Caminando por el infierno de Monrovia, capital de Liberia – (5) de (14) “Los 13 muertos “ , por Nuno Cobre

15/09/2015 | Bitácora africana

Yo sigo caminando por Broad Street, comprobando como han abierto el Museo, sí las cosas están mejorando en Liberia. He sacado también varias fotos al Red Lion y he seguido deslizándome por Broad Street y me he dado cuenta como dentro de un alto edificio quemado y devastado, habita gente. Por aquí, a la izquierda ya puedo ver mejor el mar, concretamente el Río Mesurado, y el puente que conduce a Bushrod Island. Luego he seguido la “ruta de Helene Cooper” y me he metido por Ashmun Street, en la construcción de ladrillos naranjas y grisáceos que levantan la First United Methodist Church, donde venía Cooper todos los domingos. He entrado y he sacado varias fotos a este largo salón de madera y me he notado tranquilo ahí dentro, lejos del escándalo que reverbera en la calle.

Desde Ashmun Street me he ido a Water Street y he comprendido la cuesta que hace nueve meses subí una vez con mi colega Hans. Estaba sin comerlo ni beberlo en medio del mercadillo de Water Side, lleno como no podía ser menos, de gente y más gente. El mercado me ha parecido enorme y definitivamente he llegado a la conclusión de que en Monrovia se puede encontrar de todo. Seguí caminando entre el gentío, sombrillas tricolores y caminos embarrados y divisé el puerto de Monrovia. Por aquí, por la zona del Water Side había una especie de grúa donde ondeaban la bandera china y la liberiana.

Me he ido del Water Side con la idea de seguir bajando por Capital By-Pass y conectar con Jallah Town. Aquí me he dado cuenta que la enorme ciénaga que asoma siempre desde el puente que llega a Bushrod island no es la isla de Balli sino eso, una ciénaga enorme. Antes de meterme por aquí por cierto, me he tomado una coca – cola en King Sao Bosoe Street, donde un tipo le hacía la manicura a una chica con una camisa azul. Hay varias terrazas agradables por estas zonas. Son terrazas de liberianos principalmente donde no resulta fácil encontrar a un blanco.

Bajando por Jallah Town, he divisado por fin la isla de Balli en un resquicio de vista que la gran cantidad de chabolas que hay por aquí me han permitido ver excepcionalmente. Detrás de una palmera, he visto la isla, sin diferenciarse apenas de la ciénaga que la rodea. Aquí me he empezado a sentir incómodo al encontrarme de frente muchos coches y todo terrenos y toda la pesca. No tenía ningunas ganas de encontrarme con caras conocidas y todo eso.

He salido al fin por Tubman Boulevard, en la zona de Sinkor, y con cierto temor, he fotografiado el ayuntamiento, el edificio de UNMIL, esperando que no me asaltase ningún policía. Afortunadamente he podido continuar. La idea estaba clara, llegar a la playa y regresar por ahí a mi casa por para ver bien donde habían sido ejecutados los 13 miembros del gobierno de Tolbert hace unos años. Notaba como el pantalón cada vez se me caía más. Ya llevaba prácticamente ocho horas caminando y al parecer había adelgazado. Ni siquiera con quitarme la cámara de los bolsillos, los pantalones dejaban de deslizarse. La situación llegó a ser realmente incómoda. De repente me encontré con la playa detrás del Ministerio de Asuntos Exteriores. Allí varias policías indias de la ONU custodiaban el edificio. Tenían su morbo. Antes de adentrarme por la playa, quería asegurarme de que se podía ir, y le pregunté a una de las policías que me contestó afirmativamente.

En la playa había un grupo de tipos fornidos haciendo ejercicio. Debían ser un equipo de algo, o tal vez soldados. Me acerqué tranquilamente y les hice una foto. Acto seguido vi como salían dos tipos del grupo acercándose a mí. Por favor, otra vez no. Esta vez fui mucho más hábil que la vez anterior en Benson Street y pedí disculpas, borré la foto, cuando me preguntaron por mi ID, les dije que no lo había traído, que perdonasen. Como me vieron sincero y que no suponía ningún peligro, me dejaron marchar.

Avancé más por Tubman Boulevard, pasando en frente del Executive Mansion donde me llamaron la atención para que cruzase de acera. Muchísimos coches internacionales estaban pasando ahora por aquí, y me sentía realmente incómodo. Afortunadamente pasó Lorena que me pitó la pita muy simpática, también pude ver como una mujer que luego descubrí que era una señora canadiense, me saludaba calurosamente. Me metí más adelante por la calle del LEITI, que es la de Redemption Road y desde ahí me fui cruzando con muchos coches que venían de la zona de Mamba Point.

Por fin pude meterme en la playa sin sentir la presión de las miradas de los coches y me fijé detrás del Barclay Center, donde teóricamente habían fusilado a los 13 de Tolbert por el ejército de Samuel Doe. Los trece de Tolbert habían sido atados a trece postes. Ahora había postes, pero eran más de trece y más bien parecía que servían para delimitar un improvisado campo de fútbol donde jugaban unos niños. Ya empezaban a aparecer las chabolas a mi derecha, la arena era incomodísima para caminar, apenas se podía avanzar con fluidez. Un niño me pidió que le hiciese una foto, y luego vino otro más pequeño. Luego, el otro insistió en que le sacase una foto al mar, y eso hice.

Original en : Las Palmeras Mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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