Por una de las calles adyacentes evité entrar porque había varios coches de policía y parecía que estaban acordonando la zona. Líos los justos. También me encontré de repente con la embajada de Libia que me encantó. Me fascinó esa combinación de bandera verde que aún ondea, y ese águila dorado y malhumorado pegado a la puerta de hierro clorofílica. Los muros estaban desgastados de gris y celeste, y todo el conjunto resultaba maravilloso. Me abstuve de sacar fotos evidentemente. No muy lejos de aquí estaba la embajada de Egipto, pero ésta estaba en mejores condiciones, con mucho menos encanto.
Por la zona pobre del Mesurado River, además de los puestos típicos de comida, fruta, golosinas etc. también te encontrabas con muchos colegios y niños corriendo de aquí para allá, además de muchas iglesias. Algo que me llamó mucho la atención fue descubrir dentro de las iglesias a diferentes fieles ensayando. Algunos se preparaban para ser curas, oradores y lo que hacían era coger el micro, se lo acercaban mucho a la boca y se ponían a recitar, a predicar en voz alta de manera incansable un ritmo casi musical, más bien de rap. Por su parte, el resto de la congregación, especialmente las mujeres se dedicaban a pasear con ritmo cansino entre los bancos agitando una pandereta o unas hojas de laurel. Un auténtico espectáculo que me encontré en varias esquinas.
Al volver a Tubman Boulevard, me encontré con el incendiado cine Relda, que también nombra Cooper en su novela. Está completamente hecho polvo, inactivo, pero al menos sus cinco letras rojas con fondo blanco se mantienen dignamente en pie. RELDA.
Casi sin darme cuenta me había recorrido todas las calles hasta llegar a la 20th. Pronto empezaría a anochecer y tendría que darme prisa. Caminé de noche por Tubman Boulevard para intentar de nuevo meterme en Internet y enviar de una vez un artículo a un periódico sobre un viaje que había hecho recientemente, pero en el ciber que me metí también fue imposible.
Antes me había tomado un par de zumos de naranja en la cafetería de un hotel. De nuevo un guardia me tocó las pelotas. El mundo es un sitio extremadamente vigilado, tío. A esta hora toda la comunidad internacional salía de trabajar y regresaban a sus casas. Cuando me adentraba por el Boulevard Tubman, volví de nuevo a sentir esa sensación de incomodidad ante las supuestas miradas blancas que estaba recibiendo.
Por cierto, me encontré varias veces con Breyni, de la que siempre recordaré sus (piiii) Entre otras cosas. Yo estaba en frente de la Alianza Francesa y ella pasaba por aquí, y los dos nos hicimos los locos diplomáticamente. People are strange.
Era hora de volver a casa. No resultaba fácil coger un taxi y me abalancé sobre uno que aparcaba por aquí. Pero vinieron dos liberianos diciendo con razón que ellos lo habían llamado antes y que se iban a Paynesville. Me puse a negociar con ellos, y al final les convencí de que me llevasen a Mamba Point. El taxista por cierto, era un niñato gilipollas.
Al bajarme en frente de mi casa, pude escuchar como me llamaban desde el taxi. Al mirar comprobé como uno de los que iban en el coche me daba el móvil que ya se me olvidaba en el vehículo. Al final siempre aparece la luz.
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Original en : Las Palmeras Mienten