fuerte presencia sufí entre los eruditos, lo que favoreció una mirada positiva, a veces casi sincretista del Islam local hacia las otras religiones. Históricamente, el Islam indonesio ha sido plural y variado, con una gran influencia transversal de cofradías sufíes como la Qadiriyya (fundada a comienzos del s. XII en Irak) y la Naqshbandiyah (fundada a comienzos del s. XIV en Bukhara, en el actual Uzbekistán). En el siglo XVI Hamzah Fansuri, famoso escritor sufí de Sumatra, fue conocido por escribir ideas místicas panenteístas (Dios es a la vez inmanente y transcendente al universo) en lengua malaya. Y en pleno siglo XX, el dictador Suharto (presidente desde 1967 hasta 1998) perteneció a la “Kebatinan”, una amalgama de animismo, hindú-budismo e islam de tendencia sufí. Ello no ha impedido, al contrario, que también llegaran a Indonesia los integrismos, las confrontaciones y los yihadismos surgidos en Oriente Medio. En marzo de 2011 se recibieron en Yakarta numerosas cartas-bomba, y el 15 de abril del mismo año un suicida explotó una bomba en la mezquita de una comisaría de policía. Con todo, la inmensa mayoría musulmana del país sigue siendo moderada y tolerante. En esa mayoría se suele distinguir entre “tradicionalistas” y “modernistas” (distinción considerada demasiado simplista por los especialistas). Los primeros, entre los que destaca Nahdlatul Ulama, favorecen un Islam contextualizado, adaptado a las condiciones locales, vernacularizado, y que promueve la moderación, el antiradicalismo, la compasión, la inclusividad y la tolerancia. Entre los modernistas destaca otra organización importante, la Muhammadiyah. Buscan reformar el Islam para que vuelva a la ortodoxia, oponen el sincretismo, e insisten en la autoridad del Corán y los hadices. Ambas asociaciones apoyaron intensamente en 1998 el paso de la dictadura a la democracia. E Indonesia, aun siendo el país con mayor población musulmana del mundo, no es según su constitución un estado islámico sino un estado secular que reconoce formalmente la existencia de seis religiones: Islam, Protestantismo, Catolicismo, Hinduismo, Budismo y Confucianismo.
Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]